Un viaje de fútbol, dolor y gloria

​CAPÍTULO 3: Brasil, Un Nuevo Hogar

El día de la partida llegó con el sol de la mañana, que parecía más brillante y cálido que nunca. La casa estaba en silencio, la energía nerviosa de la noche anterior había sido reemplazada por una calma melancólica y solemne. Mi maleta, lista junto a la puerta, se sentía como un peso ridículo comparado con la magnitud del cambio que estaba a punto de ocurrir. Desayuné mi comida favorita por última vez, intentando saborear cada bocado mientras mis padres me observaban con una mezcla inconfundible de orgullo y tristeza.

​Mamá, ya con una resignación maternal, me dio sus últimos consejos sobre la comida, el frío y, por supuesto, el estudio. "Prométeme que no descuidarás los libros, Thiago. El fútbol es un sueño, pero la cabeza es tu futuro", insistió, con los ojos vidriosos. Papá, por su lado, me tomó aparte en la cancha del patio que tanto se esforzó en construir. "Fernando te va a exigir. Recuerda por qué estás aquí. Disciplina, hijo. Lo que a mí me faltó, tú lo vas a tener. Y no olvides llamar a casa cada domingo", me ordenó, con su voz inusualmente suave.

​El camino al aeropuerto se sintió como el más corto de mi vida, una ruta acelerada hacia el destino. Las calles que conocía de memoria pasaban volando por la ventana del coche, cada esquina, cada edificio, parecía decirme adiós en un rápido flashback. En el aeropuerto, las luces y el ruido de la gente se desvanecieron. Solo podía ver a mis padres, convertidos en mis anclas emocionales.

​Cuando llegó el momento de cruzar la puerta de embarque, el corazón se me hizo un nudo apretado. Abrazar a mi mamá fue como abrazar la infancia entera. Su abrazo era cálido, y sus lágrimas, que intentaba ocultar, me mojaron la mejilla. "Vuelve siempre a casa, mi amor. Y no olvides quién eres", me susurró, su voz cargada de todos los sacrificios que ella había hecho. Papá, con la voz quebrada pero la mirada firme, me dio un abrazo fuerte. "Haznos orgullosos, campeón. Es tu hora de volar".

​Le entregué mi boleto a la azafata. Con una última mirada hacia atrás, vi a mis padres parados junto a la ventana, dos figuras solitarias y queridas, viéndome marchar. Me hicieron el gesto de 'pulgar arriba' que me dio la fuerza final que necesitaba. Al subir al avión, no sentí miedo, sino una emoción imparable. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, pero no eran de tristeza. Eran de la inmensa alegría de saber que, aunque dejaba un hogar construido sobre el pasado, iba en camino a construir uno nuevo. Un hogar en el país del fútbol, donde el sueño finalmente era solo mío.



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En el texto hay: sacrificios, fútbol, dolor y gloria

Editado: 15.11.2025

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