Capitulo 18: triángulo amoroso.
Juliette se quedó quieta.
Los brazos de Ethan estaban alrededor de ella, tensos, fuertes, sosteniéndola como si él mismo estuviera a punto de derrumbarse. No supo cuánto tiempo pasó antes de que reaccionara, antes de que sus propias manos se apoyaran suavemente en su espalda.
—Ethan… —murmuró, sintiendo su respiración pesada contra su cuello.
Pero él no se movió.
Juliette podía sentirlo. Esa rabia contenida, esa desesperación en su agarre. No era el abrazo de alguien que buscaba consuelo. Era el de alguien que estaba tratando de no desmoronarse.
Finalmente, él se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos.
—No me preguntes qué pasó —susurró, la voz ronca—. No ahora.
Pero Juliette lo hizo de todos modos. No pudo evitarlo las palabras salieron solas.
—¿Estaban juntos?
Ethan parpadeó.
—¿Qué?
—Aysel y tú —aclaró, apartándose de su abrazo. Sus brazos ahora cruzados sobre su pecho como una barrera invisible—. ¿Estaban bebiendo juntos o se encontraron por casualidad?
Ethan frunció el ceño, confundido por su tono.
—¿Eso importa?
—Por supuesto que importa, tienes que ser honesto contigo mismo, la quieres—dijo ella rápidamente, como si la respuesta fuera obvia—. No quiero estar en medio de esto.
Ethan chasqueó la lengua, dándose cuenta de la dirección en la que iba la conversación.
—No estabas en medio de nada.
—¿No? —Juliette soltó una risa seca—. Entonces explícame por qué vienen los dos hasta mí.
Ethan la observó con atención, como si intentara descifrar algo.
—Te preocupas demasiado por Aysel y la quieres.
— la quiero es mi amiga, y por eso quiero mantener distancia. Se que pueden arreglarlo—disparó ella sin pensarlo.
El silencio que siguió fue tenso, cargado de algo más profundo.
Juliette fue la primera en suspirar, en hacer un esfuerzo por suavizar la conversación.
—Ethan, escúchame —dijo con más calma—. No tienes que explicarme nada, solo… quiero que seas honesto contigo mismo.
Él la miró, su expresión ilegible.
—¿Y qué significa eso?
Juliette respiró hondo antes de responder.
—Significa que Aysel te importa. Que la cuidaste esta noche. Que peleaste por ella aún cuando no querías ni verla.
Ethan cerró los ojos por un segundo, exhalando pesadamente.
—No lo hice por ella.
—¿Entonces por qué?
Él no respondió. No sabía que decir, no supo por qué lo hizo. Tal vez si la quería un poco.
Juliette lo miró por un largo momento antes de sacudir la cabeza con una sonrisa triste.
—No sé por qué lo niegas. Si la quieres, podrían arreglar las cosas.
Ethan soltó una risa baja, pero en sus ojos no había diversión.
—¿Eso crees?
—Lo que creo es que te mereces ser feliz. Y que si Aysel es parte de esa felicidad, no deberías huir de eso.
Ethan avanzó un paso hacia ella, su mirada intensa.
—¿Y tú qué quieres, Juliette?
Ella titubeó.
—Yo…
No podía responder. No sin que su propia mentira se rompiera en pedazos.
Porque lo cierto era que no quería verlo con Aysel. No quería verlo con nadie más.
Pero también sabía que eso no importaba.
—Solo quiero que los dos estén bien —dijo en voz baja.
Ethan negó con la cabeza.
—Mentirosa.
Juliette sintió su corazón golpear contra su pecho.
Pero no dijo nada. No podía.
Porque si abría la boca, sabía que se delataría a sí misma.
Juliette apretó los labios con frustración, pero Ethan solo la observó con esa intensidad que la desarmaba.
—No hay caso contigo —murmuró él, negando con la cabeza—. Eres testaruda. Mejor cúrame las heridas.
Antes de que ella pudiera responder, Ethan se dio la vuelta y caminó hasta la sala. Se dejó caer en el sofá con un suspiro, reclinando la cabeza hacia atrás. Solo llevaba su bóxer y la bata de baño que ella le había dado antes, abierta lo suficiente como para revelar su abdomen marcado y la herida en su costado.
Juliette tragó saliva con fuerza.
No era la primera vez que veía a un hombre con tan poca ropa, pero este era Ethan. Y había algo en su descaro, en su absoluta falta de pudor, que la hacía sentir terriblemente nerviosa.
—No sé si podré hacerlo —dijo en voz baja.
Ethan ladeó la cabeza para mirarla.
—¿Por qué?
Juliette apartó la vista y se aclaró la garganta.
—Porque no soy enfermera.
Ethan sonrió con burla.
—Con Aysel lo hiciste muy bien. Confío en ti.
Juliette supo en ese instante que no había escapatoria. Exhaló despacio y se acercó a él, tomando el botiquín que tenía guardado en la alacena. Se arrodilló junto al sofá, tratando de concentrarse en su tarea y no en la forma en que los músculos de Ethan se tensaban bajo su mirada.
Comenzó con la herida de su rostro.
Sus dedos temblaban ligeramente cuando limpió con cuidado la piel lastimada. La sangre ya había dejado de fluir, pero la piel estaba enrojecida e hinchada. Ethan no se quejó ni se movió, pero la intensidad de su mirada sobre ella la hacía sentir aún más nerviosa.
—¿Te duele? —preguntó en un murmullo.
—No —respondió él, su voz más grave de lo normal.
Juliette asintió y continuó con su tarea. Cada vez que su piel rozaba la de él, sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Ethan tenía la mandíbula apretada, como si estuviera conteniendo algo.
Cuando terminó con la herida de su rostro, Juliette pasó al costado.
—Tienes que quitarte la bata —dijo, sintiendo el calor subirle al rostro.
Ethan no dijo nada, solo obedeció. La tela cayó a un lado, dejándolo prácticamente desnudo ante ella.
Juliette sintió que el aire se volvía más pesado. Se concentró en la herida, en cómo su piel se sentía cálida bajo sus dedos, en la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración profunda.
Ethan la observaba en silencio, como si cada uno de sus movimientos le pareciera fascinante.
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Editado: 11.04.2025