Un viaje de fútbol, dolor y gloria

CAPÍTULO 21: El Debut

La Convocatoria Inesperada

​La tarde después de mi pequeño triunfo contra Márcio –el pase filtrado que había roto el hielo y había provocado el primer asentimiento de Elías– se sentía como una recompensa. Estaba recogiendo mis cosas, con los músculos doloridos pero el espíritu ligero, cuando el entrenador de la primera plantilla se acercó a mi rincón. Elías no era un hombre de efusiones; se acercó con esa misma seriedad distante que usaba para dar instrucciones tácticas. Mi corazón, acostumbrado al ritmo tranquilo del descanso, se disparó a mil por hora, golpeándome contra las costillas.

​"Thiago," comenzó, sin preámbulos, sus ojos fijos en un punto detrás de mi cabeza. "Mañana, jugamos el clásico. Un partido que exige más que talento; exige nervios de acero." Hizo una pausa dramática que se sintió eterna. "Necesitamos piernas frescas, ideas que rompan el sistema. Vas a ir convocado."

​La noticia fue un golpe de aire helado que me dejó sin aliento. ¿Convocado? ¿Para el Clásico? Mis manos temblaron al sostener mi mochila. "Gra-gracias, entrenador," tartamudeé, apenas logrando modular las palabras.

​Pero Elías no había terminado de soltar las bombas. "Y no serás el único novato que llamaremos. La velocidad del mediocampo se ha vuelto predecible. Necesitamos tu visión, pero necesitamos un finalizador que entienda esa visión. He hablado con el entrenador de la Academia. Lucas vendrá contigo."

​Sentí que el aire me faltaba. La noticia era más grande de lo que podía haber soñado. No solo iba a debutar, sino que lo haría junto a la persona que había pasado de ser mi rival más amargo a mi aliado más leal. Era la validación definitiva de nuestra hermandad, la prueba de que nuestro destino estaba entrelazado. Elías me dio una palmada breve en el hombro. "Prepárense. No es un juego de niños. Es la guerra."

​Busqué a Lucas de inmediato, corriendo de regreso a las instalaciones del Equipo B. Lo encontré en el gimnasio, haciendo trabajo de fuerza. Cuando le di la noticia –el clásico, la convocatoria, juntos– sus ojos se abrieron como platos, reflejando una mezcla de terror y alegría. Nos dimos un fuerte abrazo, un abrazo de dos soldados que van juntos al frente. La rivalidad había quedado tan lejos que parecía un cuento de otra vida; ahora, solo había hermandad, fe ciega y la promesa de un futuro compartido.

​La Catedral del Ruido

​El día del partido llegó como un rayo. La atmósfera era eléctrica desde el momento en que subimos al autobús del equipo. Al acercarnos al estadio, la multitud era un mar rojo y blanco que gritaba en una cacofonía ensordecedora. La energía que emanaba del estadio era palpable, física, casi dolorosa.

​En el vestuario, me senté al lado de Lucas. Mis nervios eran tan intensos que mis rodillas temblaban. Me costaba trabajo abrocharme los cordones de los tacos. Márcio, el veterano, se acercó a mí y, por primera vez, me habló con una pizca de amabilidad. "Los nervios son buenos, chico. Significa que te importa. Pero no dejes que te controlen. Juega como entrenas." Su tono no era de burla, sino de mentor. Era un pequeño reconocimiento de mi perseverancia.

​Pero cuando Lucas y yo nos miramos, una calma milagrosa nos invadió. Habíamos superado la envidia, la derrota, el trabajo brutal, la lealtad y la presión. No teníamos nada que perder, y todo que ganar.

​"¿Recuerdas el partido de la cantera, Thiago?" me susurró Lucas. "Esta vez, jugamos hasta el final. Tamo junto."

​El Salto al Abismo

​Entramos al campo en el minuto 70 de la segunda mitad. El marcador estaba en un tenso 1-1. La necesidad de un gol era una urgencia palpable en el rugido de la afición. El entrenador Elías me dio una sola instrucción: "Visión. Rompe sus líneas."

​Al pisar el césped, sentí la presión de un millón de miradas. La velocidad del juego era demencial; era la versión más pura y salvaje del fútbol profesional. Los jugadores de Paranaense, impulsados por la afición, se movían como flechas. Sentí la presión de cada pase, cada toque. Lucas, sin embargo, se adaptó de inmediato, usando su velocidad explosiva para forzar errores en la defensa.

​Durante los siguientes quince minutos, luché por encontrar mi ritmo. Mis primeros pases fueron interceptados o demasiado lentos. El corazón me latía tan fuerte que pensé que se saldría de mi pecho. Pero Lucas y yo nos movíamos juntos, una fuerza que, aunque inexperta, era instintiva. Mi visión de juego, la cual había afilado en las horas extra con el balón pesado, se complementaba con su velocidad.

​El Minuto 88

​El tiempo se escurría. El reloj marcaba el minuto 88, y el empate se sentía como una derrota. Sabía que esta era la última posesión, la última oportunidad para justificar el riesgo que Elías y la directiva habían tomado.

​En el centro del campo, Márcio, con una garra increíble, ganó un balón dividido y se lo cedió a un mediocampista. El balón llegó a mis pies. No había tiempo para el control de la cantera; era un pase de primer toque. Levanté la vista. La defensa de Paranaense estaba alta, descuidada por el empate. Vi a Lucas correr por el ala derecha, en una carrera que venía desde nuestro propio campo, una exhalación final.

​No hubo tiempo para el miedo. No hubo tiempo para pensar en Sofía o en mi padre. Solo existía el campo, el balón y la fe en mi compañero. Envié un pase largo, un envío aéreo de precisión terminal que no era técnico, sino puramente instintivo. El balón sorteó la cabeza de un defensa, superó al lateral y cayó perfectamente a los pies de Lucas.

​Lucas controló el balón, su velocidad lo lanzó hacia el área, y encaró al portero en el duelo final. Con una calma que desmintió su edad, no intentó una finta. Con un potente disparo raso y cruzado, mandó el balón a la base del poste. El balón se incrustó en el fondo de la red.

​El estadio estalló. El rugido fue ensordecedor, un tsunami de sonido y euforia que me tumbó. Corrimos hacia la esquina, mis compañeros, los gigantes de la Primera Plantilla, se lanzaron sobre nosotros. Márcio, el primero en llegar, me dio una palmada en la cabeza, una señal de aceptación incondicional.



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En el texto hay: sacrificios, fútbol, dolor y gloria

Editado: 27.11.2025

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