Capitulo 27: Vulnerables, pero Resilientes
El aire de la noche aún era cortante cuando Aysel sintió el peso de un abrigo sobre sus hombros. Parpadeó, desconcertada, y levantó la mirada para encontrarse con un rostro desconocido.
—Deberías ir al hospital —dijo el chico en un tono tranquilo, pero firme.
No era mucho mayor que ella. Tenía el cabello oscuro, unos lentes delgados sobre el puente de la nariz y una expresión serena, como si la visión de alguien al borde del abismo no lo hubiera alterado en lo más mínimo.
—Estoy bien —replicó Aysel, abrazándose a sí misma.
El chico suspiró.
—Vale, entonces al menos invítame a tomar un té.
—¿Qué?
—Me has dado un susto de muerte, lo mínimo que puedes hacer es compensarlo con una taza de té.
Aysel lo miró como si estuviera loco.
—No tengo dinero.
—No he dicho que pagues.
—No quiero compañía.
—Bueno, pero yo sí quiero un té. Y estaría bien no tomarlo solo.
Su lógica era absurda. O tal vez no tanto. Aysel no tenía fuerzas para discutir, y tampoco quería quedarse sola.
—Está bien —cedió en un murmullo.
El chico sonrió levemente.
—Soy Oliver, por cierto.
Oliver la llevó a una cafetería cercana, un Starbucks con luz tenue y mesas dispersas. Eligió un rincón apartado y pidió un té matcha frío para él, un té negro para Aysel. Cuando llegaron las bebidas, él sacó un libro de psicología, subrayadores de colores y comenzó a estudiar como si nada.
Aysel lo miró con incredulidad.
—¿De verdad me obligaste a venir y ahora te pones a leer?
Oliver alzó la vista con naturalidad.
—Pues no quieres hablarme y yo tengo que estudiar. Puedo acompañarte en silencio y estudiar al mismo tiempo. No son cosas excluyentes.
Aysel apretó los labios. Esa frase. “Si ambas cosas no son excluyentes, puedo hacerlas al mismo tiempo.” Su hermano solía decir lo mismo.
Antes de que pudiera evitarlo, las lágrimas brotaron. Una tras otra. En completo silencio.
Oliver dejó el subrayador en la mesa y la miró con calma.
—En serio, puedo escuchar. No me conoces, quizás no nos volvamos a ver, pero es bueno soltar lo que nos rompe de alguna forma. Hablar es una de ellas.
Aysel se secó con torpeza las mejillas.
—Eres muy convincente… pero no tengo nada que decir. Solo que mi vida no vale la pena. Has perdido tu tiempo evitando que saltara y ahora pierdes tu dinero invitándome a comer.
Oliver sonrió con amabilidad.
—¿Eres una asesina en serie?
Aysel lo miró horrorizada.
—¡No! ¡Claro que no!
—Bueno, y si lo fueras, no me lo dirías así te preguntara.
Ella chasqueó la lengua.
—Buen punto.
Oliver miró su mano y notó el anillo en su dedo.
—¿Tus motivos son amorosos?
Aysel bajó la vista y, con furia contenida, se quitó el anillo, dejándolo sobre la mesa.
—No —susurró.
Pero su gesto hablaba más que sus palabras.
Oliver bebió de su té con tranquilidad.
—Claro, como podría ser eso.
—No hagas sarcasmo conmigo.
—No lo es. Solo que no serías la primera ni la última. Cada año, más de 800,000 personas en el mundo se suicidan. De ellas, un gran porcentaje lo hace por desamor. Y por cada persona que lo logra, hay al menos 20 que lo intentan. No estás sola en esto.
Aysel sintió un escalofrío.
—No es solo por eso.
—Bien. Hay otras razones. Pero el desamor es una de ellas.
Oliver la estudió por un instante.
—¿Tu esposo te engañó?
Ella se mordió el labio, rabiosa. Tomó su té y bebió un gran trago sin responder.
Oliver asintió, como si su silencio fuera suficiente respuesta.
—Sí, sí lo hizo.
Se acomodó en su asiento y continuó, como si estuviera dando una lección en clase.
—Cerca del 50% de los matrimonios terminan en divorcio. Es más común de lo que parece. Y la mayoría de esas personas rehacen sus vidas.
Aysel lo miró con una mezcla de fastidio y sorpresa.
—Joder, eres una especie de Google andante. ¿Cómo sabes todos esos datos y estadísticas?
Oliver sonrió, encogiéndose de hombros.
—Estudio psicología. Y soy un poco nerd. Me apasiona el tema.
—Ajá. Así que has encontrado en mí un experimento andante. ¿Quieres que sea tu tesis?
Oliver sonrió con ironía.
—Me gustaría, sí. Tú mejorarías y yo me graduaría.
Contra todo pronóstico, Aysel sonrió.
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Juliette caminaba nerviosa por el pasillo del hospital, el sonido de sus tacones resonando como una advertencia. Sabía que ese momento iba a llegar, pero no estaba preparada para la tormenta que se desataría. La madre de Liam ya había llegado.
La puerta se abrió y apareció una figura familiar, pero cargada de resentimiento. La mujer, de expresión dura y fría, caminó hacia ella sin un atisbo de compasión. Juliette sintió su mirada afilada como cuchillos.
—Tú —dijo la madre de Liam, con la voz cargada de odio—. La mala mujer, la mala esposa, la mala madre. Eres una vergüenza.
Juliette no pudo evitar apretar los labios, pero se mantuvo firme. Sabía lo que venía. Lo que su suegra había dicho durante años, siempre con una sonrisa de falsa simpatía.
La mujer avanzó, los reproches continuaban, cada palabra un golpe que retumbaba en su pecho.
