CAPÍTULO 1
No había a donde huir.
Poco importaba si elegía correr o esconderme. Si elevaba la magia por un pequeño instante más de vida o si me rendía lanzándome a aquel precipicio de la torre del peñasco al que me dirijo para evitar ser usada en contra de mi voluntad.
Cada escalón que mis piernas suben es una oportunidad a continuar siendo yo misma, pero siento que no será suficiente. Lo presiento cuando el sonido de las botas de kaxianos resuenan por las escaleras pisando mis talones.
«Asi no es como debió terminar»
Me digo con el impetuoso viento que revuelve mi rojizo cabello una vez que la puerta de la torre a la explanada se abre. Miro a mis costados con el corazón desbocado. Sopeso mis opciones y la desesperación me invade.
El bello atardecer se burla de mí con aquel naranja brillante que cualquier ocaso al finalizar el día ofrece y le da paso a la ocura noche que lo absorbe todo. Al menos la vida me ha concedido algo bello que mirar antes de que lo inevitable surja.
Sí, hoy perderé y no precisamente será mi vida.
—¡Y ahí está! —el grito me alerta—. Thiora Riagnmus frente a mí finalmente.
«Maldición, creí tener más tiempo»
Con esa potente y autoritaria voz Prosperina Fardo pronuncia mi nombre. Ha arrancado la puerta y parte de la piedra que dividía el observatorio de la plaza externa superior de la torre. No necesita dar mucho de ella para causar un destrozo.
—Mi dulce, dulce destello.
El deseo de poseer el sexto poder de la magia suprema es palpable. La ambición le llena la boca cual rabia se tratara. La veo lamer su labio carmín inferior con el deseo de obtener lo que el equilibrio me dio a proteger de seres codiciosos como lo es Prosperina.
Esa mujer me ha perseguido por los últimos cinco veranos de mi vida. Desde que yo poseía catorce años y se supo que la heredera de la casa Riugnmus nació con uno de los ocho destellos, ella no dejó de buscarme desde entonces. Mis padres y mi nación me protegieron para impedir que mi magia fuera absorbida de manera atroz por Prosperina, pero todo esfuerzo no importó porque ella yace aquí apunto de tomar lo que el equilibrio me concedió.
Se dice que El destello es una magia tan antigua que quien la posea obtiene un poder lleno de fortuna, aunque estar al borde de esta fortaleza apunto de ser una esclava dice todo lo contrario.
Y es qué el equilibrio de sombra y luz solo concede tal poder fracturado, es decir; existen ocho esencias de un todo repartidos por el mundo cada ciertas generaciones. Ocho reinos fueron el inicio. Ganaron el privilegio de ser bendecidos con el destello, pero a través del paso del tiempo este se degradó y los herederos de cada generación lo fueron perdiendo. A veces nacían en zonas agrícolas, otras más en ciudades industrializadas y otras más en la línea sucesora de los gobernantes iniciales.
Ahora existen diecinueve naciones a lo largo de los tres continentes con señorios y formas de gobernar tan distintos que los destellos se perdieron. Somos un mito para unos cuantos.
—No permitiré que lo tengas.
Subo al peldaño de piedras de la almena baja de la fortaleza donde me he resguardado por estos últimos nueve meses. Aquí aprendí más que magia. Me enseñaron a usar armas físicas, pues es bien sabido que todo encanto y hechizo no puede quitar vidas, solo paraliza, potencializa, pero no arrebata, por lo que la única forma de extinguir un corazón es atravesarlo con metal o pólvora.
—Prefiero morir antes de que lo poseas.
Echo un vistazo a las olas del mar que golpean las rocas una y otra vez con la sugerencia de ser alimentado. Sin duda dolerá. Sé que prometí el evitar que Prosperina se adueñara de mi destello. Juré sacrificar mi vida si era preciso, pero desearía no tener que hacerlo. Veinte años parecen pocos para tirarlos a la borda, literalmente.
Tal vez la forma es lo que me asusta. Las alturas o caer de ellas me aterra.
—No seas absurda, querida Thiora. Si te tiras al vacío tu magia protectora se romperá y yo te salvaré. No morirás. Hoy ni nunca. No mientras estés vinculada a mí.
Prosperina me sonríe con malicia.
Una parte de mí sabe que es cierto. Que de lanzarme a la nada no moriría. Sucedería justo lo que ella ha predicho, sin embargo, no me rendiré. Si la muerte ya no es opción para mí, debo de buscar otra forma.
—Te estás cansando, linda. Veo desde aquí como perla tu frente. Porque no bajas de ahí y prometo dejar a los hombres y mujeres de Clamor con vida.
La mención de mi cansancio no hace que pierda la concentración del campo de protección que genero con las manos para que rebote cualquier hechizo de Prosperina y sus ejecutores cometen. Su amarilla magia se fuerzan a la violeta mía. Me llevan al límite con sus poder presionando el mío.
Me robaron la oportunidad de pasar uno de mis filos por el cuello. Fui descuidada y permití que me lanzarán una protección que alejaba toda arma de las manos para acabar con mi vida los muy bastardos. Aquello me dejó con la única opción de entregarme al mar.
—Ambos sabemos que eso es mentira, Prosperina —escupo su nombre sin temor—. Acabarás con las tierras que se ha resistido a ti por años. Con la gente que te arrebató a tu padre.
Las palmas de Prosperina se elevan con rabia para usar el destello de los seis vínculos que ya ha creado en estos dieciséis años de terror que generó la conquista que inició su padre. Él miró el potencial mortífero de su primogénita, y para cuando ella tuvo quince y conquistaron la tierra de Isume, su hija cobró su primera víctima del destello.
Después continuó con Jacto y una segunda más surgió. Fue así con cada una de las naciones que sus ejércitos obtenían y su fama creció, así como su poder.
Pero la resistencia de Clamor los hizo retroceder. Las tierras donde yo nací se resistió ante la conquista con más que solo magia, pues la tecnología se mezcló con ella y las armas creadas por nuestros eruditos lograron acabar con la vida del padre de esta mujer.