Miro mis pies que casi rozan la superficie del agua, los de Diego se hunden en ella. Se quitó los zapatos.
El nivel de salubridad de la laguna, es suficientemente bueno como para eso. Bañarse así, bueno, ya es un riesgo que uno decide si correr o no.
—Parece que va a llover —dije mirando el cielo.
—Quizás sí —responde Diego.
—Ajá...
—Claudia... Quería hablar sobre lo que pasó hace meses.
Siento enrojecer.
—No sé, de qué hablas... —miento.
—Sí, lo sabes, yo te gusto, es más, estás enamorada de mí.
¡Qué humillante! Podría tirarme a la laguna y ahogarme en 30 cm de agua.
—¿Sabes?, no es muy caballeroso humillar a una mujer con eso.
Quiero llorar, aprieto los ojos.
—Mírame, Claudia.
Una lágrima se escapa.
—El sentimiento es mutuo.
Abro los ojos de par en par, lo miro y más lágrimas bajan.
Su cara no me dice que sea una romántica declaración.
—Esto es aún más cruel, se te ve claramente que no me estás pidiendo que sea tu novia. Sólo me estás mintiendo.
Comienzo a intentar bajarme del tronco.
Me aprieta por el brazo.
—Escúchame, por favor. Sé que no es lo que quieres escuchar, pero necesitamos hablar de esto, en unos meses me voy y no quiero que pasemos este último tiempo así.
Se va; mi corazón se hace migas.
—Habla pues, te escucho. —decido quedarme al final, ¿qué más se puede perder?
Suspira profundamente.
—Clau, mi niña bonita. Siempre me has gustado y en el último año me he enamorado de ti.
Siento rabia. ¿Cómo se atreve a decirme eso?
—Si es verdad, ¿Por qué nunca has hecho, ni dicho nada porque tengamos una relación?
—Por respeto, por cobardía, por miedo de cagarla y que luego perdiera tu amistad, la de tu familia.
—¿Por qué eres tan cruel!
Y ya no puedo contenerme más. Lloro, lloro con sollozos grandes que me ahogan.
Él intenta sostenerme. Pero, lo empujo y casi cae, pero se mantiene y en cambio quien cae de culo soy yo.
Claro, mi desgraciada vida; no puedo tener siquiera dignidad.
Así que lloro más, en medio del barro y el agua. Termino de recostarme y hundirme en el agua.
El sonido de la lluvia que se acerca se amortigua debajo del agua. Hasta que la siento en la cara; fundiéndose con mis lágrimas.
La punta de mi nariz, sobresale del agua.
—Claudia, levántate de ahí, te vas a enfermar.
Escucho la voz de Diego, amortiguada.
Y luego sus brazos que me levantan del torso.
Estoy en crisis.
Sí, tengo problemas mentales serios.
Sólo puedo llorar mientras Diego me sostiene contra su cuerpo.
El agua cayendo nos empapa.
El sonido de la lluvia sobre la laguna, sobre los árboles, sobre la tierra, me trae un poco de calma.
Levanta mi cara, hacía él.
Y me besa.
Así, toda mocosa, sollozante. Y no sé que sentir.
Separa sus labios de mi boca y los pega a mi oído.
—Eres la niña, casi mujer, más bella que he visto, eres inteligente, talentosa, ocurrente, divertida, hermosa. Perdóname, por mi cobardía.
—Te odio —respondo.
—No digas eso.
—Pero, más me odio a mí. ¡Eres un mentiroso! —me separo de él —mírame, soy horrible, soy una tabla; sin tetas, sin culo, tengo esta cara fea y corriente. Soy torpe, no tengo nada atractivo en mí. Por eso no me quieres. Y ahora sólo estás jugando conmigo. Te odio. No soy nada... Soy horrible.
—Claudia...
Su cara de consternado es casi divertida.
—Ve, vete a la ciudad, con todas las mujeres bonitas e interesantes que existen. Ya que yo no soy una de ellas.
—¿Por qué piensas eso?
—Es verdad.
—Te mientes a ti misma. Eres más, mucho más de lo que dije. Tú eres una persona maravillosa y físicamente eres bella. Bella, como ver el sol después de la creciente. Eres como ver reverdecer los campos tras la sequía. Eres como ver los atardeceres desde los campos de cosecha. Eres como los curarires en flor. Eres como esta tierra roja tras la lluvia. Eres como esta laguna Claudia, la más bonita y la que siempre quise. Te prometo, que si Dios quiere, volveremos a estar juntos y si no quiere también.