Una Amante para mi esposo

2.

capitulo 2

El juego apenas comienza.
Juliette
—¿Cuánto te pagó? Solo dime y te daré el doble.
Su voz es grave, fría, cortante. Su mirada azul, como una tormenta de invierno, se clava en mí con una intensidad que me deja sin aire.
Lo peor es que no parece furioso. Parece divertido. Como si esto fuese un juego y yo solo una pieza más en su tablero.
Respiro hondo, obligándome a recomponerme. No puedo demostrar miedo. Si lo hago, estaré perdida.
—¿De qué estás hablando? —pregunto, fingiendo confusión.
Ethan suelta una carcajada baja y seca. Se acerca un paso más, reduciendo la distancia entre nosotros hasta que su perfume amaderado y caro invade mis sentidos.
—No juegues conmigo, muñeca. —Su pulgar roza mi mentón, obligándome a mirarlo directamente—. No eres la primera mujer que me envían.
Un escalofrío me recorre la espalda. Maldita sea, Aysel.
—¿La primera mujer? —Susurro, sintiéndome como una mariposa atrapada en una telaraña.
—Mujeres que creen que pueden atraparme con sus trucos baratos. —Su pulgar sigue deslizándose por mi mandíbula con una suavidad perturbadora—. Pero tú… tú al menos eres entretenida.
Su sonrisa es perezosa, pero sus ojos… sus ojos están llenos de peligro.
No sé qué me aterra más: que haya descubierto la verdad tan rápido o que parezca estar disfrutándolo.
Me humedezco los labios, y su mirada sigue el movimiento con demasiado interés.
—¿Y si te dijera que estás equivocado?
Ethan ladea la cabeza, como un depredador estudiando a su presa.
—Entonces demostrarlo.
—¿Cómo?
Su sonrisa se ensancha. Maldición. Esto no va a terminar bien para mí.
—Bésame.
Mi corazón se detiene.
—¿Qué?
—Si realmente no fuiste enviada por nadie… si realmente solo eres una mujer cualquiera que está aquí porque quiere… bésame.
Es un reto. Un desafío. Y lo peor es que lo sabe.
Si me niego, le estaré dando la razón. Si lo hago… Dios, si lo hago, no sé si podré detenerme.
Ethan Ferguson no es un hombre que se deja controlar.
Y yo acabo de entrar en su juego.
Silencio, no hay nada mas que un puto silencio ensordecedor.
Aysel no dice nada. Ni una maldita palabra.
«¿Dónde estás cuando te necesito, bruja?»
Estoy sola en esta habitación, con un hombre que podría destrozarme con una sola palabra… o con un solo beso.
—¿Te comió la lengua el gato? —Ethan murmura, acercándose aún más. Sus dedos rozan mi cintura, trazando un camino ardiente sobre la tela del vestido.
Piensa, Juliette. Piensa.
—¿Por qué te besaría? —mi voz suena segura, aunque mi interior es un desastre.
Ethan sonríe, como si esperara exactamente esa respuesta.
—Porque no tienes opción.
Su mano sube por mi espalda hasta mi nuca, sus dedos enredándose en mi cabello. El aire se vuelve espeso. El mundo fuera de esta habitación deja de existir.
Y entonces…
—¡NO LO HAGAS!
Aysel por fin aparece, esa perra asquerosa. la voy a matar.
Su voz estalla en mi oído como un grito de auxilio.
Parpadeo, intentando no delatar que estoy escuchando algo más.
—¿Qué pasa, muñeca? —Ethan inclina la cabeza, sus labios casi rozando los míos—. ¿Te arrepentiste?
—¡Dile que no! ¡Que no te gusta! Que te deje en paz y que te largas de aquí! —Aysel insiste, y juro que si la tuviera enfrente la estrangularía.
Me aclaro la garganta y suelto una carcajada baja, como si la idea me divirtiera.
—Lo siento, cariño. No beso a desconocidos.
Ethan aprieta la mandíbula.
—Qué lástima.
Antes de que pueda reaccionar, me suelta con la misma facilidad con la que me atrapó.
Y sonríe.
No sé qué me inquieta más: que no esté enojado o que parezca aún más interesado.
—Diviértete en la fiesta, muñeca. —Su voz es un ronroneo peligroso—. Pero te advierto… ahora me debes algo.
Me estremezco.
Porque sé que va a cobrarlo.
Me giro y camino hacia la puerta con la poca dignidad que me queda. No corro. Si corro, pierdo.
Salgo de la habitación, con las piernas temblando y el corazón desbocado.
—¡¿QUÉ CARAJO FUE ESO?! —susurro furiosa, llevándome la mano al oído para hablar con Aysel.
—¡Tú dime, genia! ¿Por qué casi te lo besas?
—¡Porque quería descubrir si estaba mintiendo!
—¿Y?
Me detengo en medio del pasillo.
Porque no sé qué responder.
Porque no sé quién iba a ganar si él me besaba.
—Esto se salió de control, Aysel.
—No, Juliette. Apenas comienza




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