La Tormenta Perfecta
El hat-trick y la asistencia en los octavos de final no fueron solo una victoria para Colombia; fueron un terremoto en el mercado de fichajes mundial. Mi teléfono, que había permanecido casi mudo por la disciplina autoimpuesta, ahora era un hervidero de notificaciones y llamadas de mi agente, quien estaba lidiando con el caos desde la distancia.
La prensa me había rebautizado como "El Arquitecto del Duelo", el mediocampista que transformó el dolor en precisión. Héctor 'El Cóndor' Valdés, en la conferencia de prensa posterior, no habló de sus goles; solo repitió: "Yo pongo la garra, pero Thiago pone el cerebro. Él nos salvó."
El mismo día, el Real Madrid hizo oficial su movimiento. La oferta, formalizada a través de mi agente, era de una magnitud astronómica, ineludible. No era solo la compra de mi contrato a El Club, sino un contrato personal que me aseguraba un estatus de superestrella.
Mi agente, exhausto pero eufórico, me llamó. "Thiago, el Real Madrid no quiere intermediarios. Quieren hablar contigo mañana, directamente. Quieren que firmes antes de cuartos de final. El apuro es para evitar una guerra de ofertas con el Manchester United y el PSG."
La presión era asfixiante. El sueño del Real Madrid estaba allí, palpable, brillante. Pero el timing, la exigencia de firmar en medio de la concentración, era una prueba final a mi disciplina.
Recordé a Alves, su ambición desmedida. No iba a permitir que mi sueño fuera contaminado por la prisa. Llamé a mi agente.
"Rechaza la reunión para mañana. Diles al Real Madrid que mi prioridad es Colombia. Les aseguro que mi deseo es ir allí, pero no firmaré nada hasta que hayamos terminado el Mundial. Si me quieren, tendrán que respetar mi enfoque. Si el fútbol es mi prioridad, no puedo distraer a mi equipo ahora."
Fue una decisión arriesgada. Un club de esa magnitud rara vez espera. Pero era la única manera de honrar el sacrificio de mi padre y la disciplina que me había traído hasta aquí.
El Enfrentamiento con el Destino
Esa noche, tuve mi conversación habitual con Lucas. Él estaba en la concentración de Brasil, preparándose para su propio partido de octavos de final. El ambiente en su equipo era de una presión inmensa, pero también de respeto cauteloso.
"¡Tres goles, Thiago! ¡Te dije que eras un gigante! El mundo te está mirando. ¿Vas a firmar con el Madrid?" preguntó Lucas, su voz cargada de excitación.
Le expliqué mi decisión de posponer la firma. Lucas se quedó en silencio, y luego soltó una risa nerviosa.
"Solo tú harías eso, hermano. Rehusarte a firmar con el club más grande del mundo para mantener la concentración. Pero es por eso que llegaste, ¿verdad? Por la disciplina," me dijo Lucas.
Hablamos del partido que se acercaba: el de cuartos de final de Colombia contra una potencia europea, y el de Brasil contra un gigante sudamericano. Ambos partidos serían cruciales.
"¿Y si ganamos ambos, Lucas?" pregunté, dejando que la idea flotara entre nosotros por primera vez.
Lucas guardó silencio por un momento, la magnitud de la posibilidad golpeándonos a la vez.
"Si ganamos los cuartos, y luego las semifinales... Hermano," Lucas susurró, su voz cargada de una mezcla de terror y anhelo. "Si ambos pasamos las semifinales, nos enfrentaríamos en la Final de la Copa del Mundo."
La idea era épica, casi una locura de la ficción. Thiago, el chico colombiano de la cantera de El Club, enfrentando a Lucas, el delantero brasileño, en el partido más importante del planeta. El cierre perfecto para nuestra amistad y nuestra rivalidad forjada en la base.
"El destino es un escritor cruel, ¿verdad, Lucas?" le dije, la idea erizándome la piel. "Tu 'jogo bonito' contra mi 'disciplina y el honor' de mi padre. Tendríamos que jugar el partido de nuestras vidas para matarnos el uno al otro en el campo."
"Sería la Final que mi padre soñó, y la que tu padre te exigió, Thiago," respondió Lucas, con una seriedad inquebrantable. "Pero para eso, tenemos que sobrevivir a los cuartos y a las semis. Un paso a la vez, hermano. No falles."
La conversación terminó con un pacto silencioso: ambos lucharíamos con todas nuestras fuerzas para encontrarnos en el punto más alto del fútbol.
El Compromiso Final
Al colgar, la oferta del Real Madrid, la fama, y el dinero se sintieron irrelevantes. Lo único que importaba era el próximo entrenamiento, el próximo partido, y la posibilidad de que esa Final con Lucas se hiciera realidad.
Llamé a mi agente una última vez. "Diles que si ganamos los cuartos, la oferta sube un 10%. Y que si no les gusta, buscaré otro club. El dinero ya no me mueve; el honor sí."
Mi agente, aunque escandalizado por mi audacia, aceptó. Había usado la disciplina para rechazar el dinero de Alves; ahora, usaría mi valor en el campo para dictar los términos a la élite europea.
El seleccionador me había dado un día libre para el descanso mental, pero yo me dirigí al gimnasio. No por miedo, sino por la exigencia interna de la excelencia. El partido de cuartos de final sería el siguiente examen, y yo jugaría no solo por la memoria de mi padre, sino por la posibilidad de enfrentar a mi mejor amigo en la Final del Mundo. El vértigo de la cima era emocionante, y yo estaba listo para la escalada final.