Capítulo 19: Huyendo del Dolor
El llanto de Aysel aún resonaba en la sala, pero su expresión cambió en cuestión de segundos. Su mirada vulnerable se apagó y en su lugar apareció la máscara fría que había perfeccionado con los años. Respiró hondo, enderezó la espalda y se obligó a actuar como si nada hubiera sucedido.
—Debo irme —dijo con una firmeza cortante mientras se ponía de pie.
Ethan frunció el ceño, confuso ante el repentino cambio.
—¿A dónde vas?
Aysel alisó la tela de su pijama, sin molestarse en mirar a ninguno de los dos.
—A la empresa. Hoy es mi primer día como CEO —anunció con una indiferencia calculada.
Ethan la observó con incredulidad, pero también con una clara decepción. Su mandíbula se tensó, y sus manos se cerraron en puños.
—¿En serio? ¿Aysel, acabas de despertar llorando en el suelo y ahora actúas como si nada? —Su tono tenía un filo de frustración.
Aysel sonrió, pero no era una sonrisa genuina. Era la sonrisa de alguien que se obligaba a mantenerse de pie, de alguien que prefería huir antes que sentir.
—No tengo tiempo para dramatismos, Ethan. Hay un negocio que manejar.
Juliette, que había permanecido en silencio hasta ahora, dio un paso al frente. Había algo en la manera en que Aysel hablaba, en su manera de ocultarse detrás de esa frialdad, que le dolió más de lo que esperaba.
—Aysel, no digas eso por favor —murmuró, su voz teñida de preocupación.
Pero Aysel no le dio oportunidad de continuar.
—No es nada personal, Juliette —su mirada se deslizó por el rostro de la otra mujer, con una extraña mezcla de resignación y determinación—. Gracias por hacer tu trabajo de forma correcta. Ethan no solo me firmó el divorcio, sino que además logró enamorarse de ti.
Juliette sintió como si algo la golpeara en el pecho.
Aysel soltó una risa suave y sin alegría antes de continuar:
—Desde que te conocí en el avión y me ayudaste con las turbulencias con paciencia y amor, supe que eras la mujer que Ethan necesitaba.
Ethan apretó los dientes.
—Aysel…
Pero ella no le permitió hablar. Dio media vuelta y se dirigió a la puerta, con la cabeza en alto, con la compostura intacta, como si no acabara de derrumbarse minutos atrás.
Justo antes de salir, se detuvo en el umbral y giró ligeramente el rostro hacia él.
—Gracias por lo de ayer, Ethan —su voz era apenas un murmullo, pero lo suficientemente clara para que él la escuchara—. Pero la próxima vez que me veas en una mala situación… solo ignórame.
Y con esas palabras, Aysel salió de la casa, todavía en pijama, dejando tras de sí un silencio ensordecedor.
Ethan cerró los ojos con fuerza y pasó una mano por su rostro. Apretó la mandíbula, sintiendo cómo la rabia le quemaba en el pecho.
—¡Está loca! —soltó con furia, caminando de un lado a otro como una bestia enjaulada—. ¡No sé cómo la soporté durante ocho años!
Juliette lo observó con paciencia, con los brazos cruzados y una expresión que mezclaba comprensión y cansancio.
—Ethan…
—¡No, en serio! —espetó él, girándose bruscamente hacia ella—. ¿Viste lo que hizo? ¿Lo fría que se puso? Un momento estaba llorando y al siguiente… ¡se va a la empresa en pijama como si nada!
Juliette suspiró.
—Ethan, ella no está bien.
—No me digas eso, Juliette. No voy a caer otra vez en el jueguito de Aysel —bufó, pero su voz ya no tenía la misma seguridad de antes.
Juliette negó con la cabeza.
—Se acaba de dar cuenta de que te quiere más de lo que pensaba, y está actuando como una loca para alejarte por completo. No dejes que lo haga. Ella te necesita.
Ethan soltó una carcajada sarcástica, pero en sus ojos no había diversión, solo cansancio.
—Estoy harto, Juliette. Estoy cansado. Ya no quiero seguir lidiando con Aysel.
Se acercó a ella con determinación, con esa intensidad en su mirada que siempre la desarmaba.
—Déjame estar contigo.
Juliette sintió un nudo en la garganta.
—Ethan… —murmuró, apartando la mirada.
Él levantó una mano y le acarició suavemente la mejilla, obligándola a mirarlo.
—¿Por qué no? —susurró.
Juliette tragó saliva, intentando controlar el torbellino de emociones que se agitaban en su interior.
—Porque la quieres.
Ethan se quedó en silencio.
—Y yo no quiero estar en el medio de nadie más —continuó ella, con la voz temblorosa—. Yo ya pasé por un desamor, no quiero vivir uno más.
Él frunció el ceño.
—Juliette…
Pero ella negó con la cabeza.
—Quiero que el próximo amor que encuentre no me deje tirada.
Ethan la miró, sintiendo un peso en su pecho.
—Y tú me dejarás tirada —concluyó Juliette en voz baja.
Ethan no pudo decir nada. Porque, en el fondo, sabía que ella tenía razón, tenía que cerrar el ciclo con Aysel si quería hacer las cosas bien con Juliette.
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Las puertas de la empresa se abrieron de golpe, y el murmullo se extendió como pólvora por el lujoso vestíbulo.
Aysel avanzó descalza, con el pantalón de pijama arrastrándose por el suelo y la camiseta holgada ladeada sobre un hombro. Su cabello estaba revuelto, sus ojos enrojecidos y la expresión vacía.
Pero lo peor era el olor a alcohol que la envolvía como una segunda piel.
—Dios mío… —susurró alguien.
—¿Es la señorita Aysel?
—Está borracha…
Los empleados intercambiaron miradas nerviosas, sin saber si debían intervenir. Nadie se atrevió a detenerla.
Con pasos inestables, Aysel llegó al ascensor y presionó el botón del último piso. Se tambaleó ligeramente, pero cuando las puertas se abrieron, su determinación la sostuvo.
Atravesó el pasillo sin miedo, sin vergüenza, sin detenerse ante los ojos incrédulos de los ejecutivos. Empujó las puertas de la oficina de su padre con una fuerza inesperada.
El hombre, sentado tras su enorme escritorio de caoba, levantó la mirada con el ceño fruncido.
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Editado: 11.04.2025