Capítulo 17: El desorden que dejas.
Ethan manejaba rápidamente, el rostro serio y concentrado, pero no dejaba de mirar de reojo a Aysel, que estaba completamente pálida en el asiento del copiloto. No parecía reaccionar, y eso lo tenía más preocupado de lo que quisiera admitir. Solo le importaba llegar al departamento de Juliette, donde esperaba encontrar ayuda.
—Aysel, por favor, despierta... —dijo en voz baja, aunque sabía que ella no lo escuchaba.
Cuando finalmente llegó, estacionó el coche de manera rápida, sin detenerse a pensar demasiado en los detalles. Corrió hacia el lado del copiloto y, con cuidado pero de forma decidida, la sacó del coche. Aysel estaba más ligera de lo que esperaba, como si su cuerpo hubiera perdido toda su fuerza. Subió las escaleras con prisa y llegó hasta la puerta del departamento de Juliette.
Golpeó con firmeza. Juliette abrió casi al instante, sorprendida por la expresión de urgencia en su rostro.
—¿Qué ocurrió? —preguntó, mirando a Aysel en sus brazos.
—Necesito que me ayudes —respondió Ethan, sin perder tiempo—. No está bien.
Juliette, preocupada, lo dejó entrar y lo guió hacia el sofá, donde dejó a Aysel con suavidad. Ethan parecía inquieto, sus manos no dejaban de moverse, pero intentaba controlar su nerviosismo.
Juliette regresó rápidamente, con el alcohol en la mano. Sin perder tiempo, aplicó unas gotas sobre un pañuelo y lo acercó a la nariz de Aysel. El fuerte aroma fue lo suficientemente penetrante como para que Aysel comenzara a moverse y, con arcadas violentas, empezó a vomitar. El sonido no era nada agradable, pero al menos Aysel estaba reaccionando. Ethan, de pie junto a la escena, suspiró, aunque su rostro seguía siendo inexpresivo. La tensión no había desaparecido del todo, pero al menos la situación no era tan desesperada.
Aysel levantó la cabeza y, con esfuerzo, miró a Ethan, con los ojos empañados de lágrimas. Su voz salió rasposa, pero sincera.
—Lo siento... —murmuró, con un leve temblor.
Ethan la miró fijamente, su expresión seria. No había tiempo para sentirse conmovido o ser dulce en ese momento.
—Está bien —respondió con voz grave, casi distante—. No es el momento ahora. Respira.
Aysel, aún visiblemente afectada, giró hacia Juliette, la mujer que la había estado ayudando, y una nueva ola de lágrimas la hizo sollozar.
—He sido una perra... —dijo, en un susurro de arrepentimiento—. Lo siento.
Juliette no dudó en abrazarla, su tono reconfortante y amable.
—No pasa nada, Aysel. Todo va a estar bien.
Ethan observaba en silencio, sin decir palabra, como si esa escena le resultara un tanto ajena, pero no podía evitar notar el alivio de Aysel al recibir el consuelo de Juliette.
Juliette se giró hacia Ethan y, con un tono práctico, le preguntó si necesitaba ayuda para llevar a Aysel a la bañera.
—Yo puedo caminar... —dijo Aysel, con una mirada avergonzada, aunque la debilidad era obvia en su cuerpo.
Ethan suspiró con pesadez, sin mostrar mucha preocupación. Se acercó a Aysel y la levantó con esfuerzo, notando cómo su cuerpo empezaba a resentir el dolor por la paliza que había recibido. Pero, a pesar del malestar, no hizo una pausa, decidido a llevarla hasta el baño.
—Déjate de tonterías —murmuró, sin suavizar la voz, y cargó con ella mientras Juliette los seguía.
Al llegar al baño, Ethan dejó a Aysel en la bañera, el agua tibia cayendo sobre ambos. Aysel, agotada, no la soltó y lo envolvió en sus brazos, buscando apoyo. Ethan no mostró mucha reacción, solo permaneció allí, aguantando el peso de la situación.
Juliette, notando la incomodidad de la escena, ofreció una sugerencia.
—Te metes con ella —dijo, un tanto incómoda—. Es mejor que la vigiles, por si se queda dormida otra vez.
Ethan la miró sin cambiar su expresión. No era el tipo de situación que le gustaba, pero tampoco era momento de discutirlo.
Con un ligero suspiro, decidió entrar a la bañera con ella, sosteniéndola mientras el agua tibia los rodeaba. Aunque la situación era tensa, no dijo nada más. La abrazó, pero de una forma más mecánica, como quien cuida que alguien no se desmaye.
Juliette, sintiendo que su presencia podía ser incómoda, decidió salir del baño, dejándolos a solas sin decir una palabra más.
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El agua tibia se deslizaba lentamente por sus cuerpos, un alivio momentáneo, pero la tensión seguía flotando en el aire. Aysel, aunque visiblemente agotada, no podía dejar de hablar, la ironía de su situación la estaba consumiendo por dentro.
—Ocho años, Ethan... Ocho años esperando que me firmaras... y el día que lo haces, terminamos así. Es irónico, ¿no? —dijo con una media sonrisa amarga, sus ojos fijos en el agua, como si esperara que las palabras se diluyeran con ella.
Ethan la miró sin cambiar de expresión, su mirada tan fría como siempre. El silencio entre ellos duró un momento, pero él finalmente respondió, su tono grave y directo.
—¿En qué diablos pensabas cuando te fuiste sola a ese maldito lugar? Tenías la victoria en tus manos. Ahora, si todo esto sale a la luz, tu padre habrá tenido razón. Has hecho exactamente lo que él siempre predijo.
Aysel se giró hacia él, sus ojos brillando con rabia contenida.
—Que se vaya a la mierda, Ethan. Su maldita idea de controlarnos… Él nos arruinó la vida a los dos, no solo a mí. Tú también te has dejado arrastrar por todo esto.
La tensión se mantuvo en el aire, el agua a su alrededor ya no podía calmar la tormenta interna de ninguno de los dos. Aysel sentía la frustración acumulada por años, y aunque las palabras le salían con rabia, también había un dejo de tristeza en su voz.
Ethan la miró fijamente, pero no dijo nada más. Sabía que, en el fondo, ella tenía razón. Todo esto había sido una cadena de decisiones equivocadas, pero nada podía devolverles lo que ya habían perdido.
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Editado: 11.04.2025