El camino a casa se me hacía una eternidad. Cada segundo era un tormento, y solo podía pensar que algo terrible le había sucedido a mamá, aunque su ausencia en el estadio era lo habitual. Al estacionar en el patio, el nudo en mi estómago solo se aflojó al ver a mi papá con una sonrisa de oreja a oreja, una expresión que no cuadraba con la gravedad de sus palabras en el coche.
Al cruzar el umbral, mamá me recibió con un abrazo apretado. “¡Mi campeón! ¡Dos goles en la final!”, exclamó, llena de orgullo. Pero incluso en su alegría, noté la mirada cómplice que intercambiaba con papá. Había un secreto flotando en el aire de la casa. Me senté a la mesa, sintiendo el trofeo en la mochila como una pieza de metal sin importancia. El almuerzo, que debería haber sido una celebración, se convirtió en una tortura silenciosa. Devoré cada bocado sin saborearlo, esperando el momento en que mi padre soltaría la bomba.
En cuanto el plato quedó vacío, la curiosidad me carcomió, borrando cualquier rastro de miedo. Tenía que saber.
"Papá, ¿qué era eso tan importante que querías decirme?", le pregunté.
Papá, con un brillo pícaro en los ojos, me miró y mi mamá, con una risa traviesa, se adelantó: "¡Qué impaciente! Se parece a alguien que conozco, pero no diré quién", bromeó, tratando de aligerar el ambiente. Papá se inclinó hacia mí, bajando la voz. "Hijo, desde que empezamos, te dije que la meta solo la alcanzarías con esfuerzo, sacrificio y, sobre todo, talento."
Se hizo una pausa tensa que sentí durar minutos.
"¡Dime ya!", respondí, mi voz temblando por los nervios y la confusión.
Papá entrelazó sus manos sobre la mesa y me miró directamente a los ojos. "Thiago, tu campeonato no pasó desapercibido. Durante tu último torneo, un agente de fútbol, de los grandes, se puso en contacto conmigo." La respiración se me cortó. "¿De verdad?", logré articular.
"Sí, hijo. Se ha quedado impresionado con tu juego, no solo por los goles, sino por tu visión en el campo. Ha estado siguiéndote desde hace meses y quiere algo grande para ti. Quiere llevarte a la cantera de un equipo brasileño."
El mundo se detuvo. Mi mente, que segundos antes estaba ansiosa, ahora estaba completamente en blanco. "¡¿Qué?!", exclamé, mi voz se escapó en un susurro de pura sorpresa. En ese instante, mi mente se disparó: vi el césped brasileño, el sol, la multitud. En un abrir y cerrar de ojos, me vi viviendo mi sueño.
"¡Thiago!", la voz de mi mamá rompió la burbuja. "¡Tierra llamando a Thiago! Respira."
Me incorporé de golpe, mi corazón latiendo con una fuerza que no recordaba haber sentido antes. Ya no había miedo, solo una euforia salvaje. La realidad me golpeó, pero ya no era un simple camino a casa. Era el inicio de algo grande.