Una Amante para mi esposo

25.

Capitulo 25: Un mal día.

Juliette abrió la puerta de su apartamento con la firmeza de quien ha cerrado más que una simple entrada. No quería mirar atrás. No quería pensar en Ethan, en sus indecisiones, en Aysel, en nada. Pero cuando dio un paso fuera, lo encontró ahí, sentado en el pasillo, con la espalda apoyada contra la pared y los brazos descansando sobre sus rodillas.

La rabia subió por su garganta como un incendio.

—Joder, en serio, déjame en paz —espetó, mirándolo con fastidio—. Tengo demasiados problemas como para lidiar con tu estupidez.

Ethan levantó la vista, sus ojos fijos en ella, sin inmutarse.

—¿Cuáles son los problemas? —preguntó con calma—. Dime y tal vez pueda ayudarte.

Juliette soltó una carcajada amarga.

—No, tú no puedes ayudarme —respondió con dureza—. Eres un atraso para mí, Ethan.

Él entornó los ojos, su expresión cambiando de curiosidad a algo más denso, más oscuro.

—¿Con que eso soy?

Se puso de pie en un solo movimiento y se atravesó frente a ella, bloqueándole el paso.

—Sí, eso eres —afirmó Juliette sin titubear.

Ethan inclinó la cabeza, mirándola como si intentara desentrañar algo en su rostro.

—Convéncete primero —susurró—. Y cuando lo hagas, me convences a mí.

Juliette suspiró con frustración.

—No necesito más drama del que ya tengo, y tu relación con Aysel es un drama constante. Me he salido del juego. No quiero jugar. Solo quiero estar con mi hija.

—No tengo ninguna relación con Aysel —dijo Ethan rápidamente, casi con urgencia.

Juliette lo miró con escepticismo.

—Claro que la tienes —murmuró—. No solo están casados, sino que la quieres.

Ethan apretó la mandíbula antes de responder.

—Sí, la quiero, Juliette, pero no de la forma que piensas. Aysel está sola, ha sufrido mucho… y bueno, solo me tiene a mí.

Por un momento, Juliette sintió un vacío en el pecho, una opresión silenciosa que no podía expresar en palabras. Yo también estoy sola. Yo también he sufrido mucho.

Pero en lugar de decirlo, se obligó a sonreír con ironía.

—Bueno, pues continúa a su lado. Déjame en paz.

Lo empujó suavemente para apartarlo de su camino, pero Ethan ni siquiera se movió.

—Es que no puedo dejarte en paz —susurró él—. Eres la mujer que debí conocer antes.

Juliette siguió caminando sin detenerse.

—Pero no me conociste —replicó sin mirarlo—. Llegaste tarde.

Ethan la siguió con la mirada, su voz baja pero firme.

—Sabes que tú también sientes lo mismo que yo.

Juliette se detuvo y giró el rostro hacia él.

—Es solo atracción, Ethan —dijo sin emoción—. Y ninguno de los dos está para jugar ahora. Ya esto lo habíamos hablado.

Ethan deslizó la lengua por su labio inferior, como si estuviera pensando en cada una de sus palabras.

—¿Qué quieres que haga? Dímelo y lo hago.

Juliette lo miró fijamente, sintiendo la punzada de algo que no podía controlar, algo que no quería admitir.

—Deja a Aysel.

Un silencio cargado cayó entre ellos. Ethan no dijo nada. Solo la miró, su mandíbula tensa, su pecho subiendo y bajando con cada respiración. Y entonces, Juliette lo entendió.

—No puedes —dijo con suavidad—. Esa es la respuesta.

Dio un paso atrás, alejándose de él.

—Entonces te ruego que no me molestes.

Ethan no respondió. Solo la observó mientras ella se giraba y levantaba la mano para detener un taxi.

Juliette se subió al vehículo sin mirar atrás.

Iba por Maddie. Su verdadera prioridad.

Y esta vez, no dejaría que nadie la hiciera sentir que no era suficiente.

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Cuando llegó a la escuela, la vio de inmediato.

Juliette salía del edificio con Maddie de la mano, caminando con expresión cansada, como si llevara días sin dormir. Nicholas se detuvo a unos metros, observándola.

Juliette lo vio y suspiró, exasperada.

—Ahora no estoy para estupideces —advirtió, su voz llena de hastío.

Nicholas sonrió con arrogancia, sin moverse de su sitio.

—Bonita niña —comentó, con los ojos fijos en Maddie—. Se parece mucho a ti.

Juliette apretó la mandíbula.

—¿Qué quieres, Wolfe?

Nicholas ignoró la pregunta y bajó la mirada hacia la pequeña.

—Hola —saludó con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. ¿Y tú quién eres?

Maddie lo miró con curiosidad.

—¿Y tú quién eres?

—Soy el jefe de tu mamá.

Juliette suspiró con fastidio.

—Ex jefe —corrigió, enfatizando cada sílaba.

Maddie frunció el ceño, confundida.

—¿Ya no tienes trabajo, mami?

Nicholas abrió la boca para responder, pero Juliette se adelantó.

—No.

—Sí —dijo Nicholas al mismo tiempo.

Maddie los miró a ambos con aún más confusión.

Antes de que Juliette pudiera responder, su teléfono comenzó a sonar en su bolso. Se lo llevó al oído con una sensación extraña en el pecho.

—¿Sí?

La voz al otro lado sonaba grave, preocupada.

—Juliette… Liam se quedará internado. Está muy grave.

El mundo se detuvo.

Un escalofrío le recorrió la espalda, las palabras apenas haciéndose reales en su mente.

—¿Qué… qué tan complicada es la situación? —logró preguntar, sintiendo que su garganta se cerraba.

Hubo un silencio tenso antes de que la voz respondiera:

—Mucho. Debes venir al hospital cuanto antes. Te explicaré mejor en persona.

Juliette sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía.

Maddie la miró con preocupación y jaló suavemente su mano.

—Mami… ¿Dónde está mi papá?

Juliette no pudo contener las lágrimas. Se cubrió la boca con la mano y trató de respirar, pero todo se volvía borroso, confuso.

Nicholas frunció el ceño.

—Juliette, ¿estás bien?

Su voz le llegó como un eco lejano. El aire se le hizo pesado en los pulmones, sus piernas dejaron de sostenerla.




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