Una Amante para mi esposo

26.

Capitulo 26: Cadenas Invisibles.
—¿Sabes por qué Nicholas Wolfe usa este apellido? —preguntó, con la voz tan afilada como un bisturí.
Aysel sintió un escalofrío. No esperaba ese nombre.
—Porque es el de su madre.
Demer asintió, apoyando los codos en el escritorio.
—Su padre se llamaba Anton Levitsky. Para el mundo, un simple empresario. Para mí, un maldito gánster que creyó que podía jugar en mi mesa sin pagar el precio.
El corazón de Aysel golpeó su pecho.
—¿Qué hiciste?
—Lo que debía hacer.
Su padre se levantó con calma, caminando alrededor del escritorio. Su sombra se alargó con la luz tenue de la oficina.
—Levitsky y yo nos vimos hace poco en prisión. No es ni la sombra de lo que fue antes: Él era un pez gordo en ese entonces. Narcotráfico, contrabando de armas, lavado de dinero. Y lo peor de todo: un hombre que no respetaba límites.
Aysel sintió la piel arder.
—¿Tú también estabas en prisión?
Demer rió, bajo y peligroso.
—Solo de visita. Y porque me interesaba ver con mis propios ojos a la bestia que tuve la valentía de cazar.
El estómago de Aysel se retorció.
—¿Por qué lo metiste en la cárcel?
Demer se acercó un paso más.
—Porque creyó que podía tocar lo que es mío. Levitsky intentó comprarme, usarme como un títere más en su red de corrupción. Pero yo no soy un hombre que se vende.
Sus ojos se oscurecieron, y Aysel supo que había más. Mucho más.
—Lo destruí desde adentro —continuó Demer—. Manipulé sus negocios, lo expuse sin que pudiera defenderse. Y cuando estuvo en el suelo, lo rematé.
Aysel sintió una extraña opresión en el pecho.
—¿Y Nicholas?
—Nicholas era solo un niño. Pero un niño que heredó el veneno de su padre. No importa que use el apellido Wolfe, su sangre es Levitsky. El cree que puede engañarme, descifre su plan en un minuto.
El silencio se tensó entre ambos. El humo del cigarro se desvanecía lentamente en el aire.
Demer apagó la colilla con un gesto pausado y la miró fijamente.
—Ethan Ferguson es lo contrario a Levitsky.
El cambio de tema la golpeó como un latigazo.
—Ethan…
—Un genio financiero. No necesita armas, no necesita sicarios. Puede hacer caer imperios sin disparar una bala. Puede convertir la riqueza en una maldición o en una salvación.
Aysel apretó los labios.
—Por eso lo querías de tu lado.
Demer sonrió.
—Por eso lo necesitaba de mi lado.
Ella sintió la cabeza latirle. Todo encajaba, cada pieza del tablero se acomodaba para darle a su padre el poder absoluto.
—Ethan no es un mafioso, no es un criminal. Pero es más peligroso que cualquiera de ellos. Porque su poder no tiene rastros, no deja huellas de sangre. Y cuando decide destruirte, ni siquiera lo ves venir.
Aysel tragó saliva.
—¿Y qué tiene que ver conmigo?
Demer inclinó la cabeza, como si la respuesta fuera obvia.
—Tú eres su ancla.
La palabra la golpeó como un puñetazo.
—Tú lo mantienes aquí. Con nosotros. Si Ethan se va, si se vuelve en nuestra contra, su firma puede desangrar esta familia en cuestión de horas.
Aysel sintió el peso de su propia existencia aplastándola.
—Por eso me casaste con él… me usaste como si estuviéramos en la edad media.
Demer se acercó un paso más, hasta quedar a un metro de ella. La volvió a tomar del cabello.
—Tú nunca pudiste elegir, Aysel. Desde que mataste a tu hermano, perdiste ese derecho.
El aire abandonó sus pulmones.
El mundo se comprimió en un segundo.
El asfalto mojado. El sonido del teléfono llamando. Su voz, arrastrada por el alcohol. La promesa de su hermano: “Voy por ti.” Los faros de un auto que nunca llegó a destino.
Su estómago se revolvió.
—Yo no…
Demer la miró con la frialdad de quien dicta una sentencia irreversible.
—No hace falta que lo digas.Si mi hijo no hubiese ido por tí, hoy estaría aquí. Fuiste su condena. Ahora vives la tuya.
Aysel sintió las piernas fallarle, pero se mantuvo en pie por orgullo.
—Ethan fue tu salvación —dijo Demer—. Y la de esta familia. No puedes permitir que se aleje. Y si lo haces yo te pondré fin.
—¿me matarás?¿Lo harías?
—No me importa tú vida Aysel. Moriste el mismo día que tú hermano.
Las palabras se grabaron en su piel como un hierro caliente.
