Capítulo 12: El Juego de los Sentimientos
Juliette no podía dejar de pensar en el beso. Había sido inesperado, un giro abrupto en la tensión que había cargado la habitación desde que Liam se fue. El roce de los labios de Ethan había sido suave, sorprendente, como si no fuera más que una frágil caricia, pero lo que había dejado en ella no era tan sutil. Una corriente eléctrica había recorrido su cuerpo, su corazón se había acelerado, y por un segundo, el caos había desaparecido.
La sensación de su cercanía la embargó, el sabor de la incertidumbre en sus labios aún persistía. ¿Cómo había llegado ahí? ¿Por qué había permitido que sucediera? Mientras Ethan se apartaba de ella, con esa calma que solo él parecía tener, Juliette no pudo evitar sentirse vulnerable, casi desarmada. Él había roto el control que había mantenido a toda costa, ese control que la había ayudado a sobrellevar tanto tiempo. Había algo en él que la hacía dudar, algo en sus ojos, en su forma de mirarla que la hacía sentir… importante.
Pero, ¿qué significaba todo eso? ¿Qué era este sentimiento extraño que se estaba despertando dentro de ella? Había sufrido tanto, había sido traicionada tantas veces, y él… Ethan no era diferente, ¿verdad? No podía serlo. No podía permitirse creer que fuera más que una parte del juego de Aysel.
Ella tenía un trabajo que hacer, y no podía permitir que sus emociones nublaran su juicio. Tenía que mantenerse firme, por su bien y por el de Maddie. Aysel había orquestado toda esta situación para que se involucrara con Ethan, para que él se encariñara con ella. Juliette no podía ser otra víctima en este juego, no podía ser una pieza más en el tablero de Aysel. No después de todo lo que había sufrido.
Entonces, con un profundo suspiro, Juliette se obligó a cerrar los ojos, volviendo al mundo real. Tenía que mantener su distancia, alejarse de esas emociones que amenazaban con abrumarla. Esto no era sobre ella. Era sobre Maddie. Era sobre proteger a su hija. Y sobre cumplir con la tarea que le había encomendado Aysel.
Ethan conducía por las calles de la ciudad, el sonido del motor de su coche mezclándose con el silencio incómodo de sus pensamientos. La noche había caído, pero su mente seguía dando vueltas a todo lo que había sucedido ese día. El beso con Juliette. La dulzura de Maddie, esa ternura inocente que había irrumpido en el caos de su vida de manera tan inesperada.
Por un momento, una imagen de Juliette se apoderó de él, su rostro cerca, su respiración entrecortada, el roce de sus labios. Ethan frunció el ceño, ajustando el volante con más fuerza, como si eso pudiera disipar la imagen que se le había clavado en la mente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué había cedido a esa tentación?
Luego, pensó en Maddie. La niña tan curiosa, tan llena de vida, ajena a todo el desorden emocional que rondaba a su alrededor. Su energía, tan pura, tan libre, contrastaba con la tensión que Ethan sentía en su pecho. Durante unos segundos, había olvidado lo que estaba en juego. Se había permitido sentir algo más allá de la estrategia, algo más cercano a la conexión. Pero no podía permitirse eso.
Aysel había sido clara desde el principio: Juliette era un peón en su juego. Y si él se dejaba llevar por esa mezcla de atracción y compasión, si realmente se dejaba atrapar por lo que parecía un sentimiento genuino, entonces sería ella quien ganaría. Aysel quería verlo involucrado con Juliette. Quería ver cómo se encariñaba, cómo bajaba la guardia, para luego usarlo en su contra. Ella había orquestado todo esto: la contratación de Juliette, su relación falsa, cada paso, cada movimiento. Todo era parte del plan para destrozarlo, para hacerle perder el control.
Y Ethan no iba a caer en esa trampa. No podía.
Mantuvo su mirada fija en el camino, respirando profundamente. No importaba lo que sintiera por Juliette o por Maddie. No importaba cuán humana pudiera parecer la situación. Todo esto era parte de un juego mucho más grande. Tenía que mantener el control. Si no lo hacía, no solo perdería la batalla, sino que Aysel ganaría. Y eso, para Ethan, era inaceptable.
Se obligó a apartar esos pensamientos de su mente, endureciendo su expresión, como si el control de su destino dependiera de cada fibra de su cuerpo. Había jugado bien hasta ahora, y no iba a permitir que una distracción emocional lo hiciera perder el rumbo. Sabía lo que tenía que hacer, y lo haría, sin importar los sentimientos que se estuvieran colando, sin importar la confusión que comenzaba a rondar su corazón.
"Todo es parte del plan", se repitió una y otra vez. Y por ahora, eso tenía que ser suficiente.
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Aysel miraba a su alrededor, el salón vacío, las decoraciones de aniversario desmoronadas por la ausencia de su esposo. La furia la consumía. Sus padres, al principio tan entusiastas, habían llegado temprano para lo que se suponía debía ser una celebración, pero el anfitrión principal nunca apareció. La rabia empezó a hervir en su interior mientras veía cómo los pocos invitados se marchaban, desconcertados por la atmósfera tensa.
Fue su padre quien finalmente no pudo callar más. Se acercó a ella con una mirada severa, llena de desaprobación. —Aysel, ¿dónde está tu marido?—, preguntó con tono de reproche, mirando a su hija como si ella fuera la culpable. —Si no sabes ni dónde está, ¿cómo esperas manejar la empresa?—
La sangre de Aysel hirvió ante sus palabras. El machismo de su padre siempre había estado presente, y no lo iba a tolerar más. Su voz se alzó, cargada de rabia. —Soy una mujer de negocios, papá. ¡Una mujer de negocios!—, gritó. —Y si no pudiste verlo, es porque nunca me diste el espacio para serlo. ¡Tu machismo me ha destrozado! Ocho años de humillaciones, ocho años de tener que vivir en una maldita fachada con un hombre que no me respeta. ¡Y todo para qué! Para que tu orgullo no se vea afectado, para que sigas creyendo que soy una mujer que tiene que aguantarlo todo, porque tú me dijiste que debía ser perfecta.—
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Editado: 11.04.2025