El Escenario de los Sueños
La primera vez que salí al campo como profesional, ya no solo como el "convocado" sino como el jugador oficial de la Primera Plantilla, el rugido de la multitud en el Estádio Couto Pereira me golpeó con la fuerza de una ola sísmica. No era la histeria controlada del Clásico; era la expectación diaria de miles de almas. El verde brillante del campo de fútbol no se sentía como césped, se sentía como un escenario de teatro iluminado por los potentes focos. Los flashes de las cámaras, decenas de ellos parpadeando en la boca del túnel, eran como estrellas fugaces que grababan cada uno de mis movimientos. El miedo inicial se transformó en una adrenalina pura.
Jugar junto a los ídolos que había visto en la televisión –el capitán, el delantero estrella, y ahora, a mi lado, Márcio, el veterano que me había aceptado– era surrealista. Sentí el peso de sus miradas, no ya de crítica, sino de expectativa. El entrenador Elías me había dado su plena confianza, ubicándome como titular en el mediocampo creativo. Yo respondí jugando con toda mi alma, mi corazón latiendo en sintonía con cada pase, cada carrera. La pelota, finalmente, se sentía como una extensión de mi voluntad. La velocidad del profesionalismo ya no me paralizaba; mi mente la había asimilado.
El partido fue un éxito rotundo. Jugamos con fluidez, dominando el mediocampo. Mi visión, mi habilidad para filtrar pases, se hizo evidente. Conseguí una asistencia magistral para el segundo gol y la prensa, hambrienta de nuevas caras, me aclamó. Los gritos de "Thiago! Thiago!" resonaban en las gradas. Por primera vez, no eran para Lucas; eran para mí.
La Carga de la Fama Incipiente
Al final del partido, mientras celebraba la victoria en el vestuario, me sentía literalmente en la cima del mundo. La atmósfera era de euforia contagiosa, y la palmadita en la espalda de Márcio esta vez fue un golpe de camaradería genuina. Era la ratificación de que mi lugar era allí.
Salí del vestuario, ya vestido de calle, sintiendo los ojos de todos puestos en mí. El pasillo se había convertido en un caos de reporteros que me gritaban preguntas sobre mi origen, mi técnica y mi futuro. Lucas, a mi lado, me sonreía, acostumbrado a la atención, pero yo me sentía abrumado por el repentino asedio.
"Relájate, fenómeno," me susurró Lucas, mientras los guardias de seguridad abrían paso. "Bienvenido a la realidad. Esto es lo que significa el contrato. Ahora eres mercancía."
Llegué a mi dormitorio en la academia, exhausto pero extasiado. Me tiré en la cama, y en el silencio relativo, tomé mi teléfono. La vibración era constante. Cientos de notificaciones de WhatsApp, Instagram, y llamadas perdidas. La cuenta de Instagram, que antes tenía unos pocos cientos de seguidores, se había disparado a decenas de miles. Aficionados, periodistas, incluso cuentas de fandom con mi nombre. La fama no venía lentamente; venía en una inundación.
Estuve revisando los mensajes por un largo rato, respondiendo a mis padres con un "ganamos, todo bien, te amo", y a Lucas con una broma. Luego, entre la avalancha de números desconocidos y felicitaciones de viejos compañeros de la cantera, vi un nombre que me detuvo en seco: Sofía.
El corazón, que había estado latiendo en un ritmo frenético de victoria, se detuvo y luego comenzó a martillar en un ritmo errático y nervioso.
Abrí el mensaje. Era corto y directo:
"Te vi en televisión, Thiago. Estuviste increíble. Estoy muy orgullosa. Las vacaciones de la universidad me dieron un respiro. Estoy en Curitiba esta semana. Me encantaría verte. Te extraño."
El Pasado Llama a la Puerta
Mi mente se llenó instantáneamente de una tormenta de preguntas y pánico. ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué quería después de la despedida tan dolorosa y final? La última vez que la vi, en el café, habíamos hecho un pacto de honestidad: yo seguiría mi camino profesional sin ataduras, y ella seguiría su vida sin esperar una llamada. Sentí que había cerrado esa puerta con dolor, pero con firmeza. Pero ahora, la puerta se abría de nuevo, y con ella, un torrente de emociones no resueltas.
La alegría de mi debut se desvaneció por completo. Sentía una mezcla de emoción brutal por verla, por sentir la seguridad de mi hogar de nuevo, y de pánico absoluto por lo que eso significaba para mi nueva vida. Mi carrera profesional estaba a punto de despegar a la velocidad de un cohete, exigiendo el 100% de mi enfoque. Pero mi corazón, al parecer, seguía atado a un pasado que yo creía haber dejado atrás, un pasado que ahora estaba a menos de diez kilómetros de mí.
Me levanté y comencé a caminar nerviosamente por el pequeño dormitorio. ¿Qué le diría a Lucas? ¿Y a Elías? Márcio había sido claro: la Primera Plantilla no perdona las distracciones. Si me reunía con Sofía, pondría en riesgo todo lo que había luchado por construir. Si la ignoraba, viviría con el fantasma de lo que pudo ser, y con la culpa.
Tomé el teléfono para responder, pero mi mano se detuvo. Miré mi reflejo en el cristal oscuro de la ventana. Ya no era el chico con la camiseta de la cantera. Era un profesional, con un sueldo, un agente, y la responsabilidad de un club. El problema era que el profesionalismo había resuelto mi futuro, pero no había sanado mi corazón. El juego más difícil, el partido contra mí mismo y mi pasado, estaba a punto de comenzar.