Tratar de explicar la distribución de calles en mi pueblo, es pérdida de tiempo; se requiere un mapa. Habiéndose expandido según el antojo popular sin ninguna planificación urbana y teniendo que adaptarse a los accidentes geográficos, pues es más o menos: calles que suben, bajan, vuelven a subir, se bifurcan y vuelven a encontrarse.
El camino largo y solitario era prácticamente “volver” sobre nuestro recorrido previo, sólo había que cruzar el cementerio (sí, una calle cruzaba el cementerio comunitario, medio a medio) y estabas prácticamente en el mismo punto para llegar a la cancha comunitaria.
Afortunadamente antes de llegar al cementerio había un cruce, que volvía y daba la vuelta y se dirigía a un costado del pueblo para dar hasta lo último él. Esa calle ya era menos poblada y a medida que avanzamos en el camino, las casas iban quedando atrás, hasta que sólo se veía una sobre una loma a la orilla de la Laguna favorita de Diego.
Atardecía ya, cuando llegamos a ese punto. Sólo se escuchaban las bandas de sapos en la laguna, a lo lejos los mugidos del ganado de la hacienda que estaba más adelante. Y el zumbido eléctrico de la torre de energía que cruzaba paralelo al pueblo. La luz naranja tenía de un tono refulgente, la tierra roja. Los verdes se veían dorados y el cielo azul; ocre.
La laguna se veía oscura a la sombra del cerro que la cubría.
Sí, es la clase de paisajes que hace que este pueblo tenga encanto.
Por la mirada de Diego, se veía que era el mismo sentimiento para sí.
—A veces quisiera sólo huir de aquí, pero, veo cosas como estas y me hace amarlo. ¿Sabes?, es como el Yin y el Yang.
—Siempre he sabido que no te terminas de amañar aquí.
—No, no lo hago. Pero, hay cosas que valen mucho la pena. Ustedes; tu familia, han sido una bendición enorme en mi vida.
—Y tú para mí —digo muy bajo
- Y entonces... ¿te darás por vencido en el amor? -pregunto.
- No, porque la carne es débil…
- Y el diablo puerco. Sí así dice mami…
- Shí… que ya estamos solos.
- Bobo.
- Es más pégate más, así nos protejemos mejor.
Y en vez de aprovechar, lo empujo.
Qué vaina ser unos adolescentes, no sabe uno ni cómo comportarse.
Y por no esperárselo, se cae.
Me río como boba y salgo corriendo.
Y corre detrás.
Nunca he sido buena en los deportes colectivos, pero para correr parezco una gacela. O al menos eso dicen siempre.
Cuando al fin me tengo, es porque el terreno comienza elevarse.
Y justo me agarra por el brazo.
- Eres una niña mala, y se supone que estabas convaleciente.
- Ya me recuperé, bobo.
Los dos respiramos agitadamente.
- Mejor nos sentamos un ratico aquí- se sienta en la tierra roja y llena de piedras, mientras me mantengo de pie.
- Débil -le digo- no solo tengo una lengua rápida… ajá.
- Ya veo.
Y me mira. Lo miro.
Y lo sabe; sabe que me muero por él.
- Claudia, ¡no! -me dice con tristeza.