No podía elegir. Nunca pudo.
Y ahora, ya no quedaba nada más que aceptar su destino.

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La habitación estaba silenciosa, pero el aire era denso, pesado, como si el lugar estuviera impregnado de secretos. Juliette despertó de golpe, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Un dolor punzante la atravesó, y en cuanto sus ojos se abrieron, lo primero que notó fue la sensación de desorientación. No estaba en su casa, ni en el lugar que conocía. Estaba en una habitación ajena, en una cama grande, con sábanas de lujo, pero extrañamente frías. Miró a su alrededor, confundida, y la pregunta surgió inmediatamente en su mente: ¿Dónde estaba?
Se incorporó rápidamente, sintiendo una ligera mareo que le nubló la vista por un momento. —¿Qué me pasó? ¿Dónde está Maddie? —su voz salió ronca, como si no hubiera hablado en horas. La preocupación se instaló en su rostro mientras intentaba orientarse.
La puerta se abrió suavemente y la figura de Nicholas apareció, imponente y tranquilo como siempre, pero con una mirada que parecía más suave de lo habitual.
—Te desmayaste. Estás en mi casa. Maddie está merendando. Todo está bien, Juliette. —le dijo, con una calma que contrastaba con la tormenta interna que ella sentía.
Sin esperar respuesta, Juliette se levantó con rapidez, sus piernas tambaleando bajo ella. Corría sin pensar, buscando a su hija, pero Nicholas la detuvo con una mano firme.
—Esta casa es muy grande. —le dijo, sujetándola de la muñeca con suavidad pero con firmeza—. Es por aquí.
A pesar de sus dudas, Juliette no dijo nada más. Lo siguió, respirando entrecortada, hasta llegar a una gran sala llena de luz, donde una mesa estaba repleta de frutas frescas. Maddie, feliz como nunca, estaba sentada allí, con una sonrisa radiante en su rostro, rodeada por al menos seis mujeres que la observaban atentamente, como si fuera un tesoro valioso.
—¡Mami despertaste! —dijo Maddie con su voz llena de entusiasmo, señalando la mesa—. ¡Ven, come frutas conmigo!
Juliette se acercó rápidamente, el alivio en su pecho era palpable, aunque la incomodidad de la situación seguía acechando en su mente. Maddie estaba a salvo, pero Juliette no podía dejar de sentirse incómoda en ese lugar, rodeada por las miradas ajenas.
—Vamos a buscar tus cosas —dijo Juliette con suavidad—. Tengo que ir al hospital.
Las palabras hicieron que un nudo se formara en su garganta, y la presión en su pecho se intensificó, como si algo pesado le aplastara el corazón. La imagen de Liam apareció en su mente, y el dolor se apoderó de ella, haciéndola sentirse más pequeña que nunca.
Maddie, aparentemente ajena a la gravedad de la situación, se levantó de la mesa y caminó hacia una chica del servicio, que la acompañó para ir por sus cosas. Juliette, sin poder soportar más el silencio incómodo, se volvió hacia Nicholas.
—¿Qué está pasando aquí? —le preguntó Nicholas —Si no me lo cuentas, lo averiguaré igual —dijo, sus palabras resonando como una amenaza en el aire.
—Averígualo —respondió Juliette, con firmeza, mirando hacia otro lado, evitando sus ojos.
Mientras se dirigían hacia la salida, Juliette observó con más atención. La casa de Nicholas estaba alejada de la civilización, rodeada de extensos jardines y muros altos. Era como una fortaleza aislada del mundo, un lugar privado y secreto que, a pesar de su belleza, la hacía sentir atrapada.
Nicholas le habló mientras caminaban hacia el coche.
—Te llevaré. No tienes opción.
Juliette no podía negarse. Se subieron al coche, con Nicholas al volante, y Maddie, feliz y despreocupada, cantaba junto a la música que Nicholas había puesto para ella. La risa de Maddie llenaba el coche, mientras Juliette, con los ojos fijos en la ventana, intentaba mantener su compostura.
Pero su rostro estaba marcado por las lágrimas que caían silenciosamente, sin que nadie las viera. La tristeza y el dolor por Liam se mezclaban con la angustia de estar atrapada en ese lugar, sin poder hacer nada para cambiarlo. Nicholas, sin embargo, notó su silencioso llanto.
—¿Juliette? —preguntó, mirando hacia ella por un momento.
Ella se limpió los ojos con rapidez, intentando disimular, pero no pudo evitar que su voz temblara cuando respondió.
—Estoy bien —murmuró, sin mucha convicción.
El resto del viaje fue en silencio, el sonido de la carretera y la música de fondo acompañándolos hasta llegar al hospital.
