Un vuelo al ¿amor?

Hippie

A simple vista, parecía un sitio hippie...

No me malinterpreten. Era como ver, los típicos lugares de las películas, donde fuman, se la viven relajados y la gente va muy tranquila por la vida.

En este caso, no había nadie. Sin embargo, la decoración del espacio, daba mucho para pensar. 

Solo era de un piso, aun así, el espacio estaba repleto de cosas.

Plantas por doquier, porros a medias, condones, sillones de múltiples colores, una cantidad excesiva de alfombras, e incluso, puedo jurar haber visto una sandalia de cuero en alguna parte del lugar.  

—Debería huir —decía a gritos mi conciencia.

Daba una sensación de que en algún momento saldría alguien de algún lado. Terminaba resultando estar, en una trampa y me envenenan, vendían mis órganos y me enterrarían en la arena.

Sin duda, ver tantas series y películas me estaba afectando. 

¿Por qué no me iba de una puta vez?

Me regañaba y cuestionaba mentalmente, por mi actitud de niña curiosa.

Debía largarme de ahí, pero, deber, no es querer, ¿no?. 

Con cautela, me acerqué a un pequeño mueble color canela. Lucia de madera vieja, lentamente, con miedo a quebrarlo lo abrí. El cajón estaba repleto de condones. 

¡Ni en una farmacia podría haber tantos!

El cajón cayó de lado, lo cerré con demasiada intensidad. Rápidamente, lo levanté. Ya no tenía curiosidad, mi mente estaba hecha un caos. Los condones no tenían de nada malo, en realidad, era la cantidad lo que me aturdía. 

Y en cierta parte, también, haber visto unos cuantos regados por el suelo.

Ahora sí, quería partir. 

Al estar afuera, no supe por donde caminar. Olvide el camino de regreso, solo sabia una cosa; había caminado durante un largo tiempo. No tenía idea de mi paralelo.

Camine varios metros hacia alguna dirección, no sabía ni a donde me llevaba ese camino.

Revise el bolsillo trasero de mis jeans. Mi celular no estaba. Lo necesitaba, no podría volver sin él, o por lo menos, pedir ayuda.

Mierda. Había olvidado el celular en el suelo, cuando recogí el mueble. Tendría que regresar e ir por él. No podía dejarlo, y permitir que alguien lo encontrara y se lo llevara, no tenía bloqueo. No por floja, si no, porque siempre terminaba olvidando las contraseñas.

Por suerte, no recorrí mucho. Lograría llegar hasta la casita, sin problema alguno.

Tal como lo vi hace un momento, estaba vacía, por dentro y por fuera. Lo único que se encontraban eran los muebles y el sonido de mis pisadas contra la madera vieja. Desde luego que, todo se veía muy colorido, sin embargo, no le quitaba lo viejo.

Recorrí el ya conocido lugar, hasta llegar al mueble, al que hace unos momentos revise. Seguía en su mismo sitio. Eso solo me hacía pensar una sola cosa; podía ser un lugar abandonado. Aunque, nada concordaba, no estaba repleto de polvo, cualquiera podría dormir ahí, sin problema o hasta quedarse a vivir.

Deje de darle vueltas, no me incumbía. Recogí mi celular y con cuidado, de no pisar nada, trate de irme. 

Y digo TRATE, porque escuche, voces y corrí a esconderme. No lo reflexioné dos veces y entre a la primera puerta que encontré, resultando ser una habitación.

Realmente, esta pequeña casa o cabaña, no estaba ayudando en lo absoluto a mis pensamientos. 

Pronto se escucharon pisadas

Alguien llego. Tal vez era una casa y yo me metí en él con descaro. Simplemente, no conseguiría enfrentar a aquella persona. 

Puse atención a las voces, pegue mi oído a la puerta, e intente escuchar.

—Vamos, hazlo —decía una voz femenina —, mételo de nuevo. 

Rezaba para que no fuese lo que yo creía.

Apenas podía con los besos de Paige y Liam, no sería capaz de escuchar como cogían al otro lado, de la puerta.

Tape mis oídos, seguro sería mejor no saber.

Volví a escuchar pasos, sonaban cerca de aquella puerta. Entre en pánico, se meterían al cuarto, me verían y me denunciarían por invasión de propiedad. Mis padres no están, nadie iría por mí a la comisaria.

Visualice un armario a mi costado y me apresure a entrar. Deje una pequeña abertura, no quería salir más traumada de lo que ya estaba.

Cerré un ojo y coloqué mi ojo en la pequeña ranura, pude ver a un chico, parecía de mi edad. Este, no iba acompañado. Solo se quedó un momento, observando la pieza.

Sus ojos claros se detuvieron al ver el armario, en el que me encontraba. Comenzaba a entrar en pánico. Camino hacia el estante y paro delante de la puerta.

Lo observé, rezando para que se fuera. Levantó su brazo izquierdo, ya había perdido la fe. Toda acción tiene su consecuencia y esa sería la mía.

Paso su mano desordenando su rubio cabello, y después, se recargó sobre la puerta del mueble, cerrándola por completo.

Me dejo a oscuras, abrazada a mis piernas. 

Cave mi propia tumba, y no me di cuenta. No debí entrar a esa cabaña, o lo que sea que fuese. 

Me arrepentía por no irme en el momento que tuve la oportunidad, y no estaría atorada en esas cuatro paredes, escuchando murmullos al otro lado. ¡Ni siquiera desayune!

—Que belleza —decía el chico— ¿Cómo puedo ser tan guapo?

—Dios mío, donde me metí —pensé.

Las pisadas comenzaron y terminaron al comienzo del rechinido de la cama.

Por el paso al que íbamos, tenían pinta de tardarse mucho. Habían pasado varias horas y no se largaba. No soy quien, para decirles que hacer en su propio espacio, tenía el culo adolorido. El piso no era muy cómodo, siendo sinceros.

En algunos momentos, creí que el chico se había quedado dormido, pero, los sonidos que surgían de su móvil, de vez en cuando, me contradecían.

Intenté distraerme, viendo mi celular. Termine rindiéndome, la iluminación en el mueble era nula y el brillo desgarrador del teléfono me iba a dejar ciega, más de lo que ya estaba.



#16430 en Novela romántica
#2970 en Chick lit

En el texto hay: superacion, amor, romancejuvenil

Editado: 20.09.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.