Una Amante para mi esposo

24.

capitulo 24: Cortando todo.

Juliette se pasó la tarde noche impiando el desastre en la casa de Liam. Había ropa fuera de lugar, platos acumulados en el fregadero y un aire pesado de abandono que le oprimía el pecho. No podía evitar preguntarse cuánto tiempo llevaba él así, perdido en su propia tristeza, dejando que todo se desmoronara a su alrededor.

Maddie, con su inagotable energía, saltaba de un lado a otro, parloteando sobre cosas sin importancia mientras Juliette cocinaba. Preparó una comida sencilla, algo reconfortante, porque intuía que Liam no se había alimentado bien en días.

Cuando la cena estuvo lista, se sentó con Maddie en la mesa y la ayudó a comer mientras la pequeña le contaba sobre la escuela y sus muñecas. Liam apenas probó bocado, pero no hizo ningún comentario. Juliette tampoco lo presionó. Sabía que a veces, la presencia de alguien era suficiente.

Después de la cena, bañó a Maddie y la vistió con su pijama de unicornios. Se sentó en la cama junto a ella y le acarició el cabello mientras le contaba una historia.

—Había una vez una estrella muy brillante —empezó, con voz suave—, pero estaba sola en el cielo. Miraba a las otras estrellas y deseaba estar con ellas, pero tenía miedo de que no la aceptaran. Hasta que un día, una luna traviesa le dijo: "Brillas tan fuerte que cualquiera querría estar a tu lado". Y entonces, la estrella dejó de esconderse.

Maddie sonrió, con los párpados pesados de sueño.

—¿Y qué pasó después? —murmuró.

—La estrella se dio cuenta de que nunca estuvo sola. Que siempre hubo otras estrellas brillando con ella, incluso cuando no podía verlas.

Maddie cerró los ojos y Juliette esperó hasta que su respiración se volvió pausada. Se quedó un momento en la habitación, observándola, dejando que la ternura y el miedo se enredaran en su pecho.

Cuando salió, encontró a Liam apoyado en el marco de la puerta.

—Voy a retirar la demanda —dijo de golpe.

Juliette parpadeó, sorprendida.

—¿De verdad?

—Sí. Puedes llevarte a Maddie cuando quieras. No quiero pelear más.

El alivio fue instantáneo, pero también vino acompañado de un nudo en la garganta.

—Gracias, Liam. De verdad, gracias. Pero… —bajó la mirada—, creo que Maddie debería pasar todo el tiempo que pueda contigo. Antes de que…

No terminó la frase. No pudo.

Liam suspiró, pasándose una mano por el rostro.

—Juliette… Ella te necesita más a ti que a mí. Lo mejor es que se despegue de mí de una vez por todas.

La desesperación la golpeó con fuerza.

—No digas eso —su voz se quebró—. No le hagas eso a Maddie. No la hagas enfrentarse a una pérdida así. No cuando es tan pequeña.

Su cuerpo empezó a temblar, el miedo y el dolor colisionando dentro de ella.

—No quiero que sufra más —susurró, con lágrimas cayendo sin control.

Liam la miró con una mezcla de culpa y ternura. Dio un paso adelante y la abrazó.

—No llores por mí —susurró contra su cabello—. No lo merezco.

Juliette no respondió. No podía.

Porque, a pesar de todo lo malo, su mente la traicionó con los recuerdos de los momentos felices. Los días en que lo amó con todo su ser, cuando todo parecía posible, cuando no había dolor ni despedidas en el horizonte.

Y eso la ahogó.

Juliette se estremeció en sus brazos, con el rostro oculto contra su pecho, dejando que las lágrimas siguieran cayendo. Sentía el dolor abriéndose paso por cada rincón de su cuerpo, como si todo lo que había intentado contener durante tanto tiempo se desbordara de golpe.

Pero entonces Liam habló, con ese tono bajo y áspero que solo usaba cuando quería que algo quedara claro.

—¿Ves? Por esto hice lo que hice.

Ella se tensó, pero no se apartó.

—No eres fuerte, Juliette. Mira cómo te pones. Aún cuando deberías odiarme, aún cuando sabes todo lo que hice, no puedes dejar de sentir.

Juliette apretó los labios, pero él siguió, sin darle tregua.

—Tienes que ser más fuerte —su voz sonó cortante, como una orden—. Siempre dejas que todos te usen, que te hieran. No puedes seguir siendo así.

Ella negó con la cabeza, sintiendo la rabia burbujear bajo el dolor.

—No es tan simple —susurró.

Liam chasqueó la lengua.

—Sí lo es. No voy a estar para cuidar a Maddie. Solo te tendrá a ti. Entonces, reacciona de una vez.

Juliette sintió que el aire se le atascaba en los pulmones.

—¿Crees que no lo sé? —levantó la mirada, sus ojos enrojecidos clavándose en los de él—. ¿Crees que no me aterra? No tienes idea de lo difícil que es pensar en un mundo donde Maddie crezca sin su padre.

Liam sostuvo su mirada, su expresión impenetrable.

—Entonces deja de llorar y empieza a prepararte.

Juliette sintió que algo dentro de ella se rompía. Su primer impulso fue gritarle, decirle que no era justo que la obligara a ser fuerte cuando ella solo quería un segundo para sentir, para procesar lo que estaba pasando. Pero al mismo tiempo, supo que él tenía razón.

No podía permitirse derrumbarse. No cuando el tiempo se agotaba.

Respiró hondo, secándose las lágrimas con la manga de su suéter.

—Está bien —dijo con voz temblorosa, pero firme—. Lo haré. Pero no porque tú me lo digas.

Liam inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera evaluando su respuesta.

—Bien —murmuró—. Eso es lo que quería escuchar.

Juliette lo miró un instante más antes de girarse para irse, pero Liam la detuvo, sujetándola de la muñeca.

—Juliette.

Ella se detuvo.

—No quiero que me perdones —dijo en voz baja—. Solo quiero que sigas adelante.

Juliette cerró los ojos y asintió, aunque en su interior no estaba segura de si alguna vez podría hacerlo.

Juliette se quedó inmóvil cuando Liam le sujetó la muñeca, su tacto firme pero sin fuerza, como si no quisiera retenerla realmente, solo asegurarse de que lo escuchara.

—No quiero que me perdones —su voz era grave, rota de un modo que la hizo estremecer—. Quiero que me odies con la misma fuerza que lo hacías cuando te llamé prostituta en el departamento.




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