Un vuelo al ¿amor?

Familia Amell

—Debe ser una broma — suspiré con cansancio.

—No bebé, es nuestro aniversario—me explicaba mamá—. Te quedarás con la señora Amell, nuestra nueva vecina. Ayer fuimos a visitarla y nos dijo que podrías quedarte una semana sin problema.

Como si no lo supiera, mamá era una mariposa social, apenas llegar, ya podría tener a toda la cuadra de amigo. El aniversario, o más bien, «repetición de la luna de miel». Cada verano se quedan en un hotel, o visitan lugares románticos, depende como quiera impresionar el señor Myer, a mi madre.

—Puedo cuidarme sola —bufé—, soy mayor de edad —le recordé.

—Lo sabemos, pero estarás mejor con alguien junto a ti.

Rodé los ojos, intentar hacer que mi madre cambie de opinión era imposible. Si decía que iba a tirarme de un precipicio, aun yo negándome, terminaría muerta si o sí.

Mal ejemplo, pero, creo que se entendió.

—¿Qué te dije de rodar los ojos? —me regaño.

—No me quedaré ciega — bufé.

—Bueno, más te vale que ciega únicamente de los ojos, no te vayas a enamorar de otro Michael —aconsejo mi madre —Supongo que las víboras se saben camuflar muy bien.

La sola mención de Michael, despertó una alerta en mí.

Solamente asentí, no deseaba seguir con el tema. Michael fue parte de mi vida durante mucho tiempo, no era algo que yo podría tomar a la ligera. Cosa que mi madre no entendería, ella siempre me decía que le daba malas vibras.

Tal vez, yo era la única estúpida que no se daba cuenta de que me hacía daño.

—¿Estarás una semana fuera? —cambié de tema.

—Si, tu padre encontró un hotel hermoso cerca de aquí, con vista al mar y todo—sonrió—. Aun así, no queremos que te quedes sola en un lugar nuevo.

—El próximo año me quedaré con Paige —comente, harta de que siempre sucediera lo mismo.

—Disfruta las vacaciones ahora, luego hablamos del futuro —fue lo único que dijo mi madre, antes de irse.

Termine mi desayuno y subí a cambiarme. Estábamos en época de verano, por lo tanto, debía traer ropa ligera. Opte por ponerme un vestido con flores y unas sandalias.

 

—Cuídate mucho —mi padre me abrazó con todas sus fuerzas, casi sacándome un pulmón.

Me había acompañado a la puerta de la casa de los Amell, así que, lo único que tocaba, era despedirse de él.

—Sí... Papá..., no puedo — traté de decir.

Me soltó y respiré hondo. A pesar de lo raro que resultaban sus abrazos —y fuertes—, sin duda, serían algo que extrañaría.

Agarre los tirantes de mi mochila con fuerza, evidencia clara de mis nervios.

Toque el timbre de la blanca puerta, la cual, no tardaron en abrir. Una mujer de alrededor de 40 años, me sonreía abiertamente, lucia hermosa

—Tú debes de ser Ada —dijo haciéndose de lado, invitándome a pasar.

—Si, un gusto —le devolví la expresión.

Entre tímidamente, sin saber qué hacer.

—Siéntete como en casa —dijo dirigiéndose a donde creo que es la cocina.

—¿Vives sola? — intenté sacar conversación de la única manera que se me ocurrió.

—No, mi hijo y suegra viven aquí también, de hecho es casa de mi madre —respondió con facilidad.

Aquella refinada y hermosa mujer, resulto ser la señora Amell, según decían mis instintos.

—Señora Amell Iré a dar una vuelta por el mar —tanteé el terreno, para ver si realmente estaba en lo correcto.

—Dime solo Katy —me respondió—. Apuesto a que te encantara el lugar.

Sonreí, en realidad no sabía cómo seguir una conversación con ella, no quería incomodar y mi experiencia para socializar no era la mejor.

Deje mis pertenencias en el sillón y salí rápidamente de ahí.

La arena estaba lisa bajo mis pies —a pesar de haber una que otra piedra—, tenía mis sandalias en la mano, mientras caminaba en la orilla del mar. Era tarde, el sol estaba cayendo y la playa estaba casi vacía.

La vista era espectacular, no podía creer que algo tan normal, como lo sería el agua y el cielo, podía verse tan hermoso. No eran cosas de otro mundo y tampoco era algo que solamente lograrías encontrar con mucho esfuerzo.

Decidí sentarme a observar el paisaje y con seguridad, podría decir que hacerlo todos los días durante los dos meses de mi estadía, no serian problema alguno.

—Oye —dijo una voz masculina a mis espaldas —¿Tú eres Ada?

Voltee a ver quien era. Me arrepentí al instante.

El chico que había visto sin camisa ayer, estaba delante de mí HABLÁNDOME. Mal momento para mis hormonas.

—¿Y tú eres?

Me sorprendió la estabilidad de mi voz, dentro de mí estaba gritando como loca. ¿Dónde quedo que él era un imbécil? No tengo la menor idea, daba igual, en unos momentos regresaría con ese pensamiento.

—Johan —respondió a mi pregunta— Katy me dijo que viniera por ti, está anocheciendo.

—Claro —murmuré levantándome.

Al menos ya sabía su nombre.

No, no me importa su nombre —pensé, procurando convencerme.

Johan se puso en marcha tan rápido como vio que me paraba. Lo seguí en silencio.

Cuando llegamos, la señora Amell nos recibió con la cena lista, junto a una mujer de mayor edad.

El olor de la comida inundaba por todo el comedor, conseguía colarse hasta a la puerta de entrada.

Después de todo, solo había desayunado, estaba hambrienta. Aunque intente disimularlo, era prácticamente una desconocida para ellos. No quería dejar una mala impresión.

—Buenas noches — mantuve mis modales.

—Tú debes ser Ada —dijo alegremente la señora que estaba a un lado de Katy—, soy Griselda.

—Buenas noches —dije inclinando la cabeza en su dirección.

Nos dispusimos a comer y en medio de la cena, una silla se arrastró haciendo un chirrido bastante fuerte, Johan se paró de su asiento, para dirigirse a las escaleras.

Mi mamá, me había inculcado desde muy pequeña, que si quería irme de una cena debía hacerlo en silencio o quedarme hasta que todos acabaran.



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En el texto hay: superacion, amor, romancejuvenil

Editado: 20.09.2022

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