Cuando llegaron, Juliette saltó del coche casi sin esperar que se detuviera por completo. Corrió, sin pensarlo, a través del pasillo del hospital, hasta llegar a la habitación donde Liam estaba internado. Allí, la doctora la esperaba con una expresión grave.
—¿Cómo está? —preguntó Juliette, su voz llena de desesperación.
La doctora la miró con pesar y respiró hondo antes de hablar.
—Liam... tenía cáncer, y a pesar de los tratamientos, su estado empeoró repentinamente. Ya no hay mucho que podamos hacer. No tiene mucho tiempo, Juliette. Le quedan pocas horas.
El mundo de Juliette se desmoronó en ese instante. El dolor de la noticia la atravesó como una espada afilada. Liam se estaba yendo, y ella no podía hacer nada para evitarlo.
Mientras la doctora le hablaba, Juliette miró hacia el lado, donde vio a Maddie jugando con los colores de una pizarra, completamente ajena a la tragedia que se estaba desenvuelta ante ella.
Nicholas, que había entrado poco después, se quedó cerca, escuchando todo con atención. Juliette no le prestó atención, sus ojos estaban fijos en la figura de Liam en la cama. Y aunque la doctora seguía explicándole la situación, todo lo que Juliette podía escuchar era el sonido de su corazón rompiéndose.
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Aysel estaba al borde del abismo. Todo su cuerpo temblaba, pero no de frío. Era de la angustia que le recorría las venas, del peso de años de sufrimiento que la habían llevado hasta este punto. En su mente, las voces se mezclaban: la fría y calculadora voz de su padre, que le decía que saliera, que terminara lo que había comenzado; la voz de Ethan, desesperada, rogándole que no lo hiciera, que no dejara que su padre ganara. La batalla interna era insoportable.
"Salta, Aysel... Salta... Si realmente eres valiente, termina lo que empezaste..." Las palabras de Demer resonaban en su mente con la misma frialdad con la que había estado observando su sufrimiento durante años.
Pero, en medio de la tormenta, como una luz en la oscuridad, la voz de Ethan apareció en su cabeza, más fuerte que nunca, como si estuviera junto a ella, sujetándola en sus brazos, aunque él no estuviera físicamente allí.
"No... no lo hagas. No me dejes, Aysel... Tienes más fuerza de la que crees, no dejes que él gane. No eres su propiedad, eres libre, eres más que eso..."
Esas palabras, dichas con tanto amor, tan llenas de dolor y súplica, hicieron que Aysel vacilara, un parpadeo en la tormenta. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y por un segundo, la presión en su pecho cedió. Ella lo amaba. En todo ese caos, entre la manipulación de su padre y la desesperación, ella lo amaba más de lo que se había permitido admitir. Ethan era su ancla, su única razón para seguir.
En ese momento, algo la hizo detenerse. Un sonido, un coche que frenó bruscamente detrás de ella, como si el destino hubiera decidido intervenir. Aysel miró al vehículo, un coche oscuro y con el motor rugiendo en la fría noche. Un chico se bajó rápidamente, preocupado, acercándose a ella con pasos apresurados.
—¡Hey, no lo hagas! —gritó él, sus ojos reflejando el miedo y la urgencia. Su voz era desesperada, como si le hablara a alguien que aún pudiera ser salvada.
Aysel no podía responder. Solo se quedó allí, temblando, las palabras de su padre resonando en su cabeza, la de Ethan en su corazón. La batalla interna seguía ardiendo, pero su cuerpo ya no respondía.
El chico llegó hasta ella, su respiración agitada, y extendió una mano hacia ella, rogándole.
—No estás sola, ¿entiendes? Hay gente que te necesita, que te ama. No eres invisible. Yo te lo prometo... nadie merece cargar con tanto peso. Puedes salir de esto, por favor, no lo hagas.
La oferta, el deseo de alguien más por salvarla, la conmovió profundamente. Aysel sintió que sus piernas fallaban bajo ella, pero de repente, el mundo pareció desmoronarse aún más. Su cuerpo, como si tuviera vida propia, comenzó a ceder hacia atrás.
Pero en ese momento, el chico no la dejó ir. De un tirón, la atrapó antes de que pudiera caer, abrazándola con fuerza. Con un susurro tierno y lleno de compasión, le dijo:
—No, no te dejaré. Hay más para ti, no todo está perdido.
Aysel, entre lágrimas y con el corazón acelerado, sintió cómo la desesperación comenzaba a ceder, cómo el dolor que había sentido durante tanto tiempo se aliviaba aunque fuera por un instante. El chico, ni la conocía,no era nadie importante para ella, pero esa acción fue suficiente para romper la tormenta en su alma, para hacerle entender que aún podía elegir otra salida.
