Un verano para enamorarse

Nuestro verano 4

Oliver


Amo a esta mujer desde que tengo uso de razón y no me veo con nadie más en mi vida que con ella.


Es verdad todo lo que me contestó en ese lugar, aunque al verla mover sus labios, como se suena los dedos al ponerse nerviosa o tocarse el cabello, esos simples gestos son los que adoro.


Es una excelente mujer. Sí, estamos distantes, ya no charlamos tan a menudo, pero es por qué tengo mil cosas en mi mente, quiero llevármela a vivir conmigo y que no le falte nada.


—¿En dónde estabas? —Mi mamá me hace entrar a otro ascensor, puesto que veo justo a mi conejita en el de enfrente, pero su madre no permite que me vea.


—Perdón, ma. Se nos hizo tarde y tenía muchas ganas de verla. No sabes cuánto extrañaba hablar con ella de ese modo —suspiro.


—¿Te sacaste las dudas?


—Casi todas. Ayúdame a sacarme las cajas. —Intento hacerlo y me detiene.

 

—No. Todavía te pueden descubrir.

 

—Claro, soy tu payasito. —Pongo mis manos en jarra.


—Te ves tan adorable. —Resoplo fastidiado—. Apúrate, que se te hace tarde.


Me saca de la mano y metiéndome en la habitación, me manda a bañar. Al salir vestido, ella ya está lista. Me peina como cuando era un niño mientras me dejo hacer, puesto que solo pienso en las respuestas que mi chocolatita me dio.


Un golpe en la puerta nos anuncia que nos vinieron a buscar para ir al registro civil. Junto a mi madre salimos y nos metemos al vehículo.


Es tradición que los novios no se vean hasta que están a segundos de casarse, o mejor dicho al sonar la marcha nupcial. Mientras veo las gotas de lluvia caer desde el cielo, no puedo dejar de pensarla.


Un diluvio se desata y tardamos más de lo debido en llegar a nuestro destino por el horrendo tráfico. Solo a mi padre se le ocurre venir por estas calles.


Luego de una hora al fin llegamos. Por suerte el auto lo mete en la cochera del juzgado impidiendo que me moje. Entramos y me coloco en el lugar que me corresponde, ya que mi chica todavía no ha llegado.


Los comentarios malintencionados de varios invitados me comienzan a abrumar. Me levanto para hacerlos callar y ella entra como la diosa que es. Por dónde camine llama la atención hasta de las mujeres por envidia.

 

Intenta disculparse por lo que dice un chismoso y tapo sus labios con dos de mis dedos. Coloco mi saco sobre su cuerpo al darme cuenta de que está tiritando. Nuestros ojos conectan y su mirada la tiene vidriada. Debe estar emocionada, o…, no, no creo que…


Llamo su atención cuando el juez hace la pregunta que tanto anhelaba responder. Y lo que responde, o mejor dicho, pregunta, me deja en jaque. ¿Cómo va a pensar que no la amo si le pertenezco?


Es por eso que le contesto enojado, irritado, pero conmigo mismo, más que nada por no acurrucarla entre mis brazos y hacerle cosquillas hasta que me contara todos sus miedos. Esos que sin querer desperté haciéndome pasar por otro.


Sus palabras me agrietan el corazón, soy una basura y verla llorar con ese sentimiento me está destrozando. Sigue pensando en mí y en mi futuro, dejando de lado el suyo propio.


Reacciono justamente cuando intenta irse. La tomo de la mano, saco el aparato que utilicé horas atrás y el chupetín que me dio. Coloco el aparato en mi boca y con ese chistoso tono le ruego que no me abandone de rodillas y a su disposición.


Gira su rostro hacia mí como la nena del exorcista al oírme y trato de endulzarla con mis palabras.
 



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En el texto hay: verano, romance, amor de verano

Editado: 11.08.2022

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