Un viaje de fútbol, dolor y gloria

CAPÍTULO 18: El Precio de los Sueños

La Encrucijada de Sofía

​La mañana de mi segunda partida hacia Curitiba se sintió inconmensurablemente más pesada que la primera. El primer viaje fue una huida de la duda; este era un exilio voluntario de la certeza. Llevaba en el bolsillo un contrato que valía mi futuro, pero sobre mis hombros, cargaba el peso de todo lo que dejaba atrás, consciente de que ahora las decisiones eran permanentes, y las ausencias, definitivas.

​Antes de que el coche de mi padre emprendiera la ruta al aeropuerto, había una persona más que tenía que ver, una visita que era más una rendición de cuentas que una despedida. Conduje mi viejo y ruidoso hatchback hasta el café de siempre, ese rincón acogedor donde cada etapa de mi adolescencia se había sellado con un café y una promesa susurrada.

​Sofía estaba sentada en nuestra mesa habitual junto a la ventana. El sol de la mañana dibujaba un halo sobre su cabello recogido en un moño que ya conocía de memoria. Su figura era familiar, reconfortante, y la visión me golpeó con la fuerza de un despeje fallido: ella representaba la vida que el fútbol me obligaba a soltar. Me senté frente a ella, y el silencio que se instaló fue la primera señal de que las cosas eran irreversibles. Su sonrisa era la de siempre, tierna y vivaz, pero sus ojos, esos ojos color miel que me conocían mejor que yo mismo, tenían una sombra profunda, una melancolía que no era tristeza, sino la tristeza de la inevitabilidad.

​Saqué el contrato del bolsillo interior de mi chaqueta —un papel grueso y arrugado que olía a tinta, césped y futuro— y lo desdoblé sobre la mesa de madera.

​Los ojos de Sofía se abrieron de par en par, y por un momento, la sombra desapareció. Sus manos temblaron al tocar el documento, rozando el logo del Club. "¡Thiago! No puedo creerlo. ¡Lo lograste! ¡Un contrato profesional!" Su voz era una mezcla hermosa de asombro y euforia. Se levantó y me abrazó por encima de la mesa, un abrazo fuerte, rápido, casi desesperado. "Estoy muy orgullosa de ti, mi amor," dijo, pero justo cuando se separó, su voz se quebró, y la sombra regresó con más intensidad.

​"Lo hice por mi sueño," le dije, sintiendo la necesidad urgente de justificar el vacío que se abriría. "Pero también por ti, Sofía. Para que pudieras estar orgullosa. Para que un día..."

​Ella tomó mis manos, y las lágrimas que intentaba contener finalmente rodaron por sus mejillas, cayendo sobre el papel del contrato. "Y lo estoy, Thiago. Lo estoy más de lo que las palabras pueden expresar. Eres increíble. Pero el futuro… ¿cómo se ve? ¿Cómo se ve nuestro futuro desde Brasil?"

​No teníamos las respuestas. Las despedidas de la primera vez se sintieron más fáciles, más inocentes. En aquel entonces, la distancia era temporal, condicionada al éxito. Ahora, el éxito era la distancia.

​"El club es muy exigente," le dije, sintiendo cómo las palabras se pegaban a mi garganta. "Los viajes, los entrenamientos, la disciplina... será difícil vernos, Sofía. Llamaré, por supuesto. Todos los días que pueda. Pero mi vida... mi vida ahora está en función del campo."

​Ella secó sus lágrimas con el dorso de la mano. "Y la mía, Thiago, no puede pausarse indefinidamente por una llamada que llega a la media noche. Yo tengo mis estudios, mi carrera. Yo... yo no puedo prometer que seré la misma persona esperando en una cafetería indefinidamente. No es justo para mí. Ni para ti, que tienes que estar concentrado al cien por cien."

​Esa conversación, franca y dolorosa, fue el verdadero precio del sueño. El amor no había muerto; había sido sacrificado en el altar de la ambición.

​"Dame un año," le rogué, mi voz baja. "Un año para establecerme, para ascender. Si lo logro, la estabilidad financiera será diferente. Podríamos..."

​"No te pido promesas que no puedes cumplir," me interrumpió, su voz firme ahora, mostrando una madurez que me superaba. "Te pido que seas honesto. Y la honestidad es que estamos en caminos divergentes, Thiago. Por ahora. Tienes que volar alto, sin mirar atrás. Y yo tengo que construir mi vida aquí, sin aferrarme a un billete de avión que quizás nunca compres."

​La abracé por última vez, un abrazo largo, desesperado, lleno de la nostalgia anticipada. Nos separamos con un beso agridulce, un último adiós a una vida sencilla y hermosa que nunca tendríamos. Me fui sabiendo que había dejado atrás no solo a mi novia, sino a un pedazo de mi corazón, un amor que la distancia y la presión del tiempo inevitablemente se llevarían. Ella se quedó sentada, la luz del sol sobre el moño, una estatua de la melancolía.

​El Adiós del Niño y el Padre

​Regresé a la casa familiar. El ambiente no era de celebración, sino de solemnidad. Mis padres me esperaban en la puerta, con sus rostros reflejando una mezcla compleja de orgullo desbordado y un dolor silencioso.

​El abrazo de mi madre fue largo y sin palabras, una transfusión de fuerza materna que intentaba sellar todas las heridas. Podía sentir el temblor en sus brazos. Ella ya no se aferraba al niño; se despedía del hombre que se iba a luchar en el mundo real.

​Mi padre, siempre más reservado, me dio un abrazo que fue más un apretón de hombros. Pero sentí algo húmedo en mi hombro, y me di cuenta de que eran sus lágrimas. Mi padre, el hombre de hierro, lloraba por la certeza de mi partida. Sabíamos que, aunque regresaría, esta despedida era diferente. Yo ya no era el niño al que envió a la aventura; me había convertido en un profesional, y eso significaba que la cancha era ahora mi única y verdadera familia.

​"No olvides nunca," me dijo mi padre, con la voz ahogada, "que aquí está tu base. No importa la fama, el dinero, o los goles. Tu valor no está en la cancha, sino en lo que tienes aquí adentro." Golpeó suavemente mi pecho.

​"Volveré por vacaciones," le prometí, sintiendo la carga de ser su única esperanza realizada. "Los amo."

​En el auto hacia el aeropuerto, miré por la ventana. La ciudad que me había visto crecer, que había contenido mis sueños y mis decepciones de juventud, ahora se sentía más pequeña, diminuta ante la magnitud de mi nuevo mundo. Dejé atrás el pasado, la seguridad de mi casa, y un amor que tal vez la distancia se llevaría, pero me llevé conmigo la esencia de mi familia y el beso agridulce de mi primer amor.



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En el texto hay: sacrificios, fútbol, dolor y gloria

Editado: 15.11.2025

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