La vida es una completa porquería a veces… casi siempre.
Los días que "se va la luz", se sienten más "potentes", sí, es que vivo en un pueblecito, tercermundista de porquería.
Además, Diego tiene novia nueva; una estúpida de Carrasquero, con más teta que cerebro. Así que últimamente no viene mucho por acá.
Hasta faltó a mi cumpleaños 16. Sí, aún no se lo perdono. Es verdad que cayó un "palo de agua", típico de mi cumpleaños, pero no es excusa.
Pensando todo esto, mientras estoy recostada en el maletero del carro de mi papá un Malibú color azul, como con un cuarto de siglo al servicio de la familia.
Es mi lugar favorito para esperar que regrese la electricidad. Son las diez de la noche. Y la brisa fría que llega desde la costa ha despejado el cielo, junto con la falta de contaminación lumínica hace que por primera vez, en mis 16 años de vida, pueda apreciar lo que siempre ha estado sobre mí; un camino de estrellas en el cielo, tan brillante y resplandeciente, que acalla mis pensamientos y sentimientos.
La siguiente media hora me dedico a mirar cada punto y entre más me esfuerzo en contarlos más se multiplican. Y de repente mis ojos se llenan de lágrimas.
Me digo que es el esfuerzo de mirar fijamente, pero en el fondo sé que no es así.
Que sólo quisiera hundirme con el firmamento.
No entiendo, ¿qué hay de malo en mí? ¿Por qué sigo empeñada en amar a alguien que no me da la atención que quiero?
Una parte de mí me responde, que además de acosarlo, nunca he hecho el mínimo esfuerzo para que Diego se fije en mí.
Todo lo que hago es quejarme y autocriticarme. Hacer de payasa y reafirmar mi inmadurez.
¡Debo hacer algo!
Esforzarme, para que Diego note que existo como interés amoroso.
Quizás le pasa como a mí, que todo el tiempo he tenido ese espectáculo de estrellas sobre mi cabeza y nunca lo había notado.
Sí, eso debo hacer. Hacer que me note.