Una Amante para mi esposo

5.

Capítulo 5

El restaurante es elegante, con luces tenues y un ambiente exclusivo que grita sofisticación. Aysel ha organizado todo con precisión quirúrgica, asegurándose de que Juliette y Ethan tengan la "cita" perfecta para poner en marcha el nuevo plan. Juliette, vestida con un vestido negro ajustado, juega con la copa de vino en su mano mientras mira a su acompañante con una sonrisa calculada. Esta vez, ella tiene el control. O al menos, eso cree.

Ethan la observa con su característica arrogancia, los ojos azulados brillando con un destello de diversión.

—Pareces relajada esta noche —comenta, dándole un sorbo a su whisky—. ¿Te acostumbraste a mi compañía o solo te resignaste?

Juliette sonríe, deslizando un dedo por el borde de su copa.

—Tal vez estoy disfrutando la idea de hacerte caer en mi trampa, Ferguson.

Él suelta una carcajada baja, inclinándose ligeramente sobre la mesa.

—¿Tu trampa? Qué adorable.

El mesero se acerca con su plato principal, interrumpiendo momentáneamente el juego de miradas. Juliette, sintiéndose envalentonada, decide ir un paso más allá. Deja caer casualmente su zapato y, con un movimiento experto, desliza su pie por la pantorrilla de Ethan. Siente su cuerpo tensarse apenas, pero en lugar de apartarse, él la desafía con una mirada perezosa y lasciva.

—Eso no está nada mal, princesa —murmura, sin perder la compostura.

El mesero, ajeno a la tensión que se construye, sigue enumerando los ingredientes del plato. Juliette se siente poderosa, hasta que Ethan, con una calma exasperante, desliza su mano bajo la mesa y atrapa su tobillo. Un apretón firme, dominante. Su pulgar traza círculos perezosos en su piel, y de repente, ella pierde el hilo de la conversación.

—¿Está todo a su gusto, señorita? —pregunta el mesero.

Juliette tiene que morderse el labio para no jadear. Ethan la está retando, y ella odia que esté logrando descolocarla tan fácilmente.

—Perfecto —responde con voz algo temblorosa.

Cuando el mesero se marcha, Ethan suelta su tobillo lentamente, pero no sin antes acariciar la piel expuesta de su pierna con una lentitud exasperante.

—Parece que perdiste la compostura por un momento, Juliette. ¿Estás bien? —pregunta con falsa preocupación.

Ella entrecierra los ojos, decidida a recuperar el control. Pero entonces, Ethan ataca donde más duele.

—Debe ser difícil para ti fingir que dominas la situación cuando perdiste el control de tu vida hace tiempo —su tono es suave, casi compasivo, lo que lo hace aún más cruel—. Como aquella vez que entraste a tu casa y viste a tu esposo con otra mujer en tu cama.

Juliette siente que su estómago se revuelve. Él sigue.

—O cuando te pidieron el divorcio y te dejaron sin nada. Bueno, sin nada excepto una montaña de deudas y el corazón roto.

El aire se vuelve irrespirable. Ethan la observa como si acabara de destriparla con precisión quirúrgica y estuviera esperando a ver cómo se desangra.

—O tal vez cuando perdiste a tu hija, Maddie. ¿Cómo es vivir sabiendo que te consideran una madre indigna?

El golpe final.

Juliette se levanta de golpe, su silla rechina contra el suelo y algunas miradas curiosas se giran hacia ella. No dice nada, no puede. Se ahoga en la tormenta de emociones que la invaden. Solo necesita salir de ahí.

Cruza la puerta del restaurante sin mirar atrás, pero antes de que pueda recuperar el aliento, escucha pasos apresurados tras ella. Ethan.

—Oh, vamos, Juliette. ¿Tan frágil eres? —se burla con suficiencia.

Ella sigue caminando, el pecho ardiendo de rabia y dolor, pero su vista se nubla por las lágrimas no derramadas. Cruza la calle sin mirar.

Un claxon. Luces. Un golpe de adrenalina.

De repente, unos brazos fuertes la atrapan y la arrastran hacia la acera con fuerza. Su cuerpo choca contra el de Ethan, su respiración agitada golpea su oído.

—¿Eres estúpida? —le gruñe, aún sosteniéndola con firmeza.

Ella tiembla, no por él, sino por lo cerca que estuvo del desastre. Por un segundo, se permite hundirse en el calor de su abrazo. Luego, la rabia regresa.

Se aparta bruscamente, empujándolo.

—Prefiero morir atropellada que seguir escuchando tus mierdas —espetó con veneno.

Ethan se queda quieto, su expresión cambia por una fracción de segundo, como si realmente esas palabras hubieran hecho mella. Pero antes de que pueda responder, Juliette ya se está metiendo en un taxi.

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Aysel está en la cocina de la mansión cuando ve a Ethan entrar. Pero algo está mal. Su postura, su semblante. No es el Ethan Ferguson confiado y burlón de siempre.

Con el teléfono pegado a la oreja, escucha la voz de Juliette al otro lado.

—Esto fue un error. No puedo seguir con esto. Quiero renunciar.

Aysel sonríe levemente, viendo cómo Ethan se pasa una mano por el rostro, visiblemente alterado.

—No puedes renunciar, cariño. Firmaste un contrato. Te veo mañana en la oficina. Tenemos un nuevo plan.

—Eres una perra malvada —escupe Juliette.

Aysel ríe.

—Lo sé —y cuelga, justo cuando Ethan lanza su chaqueta contra el sofá con frustración.

Aysel se sirve otra copa de vino. Las cosas marchan viento en popa.




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