LA VÍCTIMA QUE ESPERA UN REMPLAZO LO HACE CULPABLE
El día ha finalizado y con ello, el pronto regreso a mi patria. Han pasado casi tres años desde que mi padre pereció, y como consecuencia, no he pisado el sitio. Me fuerzo a creer que fue para no descuidar el terreno conquistado de Clamor, que mis hombres y mujeres sigan fiel a la causa tras ver al frente a su mariscal, y que nadie dude que soy digno de ser un kaxiano, pero yo sé que todo eso es una total mentira.
El destello yace en nuestras manos y los pretextos se me fueron como agua de entre los dedos.
—Eres distinto y eso te hace memorable —me dijo alguna vez mi madre cuando era todavía un niño. Cuando ella aún era Cariatana Krisontino.
Extraño sus alentadoras palabras, verla sonreír y su amabilidad incluso en la furia. La magia me la arrebató. Le quitó la cordura y alma, dejando en su lugar tan solo un cascarón. La maldita magia nos la arrebató, porque sé que mi padre por igual la amaba incluso si le fue conveniente tras ser la hija del antiguo comisionado. Tal vez su belleza por igual influyó, pero él la amaba aun si buscaba otros sitios clandestinos. Siempre volvía a ella.
Algo que no puedo decir de Prosperina que nunca la estimó en ningún grado posible. Supongo que siempre la miró como una invasora. La mujer que le otorgó otro hijo al emperador. El amor que solo ella conservaba dividido en dos ahora incluso si yo era un sombrío, aunque era un barón y pese que en Kaxia la primigenia no tiene género, él siempre se jactó de tenerme.
Tal vez por eso mi hermana solía hacerme maldades dolorosas de niño. Todavía lo hace.
—Juro que lo primero que haré al volver a Kaxia será deborar un plato completo de Jalia.
Fred parece salivar con la idea de un buen estofado al estilo campirano como Guirnea, nuestra cocinera favorita del alcázar qu sabe prepararlo. Sonrío con la idea de ello, pues por igual añoro la comida de mi país, aunque los bollos agridulces de Clamor son simplemente extraordinarios.
—Y por supuesto ir a visitar el rojo.
Le echo una mirada de soslayo con picardia en el rostro.
—El rojo o a Niesalenia.
Los fatales no pueden casarse ni tener familia hasta cumplir con los años de servicio, lo que implica que estos visiten ciertos lugares recreativos con diversión nocturna de acompañantes y la zona roja de la capital de Kaxia lo proporciona. Ahí trabaja Niesalena, la futura esposa de Fred o al menos eso asegura él, pues ha juntado cada moneda para poder pagar la deuda que la ata a ese sitio con hombres más detestables que el anteior. No suena exactamente romántico, pero puede que para ambos lo sea. Tal vez cada quien busca el romanticismo incluso en el sitio más lúgubre.
—¿Qué sucede contigo, Thio? Deberías estar feliz. Tenemos al destello, pero parece que ello causa todo lo contrario.
No lo sabe. Por supuesto que no me arriesgaría a que él supiera que me he unido a Thiora Riagnmus. Él solo fue testigo después del suceso. Del caos posterior a ello. Me pidió ponerme de pie y después no tuve corazón para mandar a borrar aquel evento de su mente incluso si no era relevante, pues hacerlo es considerado un acto atroz.
Invadir la mente es una magia alta, prodigiosa y dolorosa. Como si cercenaran tu cerebro en carne viva. Por cosas como esas es que me alegro de no tener magia, pues el ser un sombrío me ofrece cierta inmunidad que no le he contado a nadie.
—Ya sabes como soy —coloco las manos en el bolsillo mientras bostezo, restando importancia.
—Indescifrable. Incluso para mí qué te conozco desde hace una década no te entiendo. Mira allá.
El codo de Fred me golpea los costados y veo al clamoriano por el que horas atrás mostró algún afecto chispita y viceversa. Su aspecto físico es muy distinto al de ella, así que suponer que ambos son familiares es algo casi imposible. Casi.
—¡Hey! ¿A dónde lo llevan? —los fatales se cuadran de hombros ante mi mando.
Detengo un par de segundos la vista en vislumbrar al rubio hombre. Debe ser de mi edad o del destello, pero los precarios días han hecho meollo en su aspecto. El polvo, mugre y sangre cubren su piel, así como el uniforme kaki que lo viste. Hay un golpe en su mejilla lo que implica que se ha resistido.
—Va a asearse, mariscal Fardo. El comisionado lo ordenó para esta noche.
Prosperina. Esto es acto de ella, puedo adivinarlo. No sería la primera vez que pide complacencia en su lecho, pero de antemano sé que lo ha elegido solo porque Thiora Riagnmus presentó un interés por él.
Hay ferocidad en sus azules ojos que me miran con desafío. Lo compadezco, pues mientras más renuencia y valentía presentan, más desociego y desesperanza los invaden conforme el tiempo transcurre. Se rompen con mayor facilidad.
Me hago un lado para que mis fatales hagan lo que deben. Le miro desvanecerse por el pasillo. Su magia ha sido contenido sin duda alguna. Por ello los fatales siguen muy de cerca sus pasos, aunque no por ello olvidaron esposarlo.
—Iré a ver a mi hermana.
—Por supuesto. Nos veremos mañana para ir de vuelta a tierras memorables, señor imperial.
Sonrió ante la forma en la que dice "imperial" con ese tono de sorna habitual seguido de un asentamiento exagerado. Pronto está se ha de desvanecer cuanto cruzo las habitaciones de Prosperina y contemplo en la mesita vino, fruta y otros entremés en espera del invitado que pronto llegará. Tomo un ramillete de uvas verdes.
—He visto tu nueva adquisición rumbo a ponerse presentable para ti esta noche—avanzo hasta el diván de la habitación que mi hermana ha reclamado como suya. La de un alto mando sin duda alguna. Me recuesto en él sin compostura alguna con un brazo debajo de mi cabeza y mis piernas entrecruzadas mientras deboro un par de uvas.
Ella echa un vistazo a mis modales y regresa a cepillarse su caoba cabello, sentada en el banco del tocador frente al espejo. Recién se ha duchado y su lacio cabello cae húmedo sobre su espalda.
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Editado: 12.12.2025