Una Amante para mi esposo

8.

Capitulo 8: nueva batalla.

Era viernes por la mañana cuando la luz del sol comenzaba a filtrarse tímidamente a través de las persianas de la oficina. Pero para Aysel, el brillo de la mañana no era suficiente para disipar la oscuridad que sentía por dentro. Había pasado toda la noche dando vueltas en su cama, consumida por la rabia y la frustración. Ethan la había dejado en jaque, y aunque la cena había sido productiva, el golpe seguía doliendo. Juliette, por su parte, tampoco parecía estar en su mejor momento. La mujer que siempre tenía una sonrisa calculada ahora caminaba como si todo su mundo se estuviera desmoronando. El hecho de que ambas estuvieran tan destrozadas, tan vulnerables, parecía un presagio de lo que estaba por venir.

Aysel estaba sentada frente a la mesa, con las manos entrelazadas, observando el café frente a ella como si fuera una especie de elixir que podría darle la fuerza para seguir adelante. Juliette entró al despacho con una carpeta en la mano y una mirada sombría. No había saludos ni palabras de consuelo. Sabían que el tiempo era su peor enemigo, y el reloj marcaba las horas finales de su última jugada.

—Este es el final, Aysel —dijo Juliette, rompiendo el silencio con su voz fría—. Este es el punto de quiebre. Ya no hay vuelta atrás.

Aysel levantó la mirada, sus ojos oscuros reflejando la desesperación que sentía.

—Lo sé. Pero lo que hizo Ethan... fue demasiado. No puedo creerlo. No puedo creer que haya contratado a alguien para que me enamorara, para manipularme de esa forma.

Juliette sonrió con malicia, dejando que el peso de la conversación cayera sobre la mesa entre ellas.

—¿Y qué esperabas, Aysel? Ethan no juega limpio. No lo ha hecho nunca. Pero no es el fin del mundo. Relájate.

Aysel frunció el ceño, visiblemente indignada.

—¡¿Relajarme?! ¿Cómo se supone que me relaje cuando ese imbécil contrató a un hombre llamado Romeo para manipularme? ¡Lo usó todo, desde los sentimientos hasta el sexo, para controlarme!

Juliette suspiró, moviendo su cabeza con un gesto casi de indiferencia.

—Relájate, de verdad. Aysel, estás haciendo lo mismo. Piensa por un momento. Si te molestas, solo le estás dando razones a Ferguson para sonreír. No puedes dejar que te vea vulnerable.

La mención de "Ferguson" hizo que Aysel apretara los dientes, la rabia resurgiendo en su pecho. Pero también sabía que Juliette tenía razón. Ethan había hecho lo que siempre hacía: manipular, jugar con las emociones, torcer las reglas. Y ahora, estaban las dos en la misma posición.

—¿Qué sugieres, entonces? —preguntó Aysel, inclinándose ligeramente hacia adelante, la tensión palpable en su cuerpo.

Juliette la miró fijamente, y en sus ojos brilló una chispa de conocimiento.

—Ethan tiene muchos puntos débiles, Aysel. Pero el mayor, el que más le duele, es su miedo al fracaso. Su obsesión con el control. Tiene una necesidad enfermiza de demostrar que puede ganar a toda costa. Y si lo atacamos donde más le duele, lo vamos a destruir.

Aysel se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de Juliette. Y entonces, como si una bombilla se encendiera en su mente, vio el camino.

—¡El proyecto de expansión! Su mayor debilidad es esa. Quiere conquistar nuevos mercados, pero no tiene el control total de su equipo. Sus acciones siempre están en riesgo.

Juliette asintió, su expresión se suavizó al ver que Aysel había comprendido.

—Exacto. Y si lanzamos un proyecto paralelo, algo que lo haga parecer vulnerable ante sus inversores... Será su ruina. No tiene idea de lo que le estamos preparando.

Ambas se miraron, entendiendo que ese sería su golpe final. Un plan que parecía tan sencillo, pero tan devastador, que Ethan jamás lo vería venir. Si lo ejecutaban bien, todo se derrumbaría para él.

Mientras ellas planeaban, Ethan se encontraba en su oficina, observando desde el cristal con una sonrisa ganadora. Podía ver a Aysel y Juliette desde allí, con sus rostros tensos, sus posturas derrotadas. Es solo cuestión de tiempo, pensaba. Aun creía que tenía el control absoluto de la situación. Aysel estaba perdida, y Juliette solo era una pieza más en su tablero.

De repente, la voz de Juliette rompió el silencio en la oficina.

—Mira quién está sonriendo como si hubiera ganado... —dijo con una risa cínica—. Sonríe, Ferguson, que te durará poco.

Aysel levantó la mirada hacia la ventana, y al ver a Ethan, también esbozó una sonrisa burlona.

—Sí, Ethan, sonríe. Ya veremos quién tiene la última palabra.

Fue en ese momento cuando la voz de Ethan cruzó el espacio, llena de la típica arrogancia que siempre lo acompañaba.

—¡Juliette, mi café!

Juliette suspiró profundamente, exasperada. Se levantó lentamente de su asiento, como si fuera la cosa más ridícula del mundo tener que atender una demanda tan absurda.

—Es una broma, ¿verdad? —dijo, con una mirada que podría haber matado a alguien.

Aysel la observó con una ligera sonrisa.

—Anda, actúa lo más normal que puedas. Déjale creer que está ganando, mientras nosotras jugamos a lo grande.

Juliette rodó los ojos, pero no dijo nada más. Caminó hacia la puerta y abrió.

—Tú sigues jugando, Ferguson. Hoy es viernes, pero el lunes... La bomba explotará. Y cuando lo haga, no habrá forma de que salves lo que tienes.




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