Una Amante para mi esposo

23.

Capitulo 23: Cenizas del Pasado

El aire entre Ethan y Juliette se cargó de una electricidad innegable. Sin previo aviso, Ethan la atrajo hacia él con una fuerza que la hizo soltar un suave suspiro. Sus labios se encontraron con urgencia, el contacto ardiente, tan intenso que parecía que todo lo demás desaparecía a su alrededor. Las manos de Juliette se enredaron en su cabello mientras la pasión de su beso crecía, dejando a ambos al borde de perder el control.

El sonido de la puerta de la sala de juntas cerrándose de golpe los sacó de su trance. Los dos se separaron abruptamente, respirando agitadamente, y antes de que pudieran decir algo, corrieron por el pasillo.

A medida que avanzaban, la figura de Aysel apareció frente a ellos, con una mirada que destilaba una mezcla de ira y curiosidad. A Juliette le temblaron los labios, ligeramente hinchados, y Ethan, con los botones de su camisa desajustados, trató de recomponer su apariencia con una mirada tensa.

Aysel no pudo evitar morderse la lengua para no soltar lo que pensaba. Aunque la ira hervía en su interior, prefirió controlarse. Sonrió de forma fría y se dirigió a Juliette.

—Te llamaré luego para hablar de algunos asuntos —dijo Aysel con una calma calculada.

Juliette asintió sin mirarla directamente, murmurando un "está bien". La incomodidad en el aire era palpable, pero Aysel no iba a dejar que la situación la desbordara. En su mente, todo esto era solo un juego más.

En ese momento, Nicholas se acercó a Aysel, su sonrisa encantadora en el rostro. Con una lentitud casi absurda, tomó su mano y la besó, dejando un roce delicado sobre su piel.

Ethan, incapaz de contener su frustración, intervino con tono firme:

—Nicholas, ¿realmente es necesario?

Aysel, sin perder su compostura, sonrió maliciosamente. Se acercó a Ethan con una calma inquietante.

—No tienes que fingir, Ethan. —Dijo mientras le abotonaba la camisa que Juliette había desajustado antes—. Los cuatro sabemos bien que el matrimonio entre nosotros es una farsa.

Ethan la miró con una expresión entre divertida y cínica, y Aysel continuó:

—No te sientas mal. Yo también he jugado con la lengua de Nicholas en la sala de juntas.

La sonrisa sarcástica de Ethan fue la respuesta, pero Aysel no dejó de mirar a Juliette, quien parecía a punto de explicarle algo.

—Tranquila, Juliette —interrumpió Aysel antes de que pudiera decir una palabra—. Tú sabes más que nadie que Ethan no me quiere. Pero, lamentablemente para ambos, tendremos que seguir juntos un poco más. Mientras tanto, ambas tendremos que soportar compartirlo.

En ese momento, el padre de Aysel, Demer, apareció por el pasillo, con su presencia imponente. Aysel aprovechó la distracción y se acercó a Ethan rápidamente, besándolo de forma rápida y calculada.

Ethan, desconcertado, la apartó disimuladamente, pero Aysel no pareció afectada. Mientras tanto, Nicholas, sin perder su aire divertido, tomó la mano de Juliette y la condujo hacia la salida.

Demer observó la escena con una mirada crítica, pero no dijo nada. Nicholas se despidió con una sonrisa enigmática, y Juliette, visiblemente tensa, siguió a su lado.

La tensión entre los cuatro permaneció palpable, pero cada uno sabía que este juego de apariencias, manipulaciones y deseos ocultos estaba lejos de terminar.

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Nicholas cerró la puerta del auto con un leve chasquido.

—¿Te molesta que te tome de la mano?

Juliette mantuvo la mirada fija en la ventana.

—Sé lo que intentas hacer, Nicholas.

—¿Ah, sí? Ilústrame.

—Estás acostumbrado a que las mujeres caigan a tus pies, a que un par de miradas y palabras suaves sean suficientes para conseguir lo que quieres. Pero yo no voy a ser una de ellas.

Nicholas sonrió, divertido.

—Eres intrigante, Juliette. No esperaba que fuera tan difícil.

—No lo esperes, porque no va a pasar.

Juliette abrió la puerta del auto y salió sin mirar atrás.

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El lugar que alguna vez fue su hogar ahora se sentía como un territorio hostil. Juliette golpeó la puerta con firmeza, el sonido resonando en la fría tarde, mientras sus dedos fríos temblaban ligeramente. Un aire gélido se filtraba por los bordes de la puerta, como si todo lo que había vivido allí, cada risa, cada grito, ahora estuviera congelado en el tiempo, irreparable.

Liam abrió con una expresión de pura molestia, el rostro endurecido por el tiempo que habían estado separados.

—¿Qué haces aquí? —dijo, sus ojos oscuros brillando con un dejo de indiferencia.

Juliette no contestó inmediatamente, sus labios secos temblando ligeramente ante la tensión en el aire. Finalmente, apenas con fuerza suficiente para mantener la voz firme, respondió:

—Quiero ver a Maddie.

La risa amarga de Liam fue lo único que respondió.

—No tienes derecho a exigir nada —dijo, la voz dura, como si las palabras fueran un filo que cortaba lo que quedaba de su relación.

Un nudo se formó en la garganta de Juliette, pero antes de que pudiera articular otra palabra, un sollozo infantil la detuvo. La pequeña Maddie apareció en la puerta, con los ojitos empañados de lágrimas que reflejaban una tristeza tan profunda como la de su madre.

—¡Mami! —lloró Maddie, sus manitas estirándose hacia Juliette.

Juliette sintió que algo en su pecho se rompía, como si la base de su ser se estuviera desmoronando al ver la fragilidad de su hija. Su voz se quebró cuando respondió:

—Maddie, cariño… —se agachó rápidamente y la abrazó, las lágrimas de la niña empapando su camisa. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y Juliette se sintiera más perdida que nunca en este caos.

Liam suspiró con frustración, su mirada cansada de todo lo que sucedía. Pero al final, cedió, como si el dolor ya no tuviera fuerzas para mantenerlo de pie.




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