Una adolescente hablando de amor; típico.

Debilidad

Hacemos nuestro paseo en silencio; la verdad que este pueblo es el sueño de cualquier amante de las bicicletas. Subidas bajadas, curvas cerradas, rápidas, circuitos planos, montículos de tierra donde saltar.
Todo eso hace Diego, yo sólo me limito a tratar de seguirle el ritmo y no arrancarme media jeta.
Ajá.
Todo por amor a las empanadas.
¿Y por qué tiene que ser tan desgraciadamente bello?
Terrible, una hora con él y siento que recaigo, en definitiva, las mujeres no tenemos vergüenza, dice mi mamá.
Cuando pienso que el paseo, está por terminar. Me habla.
—Clau... Vamos a ver la laguna —me dice, medio agitado.
—Dale —respondo con supuesta tranquilidad.
Nos acercamos a la orilla por la parte plana, donde los Cujís y Curarires hacen una especie de arco. La superficie de la laguna se ve de un azul plateado. No hay brisa así que se ve tan serena.
Diego mira que del este viene una tormenta y del oeste la luz del atardecer nos inmunda la piel.
Se le aguarapan los ojos.
Qué raro.
—Voy a extrañar esto.
Suspira profundamente.
Me mantengo en silencio.
—Ven, sentémonos aquí. Me señala un Dividivi cuyo tronco está doblado, suspendido hacia la laguna.
Los Dividivi tiende a retorcerse y adoptar esas figuras extrañas.
Se sube él primero y luego me extiende la mano.
—Cualquier cosa, se parte, y del suelo no pasamos.
—Ja, ja —le respondo con sarcasmos y lo miro feo.
—Te he extrañado —me dice.
—¿De qué hablas? —lo miro recelosa.
Aún sigue con la mano extendida, esperando me acerque
—Siéntate, primero.
Entrecierro los ojos.
Me mira con esos ojos negro rasgados y la esperanza vuelve y hace de las suyas.
¡No! Grita mi mente.
Y como soy débil, le extiendo la mano.




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