Un viaje de fútbol, dolor y gloria

CAPÍTULO 24: Un Reencuentro Agridulce

La Tensión de la Espera

​Mi corazón latía con la misma fuerza rítmica y violenta que en el campo, pero esta vez, la causa no era la adrenalina del Clásico, sino la ansiedad pura, helada, generada por una simple respuesta de texto. Había respondido al mensaje de Sofía con una calma falsa, acordando verla en un pequeño café lejos del bullicio del centro de Curitiba, un lugar discreto donde la prensa y los aficionados no pudieran interrumpir el delicado acto de reabrir el pasado.

​La espera fue una tortura. Cada minuto, en lugar de relajarme, hacía que mi conflicto interno se intensificara. Miré el reloj una docena de veces. Debería estar estudiando vídeos tácticos del próximo rival, pero mi mente estaba atrapada en el recuerdo del olor de Sofía, de la calidez de su mano. La voz de Márcio resonó en mi cabeza: "Aquí se juega por dinero, por títulos, por la vida de nuestras familias. No te atrevas a arruinar un partido por tu inexperiencia." Elías había confiado en mí. Yo no podía permitirme una distracción que amenazara la base de mi recién estrenada carrera profesional.

​El Retorno del Pasado

​Cuando llegué al café, ella ya estaba esperándome en una mesa de la esquina. La vi inmediatamente. Se veía exactamente igual que en mi recuerdo, pero con una madurez sutil que la hacía aún más hermosa: el cabello suelto, un gesto más sereno, una luz en sus ojos que reflejaba la vida que había continuado sin mí. Por un instante, el aire se detuvo y vi de nuevo a la chica que amaba.

​Me acerqué, y la incomodidad fue un manto pesado que se instaló entre nosotros. El primer contacto fue un abrazo breve, cauteloso, que no se atrevió a ser íntimo, solo amistoso. La conversación, al principio, fue superficial, casi protocolaria. Hablamos de nuestros meses separados, de mi éxito en el Coritiba, de la brutalidad de los entrenamientos, de sus estudios universitarios y de la vida de nuestros amigos en casa. Era un baile cuidadoso alrededor del elefante en la habitación: nosotros.

​El aire se llenó de un silencio cargado de palabras no dichas, de un pasado que, a pesar de la distancia y el tiempo, no se había cerrado por completo. Sentí la necesidad de hablar de Lucas, de Márcio, de la presión del fútbol, como si el escudo de mi nueva vida profesional pudiera protegerme de la verdad emocional que ella representaba.

​Finalmente, el silencio se hizo insoportable. Sofía tomó mi mano sobre la mesa de madera pulida. Su tacto, tan familiar y a la vez tan prohibido, me electrizó.

​"Te vi en la televisión," dijo, su voz suave, apenas un susurro que tuve que esforzarme por escuchar por encima del murmullo del café. "Cuando te fuiste la primera vez, pensé que era solo una aventura juvenil y que la distancia nos dejaría sanar. Pero verte jugar en el Clásico... verte celebrar ese gol con Lucas..." Su voz se quebró ligeramente. "No pude quedarme en casa. Tenía que verte. Tenía que venir a Curitiba y decirte que, aunque hice todo lo posible, no pude olvidarte."

​Sus palabras me golpearon con la fuerza de una confesión. Sabía que yo también la había extrañado. La distancia había sido un muro práctico, una necesidad para mi concentración, pero verla ahora, tan cerca, hizo que mi solitud de esos meses se sintiera de una manera nueva y dolorosa. La fama no había llenado el vacío que su ausencia había dejado.

​La Imposibilidad del Presente

​"Sofía," le dije, retirando mi mano suavemente, no por rechazo, sino por pánico al ceder. "Mi vida aquí es más que complicada. Es una locura absoluta. El equipo, los entrenamientos, las concentraciones, los viajes... todo es mi prioridad ahora. Es una disciplina militar. Si fallo, si me distraigo, hay diez chicos esperando mi lugar. Y el club..." Me detuve, sin saber cómo expresar la implacable crueldad del profesionalismo.

​Ella me miró con tristeza en los ojos, pero también con una firmeza que no había visto antes. "Lo sé, Thiago. Te lo dije en nuestra despedida: no espero que todo sea fácil. Sé que tienes que estar concentrado. Pero ahora que estoy aquí... ¿hay alguna manera de que podamos intentar algo de nuevo? Algo que no interfiera con tu carrera. Estoy dispuesta a lo que sea. A esperar, a verte solo en tus días libres, a ser discreta. Dime qué reglas poner."

​Al escucharla, mi mente se dividió en dos campos de batalla. Una parte de mí, mi corazón, gritaba que me aferrara a ella, a la promesa de un amor puro y simple que creía perdido para siempre. La otra parte, la parte profesional que había trabajado tan duro para ganar el respeto de Márcio y Elías, me recordaba que la concentración era la clave para mi supervivencia en este nivel. Un amor a distancia era difícil; un amor a distancia con un profesional de élite que está bajo lupa constante era casi imposible.

​"No es sobre las reglas, Sofía," susurré, la voz ahogada. "Es sobre mi cabeza. Un error en el campo me costará mi lugar. Y mi cabeza no puede estar dividida. Yo te amo, o al menos el recuerdo de ti. Pero el precio de este éxito es que debo ser uno. Un solo foco."

​Ella entendió la brutalidad de mis palabras. Me tomó la mano una vez más, esta vez con empatía. "No te pido que elijas, Thiago. Te pido que me permitas ser una parte silenciosa de tu vida. Dime que no estoy aquí en vano."

​La felicidad de mi debut se había desvanecido por completo, reemplazada por una angustia terrible. En su lugar, tenía un nuevo desafío, más difícil que cualquier defensa: elegir entre el corazón y el balón, entre el pasado seguro y el futuro glorioso, sabiendo que intentar tener ambos podría significar perderlo todo. La vida profesional, me di cuenta, no era solo jugar al fútbol; era el arte despiadado de la renuncia.



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En el texto hay: sacrificios, fútbol, dolor y gloria

Editado: 27.11.2025

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