Capítulo 3
Frío, hambre, impotencia, terror. Valentía, venganza, furia, lucha. La lista mental que hago dentro de mi cabeza me mantiene cuerda o eso me lo parece al menos.
Yacer presa en una celda no es exactamente el sitio más adecuado para seguir con la cordura intacta. Han pasado tres días o eso me lo parece por las veces que me han arrojado comida o sobras de ella cual si fuera ganado, sin embargo, la tortura es lo que realmente me está matando. Y no la mía, sino la de mis compatriotas.
Los pocos hombres y mujeres de esta estación que sobrevivieron al asedio de los kaxianos yacen aquí. Escucho sus gritos constantes a todas horas al son del desliz de las rejas. Estoy casi segura de que el mayor Vacazar es uno de ellos, uno de los hombres que hizo que mi magia fuera tan precisa y perfecta que sin él, mi vinculación hubiera tenido deficiencias. No me concedieron alojarlos a los alrededores de mi celda, sin embargo, fueron lo bastante crueles para aposarlos cerca y no parar de oir sus suplicas.
Todas y cada una de ellas se han abierto, excepto la mía. Nadie ha venido y eso me asusta incluso más que ser sometida bajo su yugo, pues de antemano comprendo que haber roto los planes de Properina tendrán severas consecuencias ¿Habría preferido arrogarme por la borda? Es muy probable, casi una aseveración, pero lo hecho, hecho está, y ahora deberé asumir mi elección.
—Tú, arriba —una voz me llama.
Levanto el rostro en donde descansaba con mis brazos rodeando mis piernas y sentada en la solida piedra de este calabozo. Vislumbro a un hombre de veinti tantos muy cercano a los treinta hablarme. Se detiene en mi celda con solemne expresión. Por su vestimenta roja y blanca, sé que es un fatal. Un soldado entrenado en la alta magia que forma parte de la élite de la milicia privilegiada de Prosperina Fardo.
—El imperial de Kaxia desea hablar contigo, así que muestra respeto y ponte de pie.
—Desear y obtener son cosas muy distintas —contesto con soberbia.
—Temo que no fue una petición, sino una orden.
—Yo solo sigo ordenes de los míos.
Su ceja se eleva ante mi resistencia. Debe pensar que soy muy valiente o muy tonta, aunque lo cierto es que me encuentro envuelta en terror puro. Y es que a diferencia de los kaxianos, los clamorianos vemos en el miedo una oportunidad y no debilidad. El miedo a ser conquistados nos hizo luchar y crear armamento mágico que nos hizo resistir la conquista.
«Espero que Clamor no se haya dado por vencido»
—Los tuyos ya no existen, temo decir —escucharle exclamar aquello a ese kaxiano me estruja el estómago—. Estás tierras, asi como cada ciudadano dentro han sido reclamados por la solemne emperatriz de Kaxia. Ahora eres una de nosotros.
—¡Jamás seré uno de ustedes!
Mi grito me alienta a colocarme de rodillas.
—No deberías de tomar una palabra como esa tan a la ligera, señorita Riagnmus —ser nombrada en aquella nueva y grave voz me alerta tanto como la visión acelera mis latidos tras tenerlo frente a frente.
La profunda mirada de Thiago Fardo aborda la mía cuál cazador a su presa. La oscuridad de la celda le otorga cierta siniestralidad a su más que imponente presencia con aquel fino atuendo y garbo que solo consume la atmósfera.
—Sobre todo cuando claro —continúa—, has sido tú quien tomó la elección de unirte a... nosotros.
La implicación de nuestro vínculo permanece en el aire cual si solo fuese un secreto entre ambos. Me observa como si deseara preguntar algo, pero no se atreve. Me examina y juzga por igual.
—Lo lamento, Imperial. Intenté que se pusiera de pie, pero...
—Está bien. No es tu culpa que los clamorianos tengan tan malos modales o ¿sí?
No pierde de vista mis ojos una vez que se atreve a ofender a mi gente y a mí en semejanza. Mide mi reacción. A su próximo enemigo. A quien yacera atado hasta que ambos muramos. Por mi parte, le ofrezco exactamente lo mismo. Sé que él fue mi elección, pero que más podía hacer. Hice un sacrificio por el bien mayor. Uno que sin duda los kaxianos me harán pagar.
—Perdona si las invasiones y asedios a nuestras tierras se llevan toda cordialidad habitada en nosotros, principito sombrío.
Escupo al suelo con repudio sin notar rastro de que él pueda ser un hombre no mágico. No hay titubeo ni miedo en su rostro que anuncie temor a estar rodeado con seres capaces de lanzar cualquier hechizo para sofocarlo. El muy bastardo sabe lo intocable que es por tener a su hermana como protectora incondicional.
—Muestra respeto a nuestro Imperial.
—Calma, Guiarfred —Thiago eleva su mano para que su acompañante no me aleccione con magia. No me pierde de vista y a cambio de cualquier insulto de vuelta, sonríe—. Al parecer chispita no ha perdido su luz todavía. Que interesante.
—Te invito a que me quites estas cadenas y averigües cuanta luz todavía mantengo.
—Ha sido bloqueada, Imperial, pero los guardias esperan por igual armados para su traslado —avisa el fatal para su amo.
—¿Traslado? ¿Acaso es mi turno de ser torturada?
—Chispita, tú elegiste tu propia tortura al vincularte, así que no te quejes. Ve por el resto de la escolta.
Dirijo mi vista en el fatal que se marcha ante la orden, sin embargo, mi acompañante no permite que su atención se mueva a otro punto que no sea yo.
—Al fin solos —muestra su blanca dentadura al ritmo de remover un par de ondas de su extraño bicromatico cabello.
Me gustaría decir que al mirarlo veo a su hermana, pero mentiría. Tal vez hay algo de su padre, aunque sin duda esa cierta elegancia y delicadeza en cada rasgo de su definido rostro debió ser heredado de su madre. Ese hombre es una aparición capaz de rebanar tu cuello si le permites acercarte lo suficiente.
—¿Por qué?
Ambos conocemos la naturaleza de su pregunta.
—Era eso o que la perra de tu hermana lo tuviera.
#1107 en Fantasía 
#190 en Magia
#4652 en Novela romántica 
sistema de magia, proximidad forzada, bandos enemigos de la guerra
Editado: 30.10.2025