La confrontación con Lucas no solucionó nada. De hecho, las cosas empeoraron de una manera sutil y cruel. En los entrenamientos, Lucas me ignoraba por completo, y otros compañeros siguieron su ejemplo con una lealtad silenciosa. Los pases cruciales que antes llegaban a mis pies con precisión, ahora se desviaban intencionalmente o, peor aún, se dirigían a otros jugadores. La comunicación en la cancha se rompió por completo, y me sentía como un extraño, un elemento disonante en mi propio equipo. Mis habilidades individuales no importaban si el colectivo se negaba a aceptarme. La soledad que sentí al llegar a Brasil regresó, pero esta vez con un sabor amargo a rechazo y a competencia despiadada.
Una tarde, frustrado y exhausto, con el peso de la camiseta sintiéndose doble, busqué a Bruno. Mi compañero de cuarto estaba sentado en el comedor, repasando sus jugadas en su tableta, inmerso en su propio mundo de tácticas. Me senté a su lado, dejando caer mi cuerpo cansado sobre el banco.
"¿Qué pasa, Thiago? Estás callado y tienes la misma cara que cuando perdiste el cargador", me preguntó, sin apartar la vista de la pantalla, pero con un tono que denotaba preocupación.
"No me están pasando el balón, Bruno", confesé, la impotencia resonando en mi voz. "Y Lucas... él simplemente me ignora. Me siento fuera, como si no perteneciera."
Bruno suspiró profundamente y, finalmente, guardó su tableta, mirándome con una madurez que superaba su edad. "Lo sé. Muchos están celosos. Creen que un extranjero vino a robarles el lugar. Brasil es la cuna, Thiago; aquí el fútbol es identidad, no solo un negocio. Especialmente Lucas. Él no solo quería ser el capitán este año, sino que es el líder natural y el chico del barrio. Siente que lo humillaste."
"Pero yo no quiero quitarle nada a nadie," argumenté, sintiendo la rabia de la injusticia. "Solo quiero jugar, y ayudar al equipo a ganar. Eso es todo."
Bruno me miró con una expresión seria, pero comprensiva, como un estratega veterano. "Aquí, no es suficiente ser el mejor. Tienes que ser parte de la familia. Tienes que ganarte su respeto, no solo con los pies en la cancha, sino con el corazón. Lucas es ese líder que te dije. Si él te acepta, el resto lo hará. Si él te rechaza, vivirás aislado." Me explicó que Lucas, más allá de ser un buen delantero, era el alma de la academia, la conexión de los jugadores con la historia del club.
"¿Qué hago entonces? ¿Me arrodillo?", pregunté con sarcasmo teñido de desesperación.
Bruno esbozó una media sonrisa. "Tienes que demostrarle, en el único idioma que entiende, que te preocupas por el equipo tanto como él, o más. Hay una forma." Se inclinó y bajó la voz a un susurro conspirativo. "Lucas tiene un partido de práctica muy importante la semana que viene. Un reclutador del primer equipo lo estará observando personalmente. Si no rinde bien, su gran oportunidad se desvanecerá. Y sabes lo que significa para un delantero no tener pases, ¿verdad?" Hizo una pausa dramática. "Te necesita en la cancha para brillar. Él no lo sabe, no lo va a pedir... pero él te necesita."
En ese momento, la frustración se disipó, reemplazada por una claridad estratégica. Entendí que la solución no era el enfrentamiento, sino la cooperación forzada. Tenía que usar mi talento para impulsar el sueño de mi rival, para probar mi lealtad al equipo. Era una jugada arriesgada, pero la única forma de disipar la tormenta.