Capítulo 4
—Bienvenida a tu nueva vida, chispita —consigo susurrarle a Thiora Riagnmus, quien me ofrece una mirada resuelta entre el odio y terror por lo que nos espera.
He de incluirme dentro de él, siendo que mi destino como el suyo es tan incierto cual temperamento de Prosperina. Veo al destello fruncir su ceño ante los rayos del sol que golpean sus ojos por su estadía en la prisión de este fuerte. Los fatales la hacen avanzar entre los pasillos de la explanada que se cubre ahora de soldados kaxianos. Se aseguran que la vida de mi hermana como la mía se mantengan a salvo ante la inminente resistencia de los clamorianos por ceder su nación.
Aplaudo eso, lo admito, su garra de lucha es formidable, sin embargo, eso me hace ver ineficiente como el solemne mariscal que soy. Tener el respeto de los míos no es sencillo, mucho menos cuando soy un sombrío. He de ser letal en cuanto a mis habilidades físicas lo exigen. Mi espada ha sido mi fiel amiga hasta este momento y no ha fallado. Algo que mi padre siempre aplaudió hasta sus últimos días incluso con el brillo que su amada primogénita abarcó siempre en su corazón.
—Solo le concederán diez minutos—anuncio a mis hombres quienes persiguen mis pasos desde atrás para llevar al destello a la habitación asignada—. Mejor que sean quince, serémos generosos —me giro para mirarla—. Es claro que le hace falta remover la suciedad bajo las uñas de estos días. La puerta de aseo permanecerá cerrada, pero no con llave y mantenganla bien vigilada. Aprecia la pequeña privacidad que tu emperatriz te ha obsequiado.
—Esa bruja no es mi emperatriz ni yo le pertenezco a nadie.
—¿Segura, chispita?
Lanzarle aquella broma interna que solo nosotros comprendemos drena en su rostro cubierto de colera y mi sonrisa altanera que esconde mi temor a estar vinculado a ella.
—Irrevoquen.
De pronto una sensación me invade la columna vertebral tan pronto el conjuro es lanzado. Magia, han reprendido a Thiora Riagnmus con un hechizo dominante y lo he sentido. Leve y pasajero, pero que me recuerda lo que ambos hemos de vivir por décadas.
—¡Basta! —mi voz reprende a los fatales—. Nadie le tocará ni un cabello al destello sin mi o la autorización de la emperatriz ¿quedó claro?
—Sí, mariscal.
—Bien, ahora llevenla a su alcoba y en menos de veinticinco minutos ella deberá de estar en el gran salón de transmisión de este fuerte o lo pagarán caro.
Me alejo sin escuchar protesta o afirmación y avanzar en dirección a Prosperina, quien ya espera en la zona donde dará anuncio del poder que todos piensan ha tomado de la clamoriana.
—¿Dónde está nuestra chica, hermano?
Como cada vez que oigo su voz me cuadro de hombros y me preparo para ser el imperial y mariscal al que juego ser cuando estoy frente a ella y sus fatales de confianza.
—Ya se enlista para su debut.
—Excelso. Ven —estira su mano para que la tome y bese—. ¿Cómo me veo?
Su largo cuello se extiende de forma glacial para que la mire dentro de ese vestido entallado bermellón como nuestra bandera que acentúa su esbelta figura. Ha dejado que su lacio cabello caiga hasta su cintura, pues pretende que su corona sea el artículo estelar de su atuendo en la futura transmisión.
—Te ves espléndida —ella me sonríe. Adora que use aquella palabra cuando de describir su belleza se trata.
—Debemos volver a Kaxia —anuncia.
—¿Cómo?
—Clamor se resiste. Tal vez cuando vean que el destello me pertenece cedan, pero no podemos arriesgarnos a que nos ataquen. Si alguien lo averigua corremos el riesgo de que te tomen preso o vean en ella una imagen de rebelión que no podemos permitir.
—Estoy de acuerdo.
—Siempre lo estás, Thiari.
Prosperina acaricia mi mejilla con el dorso de su mano y dedos. Usa aquel apodo que en los mejores días mi madre me solía decír. Extraño la persona que era. La mujer generosa, pero firme que siempre me pareció que fue durante mi niñez y adolescencia. Ahora solo es un cascarón vacío que la magia me arrebató y que de vez en cuando me reconoce cuando vuelvo a Kaxia.
—Aquí no, Prospe.
Sujeto de su muñeca para frenar su muestra a mi persona con una delicadez que ella interpreta como cariño al acunar su mano con las mías. Intento sonar relajado e incluso ansioso por su toque, pero no sé si ella me crea. A veces pienso que lo sabe, pero qué no le interesa de igual modo, pues soy lo único que tiene y piensa mantenerme a su lado sin importar como.
—¿No extrañas el alcázar? ¿Dormir en tu habitación? Yo sí lo hago —el recuerdo de lo que compartimos me invade y he de querer borrarlo—. Hace tres años que no lo pisamos, pero cuando entremos con el destello entre cadenas nos alabarán.
—Te alabaran a ti, pero debemos ser cuidadosos. Si miran que los fatales adormecen la magia del destello todos los días en lugar de que tú controles su magia como a los anteriores sospecharan.
Una mueca surge en su boca tal como mi padre la ejercía en similitud.
—Debí dejar que se arrojará por la borda —me confiesa en un susurro para conceder un paso lejos de mí—. Así ella habría muerto y el equilibrio habría buscado a alguien más a quien otorgarle el destello. Lo hubiéramos encontrado y vinculado su magia a la mía, pero ahora ella te pertenece. Esa clamoriana no puede morir sin que tú lo hagas también y yo no permitiré que eso suceda. Temo que eres mi debilidad y esa nefasta chica lo percibió. Hizo lo necesario para seguir respirando y respeto eso, aunque qué vida ha elegido al estar bajo nuestro yugo.
Me sonríe con algo de locura e intento imitarla.
—Una de la que se arrepentirá sin duda.
—Claro que lo hará. Me encargaré de ello personalmente.
—Mi señora emperatriz —Welian Vaxodia aparece en la escena con esa adulación petulante—. Imperial —apenas y regreso su escueto saludo—. ¿Me hizo llamar?
—Sí, comisionado. Nos vamos a casa, así que asegure todo para que suceda ¿cuántos reclusos tenemos?
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Editado: 27.11.2025