La decisión, nacida de una mezcla de ética personal y comprensión estratégica (el equipo me necesita tanto como yo a ellos), fue instantánea. No importaba la oportunidad de oro que se presentaba para asegurar mi titularidad, ni el miedo a perder mi lugar si Lucas regresaba triunfante. No podía permitir que un compañero, sin importar la frialdad o la envidia que sintiera por mí, se quedara sin su oportunidad de vida por una trampa baja. La lealtad al equipo y al juego limpio era más fuerte que la ambición individual. Busqué al entrenador, Jair, y lo encontré en su oficina revisando unas planillas de entrenamiento y anotaciones tácticas. Su concentración era casi palpable. Toqué la puerta con un nudo en la garganta.
"Adelante, Thiago", dijo sin levantar la vista, su voz seca y profesional.
Tragué saliva, sintiendo mis manos húmedas. Entré en la oficina, que olía a sudor, tiza y café rancio. El peso de la conversación que estaba a punto de iniciar era inmenso. "Entrenador, sobre Lucas...", empecé, con mi voz temblorosa al principio. "No creo que él haya empezado la pelea. Fue provocado. Sé que es explosivo, pero fue una trampa planeada para sacarlo del partido."
El entrenador, Jair, finalmente levantó la vista. Su expresión era de pura incredulidad, mezclada con una frustración cansada. Me miró como si hubiera perdido la razón. "¿Por qué, Thiago? ¿Por qué defiendes a un jugador que deliberadamente se niega a pasarte el balón, que ha intentado aislarte del equipo? Esto no te incumbe. Ocúpate de ti mismo y de tu puesto. Tienes una oportunidad inmejorable esta semana."
"Sí me incumbe, entrenador," respondí con firmeza, la convicción llenando el vacío dejado por el miedo. Mi portugués, que tantas veces me había fallado, salió ahora fluido y directo, impulsado por la adrenalina. "Somos un equipo, y Lucas es un activo demasiado valioso para que lo perdamos por una tontería. Los que lo provocaron sabían que él es temperamental; sabían lo que hacían. No es justo que él pierda la oportunidad de su vida por una provocación externa."
Jair se recostó en su silla, observándome con una mezcla de curiosidad, sorpresa y una pizca de admiración que intentó ocultar. Pasó la mano por su barba canosa. Me estaba analizando, sopesando mi motivación. "Un chico nuevo, extranjero, defendiendo al líder de la oposición interna... es algo que no se ve todos los días, Thiago. Reconozco tu lealtad, es algo que valoro. Es una cualidad rara en el fútbol moderno, donde el self-interest es la regla."
El entrenador continuó, su tono volviéndose más duro. "Pero no puedo ignorar una falta a las reglas de la academia. Es una cuestión de disciplina. Lucas tiene que asumir las consecuencias de sus actos, sin importar la provocación. Sin embargo, debido a tu testimonio, que me parece sincero, voy a reevaluar el caso. Hablaré con el director de la academia para que considere la posibilidad de una trampa. Es lo único que puedo hacer en este momento. La decisión final no es mía."
Me miró fijamente, con los ojos entrecerrados en una advertencia. "Y por lo que a mí respecta, te has metido en un terreno muy peligroso. La academia no tolera conflictos internos, y acabas de meterte de lleno en uno para defender a un rival. Ten cuidado, Thiago. Tu camino aquí es mucho más difícil ahora."
Salí de la oficina sintiendo una inmensa, casi eufórica, descarga de adrenalina. Había actuado impulsado por lo que consideraba correcto. La lealtad había triunfado sobre la ambición. Pero ahora, mi futuro en la academia estaba más incierto que nunca. Había defendido a mi rival, ganando quizás una batalla moral, pero ¿me había condenado a la marginación? La pelota estaba en el tejado de la directiva, y solo el tiempo revelaría si mi acto de lealtad era la jugada más brillante o el error más grave de mi corta carrera brasileña. Mientras caminaba de regreso al dormitorio, sentí una paz extraña; la paz de quien ha elegido su camino, sin importar el costo.