Una Amante para mi esposo

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Capítulo 6

Juliette entró a la oficina con pasos pesados, los ojos hinchados y el rostro demacrado por la falta de sueño. Había llorado toda la noche, reviviendo las palabras crueles de Ethan una y otra vez. Sentía que la herida de su pasado seguía abierta, más profunda de lo que creía.

Ethan, sentado en su despacho, la observó con el ceño fruncido. Algo dentro de él se retorció al verla así. Sabía que se había pasado, que sus palabras habían sido demasiado crueles. Pero el orgullo le impedía disculparse. En lugar de eso, se cruzó de brazos y la vio desaparecer en la oficina de Aysel.

Desde su escritorio, podía verlas a través del cristal. Aysel hablaba con gestos exagerados, alzando la voz, como si estuvieran discutiendo acaloradamente. No podía escuchar nada, lo cual lo frustraba aún más. Se preguntó qué estarían tramando ahora.

Dentro de la oficina de Aysel, la conversación era completamente distinta.

—Escúchame bien, Juliette. Ethan estuvo hecho mierda anoche —dijo Aysel en voz alta, pero su tono era suave, tranquilizador—. Apenas y durmió. No sé qué pasó exactamente en la cena, pero lejos de ser un fracaso, esto nos hizo avanzar varias casillas hacia la meta.

Juliette bajó la mirada, aún sintiéndose frágil.

—Sus palabras… me destrozaron, Aysel. Me hizo sentir como una basura. Como si realmente fuera una fracasada. Me di cuenta de que no he superado lo de mi exmarido, sigo sintiéndome una madre indigna. Ni siquiera mi madre me habla porque todos le creyeron a él. Mi vida es un caos, y ahora esto… esto solo lo empeoró.

Aysel se inclinó y le sirvió una copa de vino.

—Cálmate. Las circunstancias difíciles son parte de las transformaciones, Juliette. Y tú estás transformándote. Ahora tienes dinero, tienes un abogado… y conseguí que Maddie pase los fines de semana contigo.

Juliette la miró con los ojos muy abiertos. Un sollozo escapó de su garganta y las lágrimas volvieron a rodar por su rostro. Se impulsó para abrazar a Aysel, pero esta levantó una mano para detenerla.

—No. No podemos dar un espectáculo. Sé que Ethan nos está observando.

Juliette giró la cabeza y, efectivamente, Ethan la estaba mirando fijamente desde su oficina, sin disimulo alguno.

—Pero… ¿qué demonios le pasa? —murmuró Juliette, confundida.

Aysel sonrió con satisfacción.

—Te lo dije. Estás entrando en su cabeza. Ganaremos. No te rindas. Serás libre y millonaria. Y estarás con tu hija.

Juliette suspiró, sintiendo una extraña resignación.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

Aysel le dio una palmadita en la mano y se acomodó en su asiento con una sonrisa maquiavélica.

—Ahora llora un poco más, limpia tus mocos y sal de aquí con cara de tragedia. Luego, ve a servirle el café y no le dirijas ni una sola palabra.

Juliette suspiró y, con una actuación digna de un Oscar, salió de la oficina frotándose los ojos y con el gesto de alguien que acaba de tener la peor discusión de su vida. Caminó hasta la cafetería, preparó el café de Ethan y entró en su despacho sin decir una palabra.

Ethan la observó, notando cómo evitaba mirarlo. Se sintió incómodo, como si hubiera perdido algo importante. Esperó un momento, pero Juliette no dijo nada.

—Juliette… —comenzó.

Ella no respondió, simplemente dejó la taza sobre su escritorio y se giró para marcharse.

—Juliette —repitió, esta vez con más firmeza. Cuando ella siguió ignorándolo, su orgullo herido se impuso—. Te estoy hablando. Cúmpleme una orden y dime algo.

Juliette se detuvo, suspiró y, sin siquiera mirarlo, murmuró:

—Hace calor hoy.

Ethan entrecerró los ojos, insatisfecho.

—No es eso lo que quiero escuchar. Discúlpate.

Juliette se giró lentamente, con una mirada de incredulidad y desprecio.

—¿Discúlpame? —su risa fue amarga—. Jamás.

Dicho esto, le dio la espalda y salió de la oficina, dejándolo solo con su café… y su orgullo herido.

Horas después, cuando el sol comenzaba a descender, Ethan tomó su teléfono y marcó el número de Juliette. Ella tardó en contestar.

—¿Qué quieres? —preguntó con voz seca.

—Te invito a cenar —dijo él sin rodeos.

Hubo un silencio largo. Ethan casi pudo imaginarla debatiéndose entre colgarle o insultarlo.

—¿Por qué? —preguntó finalmente, con evidente sospecha.

—Porque no me gusta el café frío y porque necesito ver si tienes más trucos bajo la manga además de ignorarme.

Juliette apretó los dientes.

—No quiero ir a cenar contigo.

—No era una invitación. Paso por ti a las ocho.

Y colgó antes de que ella pudiera protestar.




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