Capítulo 20: La Oferta del Verdadero Diablo
Ethan entró en la imponente oficina de la empresa con el ceño fruncido. No había sido citado formalmente, pero después de todo lo que había ocurrido en las últimas horas, no le sorprendía en lo más mínimo recibir una llamada del padre de Aysel. Algo se avecinaba. Y no sería bueno.
Cuando las puertas se cerraron tras él, se encontró con el hombre sentado tras su escritorio de caoba, con la expresión pétrea y calculadora de siempre. Frente a él, un par de documentos y una copa de whisky a medio terminar.
—Toma asiento, Ethan —ordenó el hombre, sin levantar la mirada.
Ethan no obedeció de inmediato. Lo estudió por un momento antes de avanzar lentamente y hundirse en la silla frente al escritorio.
—¿Para qué me ha llamado?
El padre de Aysel soltó un suspiro, como si estuviera lidiando con un empleado incompetente.
—Volverás a tu puesto en la empresa de inmediato.
Ethan arqueó una ceja.
—¿Así de simple?
—Te haré una oferta que no podrás rechazar —continuó el hombre con voz firme—. Duplicaremos tu salario, se limpiará por completo tu imagen, y cualquier daño causado por el escándalo que Aysel generó será eliminado. Recuperarás tu prestigio.
Ethan entrecerró los ojos.
—¿Y qué quiere a cambio?
El hombre apoyó los codos sobre el escritorio y entrelazó los dedos.
—Que sigas casado con mi hija.
Ethan sintió cómo su estómago se tensaba. Su mandíbula se endureció de inmediato.
—¿Qué?
—Aysel ha perdido la cabeza otra vez. Está fuera de control. Y yo no puedo permitir que mi hija arrastre nuestro apellido a la desgracia.
El hombre sacó su teléfono y deslizó la pantalla hacia Ethan. En el video, podía verse la escena del bar. Aysel, tambaleante, bailando sobre la mesa mientras los hombres la vitoreaban y le lanzaban billetes. Y luego, otro video. Ethan, sacando a golpes a un tipo que había intentado tocarla, con la rabia consumiéndolo, con los puños manchados de sangre, gritando que nadie la tocara.
Ethan sintió un nudo en el pecho.
Verse a sí mismo en ese estado… Lo enojado que estaba. Lo desesperado que había estado por protegerla.
Su mirada se endureció al volver a mirar al hombre tras el escritorio.
—¿Y qué pasa con Aysel? —preguntó con la voz tensa—. Ella quería la presidencia.
—Ella ya me dijo la verdad —respondió el padre de Aysel con indiferencia—. Falsificó documentos para inculparte. Se cavó su propia tumba. No puedo permitir que alguien así dirija la empresa.
Ethan sintió cómo su pecho se llenaba de una ira contenida.
—Está condenándola.
—No me interesa Aysel —soltó el hombre, sin un atisbo de emoción—. Me interesa la empresa. Mi imagen. La de nuestra familia.
Ethan lo miró fijamente, sintiendo un asco profundo por el hombre que tenía delante.
—¿Y qué pasa si no acepto? —preguntó con un tono más bajo, afilado.
El padre de Aysel se recargó en su asiento con una sonrisa cruel.
—Te destruiré.
Ethan sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no apartó la mirada.
—Voy a meter a Aysel en un hospital psiquiátrico si no haces lo que te digo —continuó el hombre con voz pausada—. Haré que la declaren incapaz. La despojaré de su herencia, de su apellido, y la convertiré en un fantasma.
Ethan sintió los puños apretarse con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—Y si eso no te convence, también puedo destruirte a ti.
El hombre tomó un nuevo documento y lo deslizó hacia él.
—Tengo pruebas suficientes para meterte a la cárcel por malversación de fondos. Falsifiqué los registros para que parezca que tú robaste dinero de la empresa cuando eras CEO.
Ethan se quedó helado.
—Eso es mentira.
—¿A quién crees que le van a creer, Ethan? ¿A ti, el hombre con un historial de escándalos, o a mí, el respetado empresario que ha dirigido esta empresa durante años?
El aire en la oficina se volvió pesado. Ethan quería arrancarle la garganta a ese hombre con sus propias manos, pero sabía que estaba acorralado.
—Eres un hijo de puta —escupió entre dientes.
El padre de Aysel sonrió.
—Es el precio de la lealtad, Ethan.
Silencio.
Ethan bajó la mirada a los documentos frente a él.
Era una trampa. Una jaula.
Y ahora tenía que decidir si se quedaba encerrado en ella… o si dejaba que Aysel lo perdiera todo.
Se pasó una mano por el rostro, sintiendo el peso de la decisión sobre sus hombros.
—¿Qué dices? —preguntó el hombre con una falsa amabilidad.
Ethan exhaló lentamente.
La respuesta estaba en sus labios.
Y él sabía que no había escapatoria.
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Juliette despertó con el sonido del despertador, sintiendo que el caos del martes finalmente había quedado atrás. La casa estaba en silencio, lo que significaba que su hija aún dormía. Se quedó unos segundos mirando el techo, recordando la conversación con Ethan.
"No espero que esperes, pero ojalá no pierda esta oportunidad."
Su pecho se comprimió. No podía permitirse pensar en eso ahora. No cuando tenía prioridades más urgentes. Se levantó, se duchó y se vistió con ropa cómoda antes de preparar el desayuno. Mientras batía unos huevos, su mente la traicionó.
Se arrepentía de haber devuelto el dinero a Aysel. No porque quisiera quedárselo, sino porque ella sí había hecho el trabajo. Había trabajado duro, había organizado, planeado, soportado gritos y manipulación. Se lo había ganado. Pero en el fondo, sabía que hizo lo correcto. No quería deberle nada a nadie.
Ahora, sin dinero y sin trabajo, era momento de ponerse en marcha.
Encendió su laptop y actualizó su currículum. Añadió su experiencia en la empresa de Ethan y Aysel con detalles sólidos. Que todo parezca real. Nadie iba a comprobar si había renunciado o si la habían despedido. Se postularía a cada oferta que pudiera.
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Editado: 11.04.2025