Claudia
Desde que salgo del hotel todo es una odisea para mí. La lluvia no cesa desde hace una hora, pareciera que Diosito me está diciendo que no me case. Pero soy porfiada y quiero llegar al lado de mi chocolatito sea como sea, sin importarme las consecuencias.
Llegamos con mis papás al lugar acordado, apresurados, aunque separados de la gran mayoría de los invitados y de mi amor. La gran mayoría ya están esperándome, ya que a mi papá se le quedó el auto en unas calles más abajo y por la cantidad de agua que chorrea del cielo, mi vestido es un desastre. Pero lo diva, nunca lo pierdo, el maquillaje está casi intacto. ¡Na!, mentira, lo retoqué al ingresar, únicamente tenía pintalabios a prueba de agua y me solté el cabello.
—Pensé que te habías arrepentido —comenta uno de los invitados en voz alta, venenoso.
—Perdón. A papá se le dañó el coche… —Trato de excusarme al llegar a su lado y pone dos dedos en mis labios y a mí se me aguan los ojos.
—Comencemos, por favor. —El juez entra y me siento mientras mi chocolate pone su saco seco sobre mis hombros al ver que comienzo a temblar.
Estoy nerviosa. Las preguntas del hombre de las cajas llegan a mi mente y no puedo dejar de llorar.
—Siempre tan distraída —me dice mi amado de mala gana, estoy ida.
—¿Todavía me amas? —inquiero al levantar la cabeza y la sala queda en silencio.
—¿Qué? ¿Y esperaste hasta ahora para sacarte la duda? —Su rostro se deforma. Está enojado. Lo conozco a la perfección.
—Es que… —Sorbo mi nariz—: No te puedo hacer esto, te amo demasiado mi chocolatito. Ya no somos los mismos. No sé si por la distancia o que, pero no soy la indicada para tu vida. Te dejo libre mi amor para que consigas a alguien especial para tu vida.
Me levanto sin mirarlo, sé que si veo su preciosa carita no voy a irme, le voy a rogar que no me deje y que me perdone por decir lo que dije. Me giro, pero antes de caminar me agarra la mano.
—No me abandones. Te amo mi chocolata con dulce de leche. No soy nada ni nadie si no estás conmigo.
Me quedo estática en el sitio. Doy media vuelta y está arrodillado con sus manos extendidas y el chupetín que le di hace unas horas, más su voz es la misma que utilizó distorsionada.
—Eras tú.