Un vuelo al ¿amor?

Bien

Ya estaba harta de llorar, estas vacaciones las pasaba lamentándome.

Era cansino.

Se suponía que iba a disfrutar, a pasar un buen rato, no a lamentarme.

Al final, termine sin poder descansar y tan pronto le mande un mensaje a Johan para ir a desayunar, salí.

De algún modo debía afrontar lo sucedido y seguir mi vida. 

Mis ojos se sentían cansados, hinchados y era consiente de las bolsas negras que los acompañaban. Lucía fatal, solo esperaba que Johan no lo notara tanto.

 

Tarareaba la canción que se reproducía en mi celular junto a Johan, estábamos tirados en el césped, mientras observábamos el cielo, intentábamos buscarle la forma a las nubes.

Johan me dijo que era demasiado temprano y el lugar al que me quería llevar probablemente esté cerrado, así que decidió que primero vayamos al parque.

—Ese de allá se ve como una casa —dijo Johan, apuntando hacia una nube.

Lo miré como si, de repente, se hubiese vuelto loco, yo le hallaba forma de globo, cero similitud con una casa.

—No es cierto —reí.

—Y ese de ahí —Johan señaló al centro— es un vaso.

Me carcajeé.

—Claro que no, es un cofre.

—Míralo bien —me regaño—, es un vaso.

—Te lo digo yo, es un cofre.

Nos la pasamos discutiendo sobre la forma de las nubes y cuando nuestros estómagos rugieron, no nos quedó otra opción aparte de ir al restaurante 24 horas, «Prep» recuerdo que se llamaba.

El otro sitio podría esperar.

—¿Qué van a pedir? —pregunto la camarera, deteniéndose en la mesa.

Últimamente, me estaba descuidando, lo raro estaba en que aun sabiéndolo, no me importaba.

—Yo pizza —sonreí ampliamente— y papas.

—Por mi parte papas también y dos empanadas —dijo Johan, dejando el menú en la mesa.

—¿Algo de beber? —volvió a preguntar la chica, apuntando nuestros pedidos en una diminuta libreta.

Mire a Johan antes de contestar.

—Un refresco de manzana.

—Para mí un café —pidió Johan.

Cuando la chica, que al parecer, se llamaba Lara, se fue. Me quedé viendo a Johan. 

Las decoraciones neón de las paredes, ya no me parecían interesantes y resultaban algo cegadoras. 

No convenía quedarme viéndolos.

—¿Nunca tienes cosas que hacer? —pregunté lo primero que se me paso por la mente.

Él solo se carcajeó, mirándome fijamente a los ojos. Su reacción me estaba poniendo nerviosa. Y tal vez que me mirara de esa manera tenía algo que ver.

—La verdad, no —se sinceró con una sonrisa—. Mis amigos se la pasan en el cubo.

—¿El cubo?

—Si, el lugar al que te lleve cuando te perdiste —explicó—, le decimos el cubo. Cuando éramos más chicos lo encontramos y le metimos cosas que nadie necesitaba.

—Con razón se ve tan hippie —pensé en voz alta, callándome al instante—. No, o sea, si, pero no en plan ofensa —ese fue mi intento de salvar el momento.

Johan no respondió mal, se limitó a reírse.

—Creo que me estás suplicando para que te lleve más seguido.

Esta vez, me tocó reír a mí. 

—¿En coche, cierto? —pregunté, tanteando el terreno.

—Caminando.

—¿Estás de coña? —abrí los ojos de par en par, ni perdiendo la cabeza volvería a recorrer todos esos kilómetros a pie.

—Te estoy haciendo un favor —al ver mi expresión incrédula, mojo un poco sus labios en un movimiento rápido y volvió a colocar una resplandeciente sonrisa en su rostro—, ejercitarse es muy bueno, supuse que lo sabías, digo, estudias algo relacionado con la salud, ¿no te enseñan eso en clase de medicina?

Debía ser una broma, usó una carta muy poderosa.

Dios mío, él sabía mucho de mí, pero yo no tanto de él cómo para poder regresársela.

—No decías eso cuando te desvelabas conmigo viendo series —rodé los ojos siendo consiente que esa batalla, ya la tenía perdida.

—Es que, aparte de descuidada, eres mala influencia para mí.

—¡¿Disculpa?! —fingí dramatizarme, haciéndome la digna.

—¿Puedes negarlo? 

—Sí.

No estaba tan segura de eso.

—Te escucho.

—A ver, señor especialista en la salud, ¿le recuerdo quien le enseñó a cocinar quesadillas?

—Que, por cierto, quedaron muy bien —agregó Johan, humildemente.

—Eso no lo discutiré, no estoy hablando de eso.

—No lo discutes porque sabes que tengo razón.

Apreté mis labios, evitando que mis labios formaran una sonrisa. Johan poseía un encanto y un humor...

—Su comida —interrumpió Lara, colocando en la mesa, nuestros pedidos.

Finalmente, aparte la vista de Johan, para dedicarme a comer, moría de hambre y la pizza delante de mí, lucia muy apetecible.

 

El viaje en coche sería largo y no haber dormido, no ayudaba mucho que digamos, me estaba pasando factura. De momentos cerraba los ojos y perdía la concentración de lo que sea que intentaba ponerle atención.

Hasta ese punto, me costaba mantenerme despierta.

—¿Te parece si vamos al cubo? —preguntó Johan, totalmente centrado en su labor de conducir.

No reaccione al principio.

—allá tenemos una cama —agregó—, podrás dormir unas horas. 

Y vaya que lo sabía, literalmente pasé un buen de tiempo con un dolor de trasero increíble, estando escondida en ese armario.

—Aja —murmuré pestañeando varias veces, volviendo a la realidad—. Sí, vayamos.

Cualquier lado era mejor. No me apetecía ver a mis padres.

Seguramente no me los encontraría, pero ya había vivido la experiencia de encontrarme a mi madre sentada en la sala y vaya que traía sorpresa. Por si acaso, no me arriesgaría.

 

—Pero miren quien vino —saludó Erick, viéndonos de reojo, mientras le disparaba a algo en la consola— y con compañía.

Era imposible de creer que todo lo que había en la cabaña-barra-casa, fueran cosas que no usarían en sus casas.



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En el texto hay: superacion, amor, romancejuvenil

Editado: 20.09.2022

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