Un viaje de fútbol, dolor y gloria

CAPÍTULO 19: El Llamado del Campo Profesional

La Sentencia en el Teléfono

​Apenas había aterrizado en Brasil para comenzar mi vida bajo el contrato, y la rutina de los entrenamientos del equipo B se sentía ya como un purgatorio necesario. Estaba de vuelta en mi pequeño dormitorio, desempacando la ropa que mi madre había doblado con tanto cuidado, cuando el teléfono vibró en mi mesita de noche. La hora: 6:30 de la tarde. El corazón se me aceleró, un golpe sordo en el pecho, cuando vi el identificador de llamadas: "Jair". Contesté con una respiración contenida.

​La voz al otro lado de la línea, sin embargo, no era la de Jair, sino la de un asistente del club, un hombre cuya voz áspera no dejaba espacio para el sentimentalismo. La llamada fue breve, directa, y cortó el aire como un látigo: "Thiago. El cuerpo técnico de la primera plantilla quiere que te unas a los entrenamientos de mañana. Te esperamos en el campo principal a las ocho de la mañana. No llegues tarde. No falles. Estás advertido." Y colgó.

​La noticia no fue un mensaje; fue un torbellino de emociones. Mi cuerpo se sintió instantáneamente ligero, como si la gravedad hubiera disminuido; era la euforia pura del reconocimiento. Pero al mismo tiempo, sentí un peso abrumador, la losa gélida de la responsabilidad. La primera plantilla. Era la oportunidad que solo se presentaba una vez en la vida, el salto que definía una carrera. Entendí que el acto de lealtad, el gol que había cimentado mi contrato con Lucas, había sido visto, y ahora venía la recompensa, pero también el precio. El brillo del papel firmado se desvaneció ante la magnitud del reto.

​El Muro de la Primera Plantilla

​Al día siguiente, el aire en el centro de entrenamiento se sintió diferente, casi cargado de ozono. Cruzar la línea que separaba las canchas del equipo B de las instalaciones de la primera plantilla fue como cruzar un portal. Las canchas, el césped impoluto, los vestuarios de lujo; todo parecía más grande, más serio, más... costoso. El silencio era diferente; no era el silencio perezoso de la cantera, sino el silencio tenso de la concentración absoluta.

​Al entrar al vestuario, el ambiente me golpeó. Los jugadores de la primera plantilla no eran solo hombres; eran gigantes. No en estatura, necesariamente, sino en su aura. Cada uno irradiaba una capa de experiencia, poder y éxito que me hacía sentir como un intruso, un niño con la camiseta demasiado grande. Estaban el capitán, un defensa central con la quijada de granito; el delantero estrella, cuyo rostro sonreía desde vallas publicitarias por toda la ciudad; y el mediocampista veterano, Márcio, con una cicatriz sobre la ceja que parecía contar más historias que yo.

​Me senté en el rincón más discreto, intentando ser invisible, luchando por contener el temblor en mis manos mientras me ponía los tacos. El entrenador de la primera plantilla, Elías –un hombre callado, severo, con unos ojos que no parpadeaban–, ni siquiera me miró. Me dio instrucciones junto al resto del grupo: un jugador más, una pieza intercambiable, una sombra.

​La Velocidad de la Luz

​En el campo, el juego era otro deporte. La velocidad era asombrosa, una ráfaga incomprensible. Los pases que en la cantera eran perfectos, milimétricamente precisos, ahora se interceptaban en milisegundos. El tiempo de control que yo me permitía en la juvenil era un lujo que aquí costaba un gol. Mi visión de juego, mi principal arma, se sentía borrosa, lenta. El espacio que yo creaba con mis fintas desaparecía antes de que pudiera capitalizarlo.

​Mis trucos más efectivos, el sutil arrastre de balón, el pase filtrado que rompía líneas, no funcionaban; los defensas, más fuertes, más rápidos y tácticamente perfectos, me superaban en cada jugada. Sentía que mis pies no estaban a la altura, que el juego que yo jugaba era una versión simplificada y lenta de este deporte que se movía a la velocidad de la luz. Había pasado de ser el héroe indiscutible del equipo juvenil a ser un fantasma incompetente en el entrenamiento profesional.

​La frustración me invadió con una violencia física. La confianza ganada con tanto esfuerzo en el campo de la cantera se evaporaba con cada toque erróneo. Me sentí solo de nuevo, pero esta vez, la soledad era aún peor porque estaba rodeado de grandeza inalcanzable.

​El Golpe de la Realidad

​El golpe más duro llegó durante una práctica de juego reducido. Intenté mi jugada favorita: un pase de primera intención para un desmarque rápido del delantero. El pase era bueno, pero el mediocampista veterano, Márcio, un gigante silencioso que apenas se movía, se interpuso con una anticipación sobrenatural, bloqueando el pase con su cuerpo.

​El balón rebotó inofensivo, pero Márcio se giró hacia mí. Sus ojos oscuros y fríos, enmarcados por la cicatriz sobre su ceja, me taladraron.

​"Escucha bien, moleque (chico)," me susurró, su voz baja y rasposa, cargada de una advertencia que era pura experiencia. "Aquí no juegas con tus amiguitos. Aquí se juega por dinero, por títulos, por la vida de nuestras familias. No te atrevas a arruinar un partido por tu inexperiencia o tu falta de velocidad mental. Si vas a tocar el balón, hazlo con la intención de un profesional, o mejor no lo toques. No eres el héroe aquí. Eres el último. Entendido."

​El brutal realismo de sus palabras me dejó helado. Me sentí abofeteado. El brillo de mi éxito en la cantera se desvaneció por completo, y en su lugar, solo sentí el peso opresivo de un mundo que no me daría ni un minuto de gracia, ni un segundo para demostrar mi valía. Márcio no me odiaba; me estaba dando una lección de supervivencia profesional con crueldad quirúrgica.

​El sueño era real, sí, pero también lo era el abismo que me separaba de él. La gloria estaba cerca, tan cerca que podía oler el césped del estadio principal, pero el salto era más grande de lo que jamás había imaginado. El miedo regresó, un miedo frío y paralizante que me recordó mi primera llegada a Brasil. Pero esta vez, no tenía a Lucas para ayudarme a ser aceptado. Estaba solo, en el pináculo de la pirámide, donde el aire era escaso y la competencia, letal.



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En el texto hay: sacrificios, fútbol, dolor y gloria

Editado: 15.11.2025

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