Juliette
—Esto es una locura —murmuro, paseándome por la habitación con el teléfono pegado a mi oído.
—Oh, cariño, lo sé. Pero es una locura brillante —Aysel suena encantada, lo que me hace querer estrangularla aún más—. Escúchame, Ferguson es un tiburón, pero los tiburones también tienen debilidades. Y la tuya es… bueno, tú. Solo hay que darle la carnada correcta.
—¿Y qué sugieres, oh gran maestra del engaño? —resoplo, cruzándome de brazos.
—Que juegues con su orgullo. Lo confundiste en la fiesta, eso lo excitó. Ahora vamos a darle un empujoncito más. Quiero que lo seduzcas… pero a tu manera.
—¿Mi manera? —frunzo el ceño.
—Sí, muñeca. Sé tú misma. Sé… insoportable. Contradictoria. Una tortura viviente. Deja que piense que te está cazando, pero en realidad, tú lo estás llevando directo a la trampa.
Mi mandíbula se tensa. Sé que está manipulándome, pero al mismo tiempo… no puedo negar que la idea me intriga.
—Lo único que tienes que hacer es seguir el plan —añade Aysel—. Y si todo sale bien, Ethan firmará el maldito divorcio en menos de un mes.
—Siguiendo el plan… —murmuro, con una sonrisa maliciosa formándose en mis labios—. Bien. Vamos a jugar.
—¿Disculpa, qué? —parpadeo, mirando a Aysel como si me hubiera dicho que me inscribió en una competencia de lucha libre.
—Lo que oíste —Aysel sonríe con suficiencia—. A partir de mañana, trabajarás en la empresa de Ethan. Oficialmente, eres su nueva asistente ejecutiva… y también la mía.
—¡¿Asistenta de los dos?! —jadeo, llevándome una mano a la frente—. ¡Eso es una pésima idea!
—Oh, cariño, es una idea brillante —se inclina sobre la mesa, sus ojos destellando diversión—. ¿Sabes lo mucho que va a odiar tenerte cerca todos los días, sentada fuera de su oficina, en su espacio personal? ¿Sabes lo mucho que va a desear que desaparezcas y al mismo tiempo no poder hacerlo?
Resoplo, cruzándome de brazos.
—¿Y qué se supone que haga allí? ¿Servirle café mientras me lanza miradas asesinas?
Aysel ríe, con ese sonido melodioso que siempre esconde veneno.
—No, querida. Solo necesitas ser tú. Ser irritante. Hacerte indispensable y al mismo tiempo, desesperante. Poco a poco, lo llevaremos justo donde queremos.
—Esto va a salir terriblemente mal —murmuro, pero la sonrisa en mi rostro dice lo contrario.
Aysel me lleva a las afueras de la ciudad, deteniéndose frente a una casa demasiado familiar. Mi estómago se revuelve.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunto, sintiendo el pulso acelerado.
Aysel sonríe con inocencia fingida.
—Solo pensé que te vendría bien una pequeña motivación. Ve a ver a tu hija.
Mis piernas se sienten como plomo cuando bajo del auto y me acerco a la puerta. No tengo que tocar. Se abre de golpe, revelando a Liam, mi exmarido, con el ceño fruncido.
—¿Qué demonios haces aquí? —su voz es áspera, molesta.
Mis ojos recorren el interior de la casa. Mi casa. La que compramos juntos. Pero ahora es suya… y de ella.
—No voy a discutir sobre la casa, Liam —le espeto—. Puedes quedártela. Lo que no te voy a perdonar nunca es que me separaras de Maddie. Eres un descarado. Un cobarde. Un maldito poco hombre.
Él entrecierra los ojos y luego… me mira de arriba abajo. Su expresión cambia, pasando de enojo a algo más oscuro, más atrevido.
—Te ves preciosa —dice con voz grave—. No como cuando usabas ese uniforme de azafata de vuelo. Se nota que te ha sentado bien la vida sin mí.
Me estremezco, pero no de la manera que él espera. Antes de que pueda responder, una voz femenina interrumpe.
—Liam, ¿quién es? —Una mujer aparece en la entrada. Rubia, alta, con un vestido ajustado y demasiado maquillaje. Alexa, la mujer con la que me engañó.
Su mirada se clava en mí con desprecio.
—Oh, la exesposa —dice con una sonrisa falsa—. Qué sorpresa verte aquí.
Liam se tensa y resopla, girándose hacia la casa.
—Voy por Maddie.
Cuando vuelve, mi corazón da un vuelco. Maddie, con su cabello castaño recogido en dos coletas, corre hacia mí con una sonrisa radiante.
—¡Mamá!
La abrazo con fuerza, sintiendo sus pequeños brazos aferrarse a mi cuello.
—Te extrañé tanto, cielo —susurro contra su cabello.
—Yo también, mami —responde con voz temblorosa—. ¿Cuándo podremos estar juntas otra vez?
Trago el nudo en mi garganta y le acaricio la mejilla.
—Muy pronto, amor. Te lo prometo.
Nos quedamos abrazadas unos segundos más, hasta que Maddie se aparta para mirarme con sus grandes ojos curiosos.
—Mami, ¿por qué estás tan guapa? —pregunta, con esa madurez inesperada que siempre me sorprende.
Sonrío y le doy un beso en la frente.
—Porque tengo que jugar un juego muy importante, cariño.
Cuando finalmente me alejo, siento miradas clavadas en mí. Al otro lado de la calle, Ethan y un par de sus hombres observan la escena con interés.
Él se cruza de brazos, con una sonrisa perezosa y peligrosa en los labios.
—Interesante —murmura—. Encontré tu debilidad, muñeca. Veamos quién puede jugar mejor… tú y Aysel, o yo, el Diablo.
Me quedo inmóvil, con la sangre hirviendo en mis venas.
El juego acaba de volverse personal.
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Editado: 11.04.2025