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Ethan estaba sentado en su oficina, rodeado de pantallas y papeles, con su mente intentando concentrarse en los números y análisis financieros, algo que le venía natural. Sin embargo, el peso del día lo había agotado. La discusión con Juliette le daba vueltas en la cabeza, al igual que el enfrentamiento con Aysel, que lo había dejado inquieto. Había intentado dejar todo eso atrás para enfocarse en su trabajo, pero parecía imposible.
Estaba revisando algunos informes cuando uno de sus empleados entró de manera apresurada.
—Señor Ferguson... tenemos algo —dijo el chico, con un tono urgente que inmediatamente captó la atención de Ethan.
Ethan levantó la mirada, frunciendo el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz grave.
El empleado se acercó a una de las pantallas de la oficina, donde un archivo de video comenzaba a cargarse. Ethan se acercó rápidamente, observando la pantalla mientras el video tomaba forma.
En la grabación de las cámaras de seguridad de su casa, se podía ver a un hombre vestido completamente de negro, su figura sombría iluminada solo por las luces tenues de la noche. Llevaba una máscara aterradora, casi de pesadilla, con detalles grotescos que parecían sacados de una película de horror. La silueta del hombre parecía moverse con agilidad, como si estuviera acostumbrado a la oscuridad.
Ethan observó en silencio mientras el hombre se acercaba a la casa, entrando sin hacer ruido. Luego, la cámara captó el interior: Aysel, que acababa de llegar, se despojó de la ropa con la intención de bañarse, sin notar la presencia ajena. El hombre permaneció allí, observando, mientras ella se preparaba para entrar al baño. Luego, colocó algo en el lugar, una serpiente, dejando el reptil sobre el suelo del baño. Aysel no se dio cuenta de nada, completamente ajena a lo que sucedía.
—Pero... ¿qué mierda es esto? —murmuró Ethan, incrédulo. Su cuerpo se tensó mientras intentaba procesar lo que veía.
—Señor Ferguson... —dijo el empleado, girando hacia él—. Esta grabación fue manipulada. La grabación original era de anoche, pero el video que vimos antes no estaba completo. Alguien alteró los archivos para ocultar la presencia del hombre hasta ahora.
Ethan se levantó de golpe, furioso y completamente desconcertado.
—¿Por qué demonios no vieron esto anoche? —gritó, golpeando la mesa con el puño, la frustración claramente visible en su rostro.
El chico respiró profundo, mirando el monitor de nuevo.
—Los archivos fueron modificados antes de que pudiera ser revisado a fondo, señor. Hay más... —dijo, mientras avanzaba y abría otro archivo en el sistema—. Mira esto.
Ethan observó en silencio, un escalofrío recorriéndole la espalda. En esta nueva grabación, el mismo hombre de negro se veía acercándose al auto de Aysel, como si supiera exactamente lo que iba a hacer. El hombre abrió el maletero y metió una serpiente dentro. Luego, apareció en la cámara de su clóset, donde dejó otra serpiente enrollada entre sus zapatos.
Ethan, pálido y visiblemente afectado, se levantó de un salto, como si un impulso irracional lo hubiera movido. Su mente se nubló por un momento, la rabia y el miedo combinados. La tensión creció dentro de él, y la incomodidad lo estaba consumiendo.
—Joder... ¿quién es ese hijo de puta? —gritó, sus palabras llenas de rabia.
El chico que estaba con él parecía igual de desconcertado, pero intentó ofrecer algo de claridad.
—No lo sé, pero hay más. Estas grabaciones nos aseguran que no es un error, ni una coincidencia. Alguien está acechando a Aysel. Debemos encontrarlo.
Ethan no podía mantenerse quieto. La angustia lo estaba matando, y el instinto de proteger a Aysel se desbordó de manera visceral.
—Manda a que busquen todas las serpientes —ordenó, su voz temblando de la tensión—. Revisa la casa a fondo, cada rincón. No quiero que quede ni una sola serpiente sin encontrar.
Con rapidez, Ethan salió de su oficina, agobiado y furioso. Tomó su teléfono y marcó el número de Aysel. Pero el teléfono sonó, y luego se desvió a buzón de voz. Repitió la llamada, y luego otra, pero nada. No contestaba.
—Aysel, maldita sea, contesta —murmuró, presionando el teléfono contra su oído.
Su angustia creció. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía entender qué ni cómo había llegado a esto. Decidió no esperar más. Estaba claro que debía encontrarla.
—¡Mueve el culo! —le gritó al chico que había estado con él—. Saca a las personas de aquí. Yo me voy a buscar a Aysel. Si algo le pasa, te aseguro que te arrepentirás.
Salió a la calle sin pensarlo dos veces, tomando el coche sin detenerse a ver si alguien lo acompañaba. Mientras conducía, su mente no podía dejar de pensar en las serpientes, en las imágenes de las grabaciones y en la posible amenaza que acechaba a Aysel. Necesitaba encontrarla, y rápido.




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