Thiago se despertó con una determinación renovada. El consejo de Bruno era claro: la forma de ganar a Lucas no era superándolo, sino sirviéndole. Si quería que el equipo le diera una oportunidad real, él debía dar el primer paso y demostrar su lealtad antes que su talento individual. Iba a buscar a Lucas después del entrenamiento matutino y ofrecerle su apoyo, no como un rival, sino como un generador de juego indispensable.
Pero el plan de Bruno se fue a la basura antes de que siquiera pudiera articular la primera frase de su disculpa. En el desayuno, el ambiente en el comedor era más tenso de lo habitual, una calma incómoda que presagiaba una tormenta. Lucas no estaba por ninguna parte. Su silla vacía era un hueco ominoso. El entrenador, Jair, entró con el ceño fruncido y una energía que cortaba el apetito. Se dirigió al grupo con voz grave.
"Lucas tuvo un problema. Se metió en una pelea anoche, fuera de la academia, con unos chicos de otro equipo rival", anunció Jair. Su tono no dejaba espacio para la discusión. "Su participación en el partido de práctica de esta semana está en duda, pendiente de una revisión disciplinaria."
Un escalofrío me recorrió la espalda. Sentí la mirada de Bruno sobre mí, una mezcla de sorpresa y advertencia. Mi mente comenzó a procesar las consecuencias a una velocidad vertiginosa. La oportunidad perfecta para demostrar mi valía como titular se presentaba en una bandeja de plata, y venía precisamente con la caída de mi rival. La lógica me gritaba que aprovechara el momento. Pero algo en mí, la misma fibra que se rebelaba contra la presión paterna, no me cuadraba. Lucas, a pesar de su temperamento explosivo en la cancha, nunca había sido un jugador violento o irresponsable fuera de ella.
Al terminar el desayuno, busqué a Bruno en un rincón apartado del pasillo. "¿Qué sabes de verdad?", le pregunté, bajando la voz.
"Parece que fue una trampa, Thiago," me dijo, su rostro reflejando una preocupación genuina. "Los chicos del otro equipo sabían que Lucas estaba tenso y lo provocaron hasta que reaccionó. Lo esperaron a la salida de la cafetería. Lucas es de mecha corta, pero no creo que él haya iniciado la pelea. Sin embargo, a los directores no les importa eso. Solo quieren mantener la imagen. Cero escándalos antes de que vengan los grandes a vernos."
Mi mente corrió salvajemente. Si Lucas no jugaba, mi lugar como titular en el crucial partido estaba asegurado. Podría demostrar a todos que yo era el mejor creador de juego, sin la sombra de su rivalidad. Pero si lo dejaba caer, el muro de desconfianza con mis compañeros, especialmente los leales a Lucas, sería imposible de derribar. Además, sabía que Lucas era un delantero excepcional y que, sin él, el equipo perdería un gran activo ofensivo. Él perdería su oportunidad de vida, su sueño.
La decisión era mía, y era un dilema moral espinoso. Podía aprovechar la situación para mi beneficio personal y asegurar mi camino al éxito, o arriesgarlo todo, arriesgar mi propia estabilidad, para ayudar a mi mayor rival a limpiar su nombre. El futuro del equipo y mi aceptación dependían de si estaba dispuesto a sacrificar mi propia ambición por un compañero que me odiaba.