Si ser adolescente es la metamorfosis de la niñez a la adultez, todos deberíamos brotar como hermosas mariposas, sin embargo, a muchos no nos pasa así, y esto hablando superficialmente, cuando conocimos a Diego, apenas sí me sacaba 2 cm, ahora me llevaba unos 15 cm y yo, yo sigo “enana", aparte de esmirrada.
Hay días que siento que no me soporto, que no soporto mirarme en el espejo.
O sea. ¡Vida!, ¿Por qué no puedes ser más amable conmigo? Y haberme regalado un cuerpo de esos curvilíneos, unos ojazos interesantes o al menos algún talento que me haga destacable.
No, sólo me diste un sarcasmo superior, que a mucho, me hace ser el payaso de turno.
Mientras que mis demás compañeras, fuera de tontas, están tan bien dotadas. A mí me parece que me llevan los vientos de principio de año.
Ni una cara Bonita, ¡Señor! ¿Qué horrible crimen habré cometido en mi vida anterior?
Suspiro.
Y todo esto sólo son mis reflexiones vespertinas, aún me queda día para el autodesprecio. Porque es Domingo y no hay nada que hacer.
Cuando asomó mi nariz por la cocina, veo que mi mamá prepara espaguetis con carne molida y patacones.
—¿Viene Diego? —pregunto, la esperanza hace mi día menos patético.
—Sí —responde mi mamá afanada revolviendo la carne.
Me subo en la mesa de la cocina.
—¿Y eso? Él no suele venir los domingos.
—No sé, creo que sus papás no van a estar.
—¡Ah, güeno!… —miro con indiferencia mis uñas.
—Y ya lavaste el baño? —pregunta mi 'amá
—Este…
—Bájate de ahí y ve a lavar el baño.
—Sí, sí… que viene su majestad y hay que tener todo limpio.
Mi mamá me tira el trapo de la cocina, mientras salgo entre risas.