—Nunca fuiste suficiente, Juliette. ¿No lo ves? ¡Mira a tu alrededor! Mira lo que has hecho. Mi hijo, mi hijo que tú destruíste con tu maldita actitud.
El rostro de Juliette se endureció, pero justo cuando la mujer levantó la mano para abofetearla, Juliette recordó las palabras de Liam, aquellas palabras que él le había dicho en sus últimos días, en los momentos de paz antes de que todo se viniera abajo.
Con una rapidez inesperada, Juliette sostuvo su mano, impidiendo el golpe. Los ojos de la mujer se ampliaron en sorpresa, y Juliette no le permitió moverse.
—Usted sabe perfectamente bien que no soy nada de eso —dijo, su voz firme, aunque la emoción amenazaba con desbordarse. —Fui buena mujer, trabajadora y proveedora del hogar. Trabajaba incansablemente mientras que Liam se quedaba en casa paternando, jugando en el computador, y en mi cama con otras mujeres. Fui una buena esposa, y aun con todo lo que me ha hecho, estoy aquí a su lado.
La madre de Liam intentó zafarse, pero Juliette no la soltó, su voz se tornó más fuerte, casi desbordando la verdad que por años había callado.
—Y con respecto a mi hija, soy la mejor madre que ella puede tener. Su amor por mí me lo reafirma, y su hijo me lo ha confirmado, retirando la demanda y entregándome la custodia absoluta. Así que drene su dolor de otra forma, arrástrese por el suelo, llore o golpee las paredes, pero a mí no me reproche nada. Y a Maddie tampoco.
La madre de Liam la miraba ahora con incredulidad, como si las palabras de Juliette le hubieran golpeado más fuerte que cualquier bofetada. Su brazo caía inútilmente a su costado, sin poder reaccionar ante la determinación de la mujer que había decidido plantarse, sin más miedo.
La mujer abrió la boca, pero no salió palabra alguna. El silencio se hizo denso, y la atmósfera parecía vibrar con una tensión insostenible.
Finalmente, la mujer dejó ir la mano de Juliette, retrocediendo unos pasos. En sus ojos aún había rabia, pero también una mezcla de sorpresa. Sin decir una palabra más, entró en la habitación de Liam, y Juliette se quedó allí, mirando la puerta cerrada.
Desde el interior, Liam la miró a través del cristal, su rostro iluminado por una expresión de orgullo. Juliette sonrió débilmente, y su corazón se rompió en mil pedazos al ver esa mirada.
Juliette giró sobre sus talones después de la confrontación con la madre de Liam, con la cabeza erguida y el corazón aún latiendo fuerte en su pecho. No había tiempo para lamentos, no cuando Maddie la necesitaba. Mientras caminaba hacia donde las enfermeras estaban con su hija, notó que alguien la observaba. Al levantar la mirada, vio a Nicholas Wolfe, quien había presenciado toda la escena desde el pasillo.
—Impresionante —dijo Wolfe con una sonrisa intrigante, acercándose lentamente a ella—. Me encanta tu carácter, Juliette. Tu determinación hacia la vida y tus ideales es... impresionante.
Juliette no tenía ganas de lidiar con él en ese momento. Su paciencia estaba al límite.
—Si solo vas a molestar, apártate de mi camino, Wolfe. No tengo tiempo para tus estupideces.
Nicholas no se detuvo, caminó a su lado, como si nada. Levantó las manos en señal de paz.
—No diré ni una sola palabra, seré una estatua a tu lado —respondió, con una sonrisa divertida.
Juliette lo fulminó con la mirada, su paciencia agotándose rápidamente.
—¿No tienes trabajo que hacer? ¿El proyecto? ¿Destruir a Demer? ¿Seducir a Aysel? —preguntó, con tono mordaz.
Wolfe no se inmutó.
—Todo eso puede esperar. Maddie y tú ahora son mi prioridad.
Juliette se detuvo en seco. Sintió una rabia tan profunda que se le subió a la cabeza. Sin pensarlo, agarró a Nicholas de la corbata, tirando de él hacia abajo, para que sus ojos se encontraran de cerca.
—No lo diré dos veces —dijo, con los dientes apretados, su voz baja y feroz—. Aléjate de mi hija.
Wolfe asintió rápidamente, visiblemente atemorizado. Cuando ella lo soltó, él se enderezó, aún con una sonrisa que, Juliette podría jurar, escondía algo más en su mirada. Algo que le repugnaba.
—Bueno, bueno, parece que me atraes más de lo que pensaba —dijo, con una sonrisa que Juliette pudo haber jurado que era un tanto divertida. Pero no tenía tiempo para eso.
Juliette caminó rápidamente hacia Maddie, que estaba acompañada por las enfermeras en el pasillo. La niña levantó la cabeza al verla acercarse y la miró con ojos llenos de curiosidad.
—Maddie —dijo Juliette, agachándose frente a ella para poder mirarla a los ojos—. Tienes que despedirte de papá, cariño. Él se va a un viaje largo... a las estrellas.
Maddie la miró, un poco confundida por la forma en que Juliette lo había dicho, pero comprendió la gravedad del asunto. Ella asintió, abrazando a su madre antes de caminar hacia la puerta de la habitación de Liam, donde las enfermeras le hicieron espacio para entrar.
Cuando Maddie entró, se acercó a la cama de Liam. Juliette la siguió de cerca, manteniéndose a su lado mientras la niña tomaba la mano de su padre.
Liam, que se veía mucho más frágil que antes, sonrió débilmente al ver a su hija.
—Maddie, mi pequeña... —dijo con voz débil, pero llena de amor—. Te quiero mucho, más de lo que las palabras pueden decir. Siempre estaré contigo, incluso cuando no pueda estar a tu lado.
Maddie lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero con una pequeña sonrisa en su rostro.
—Te quiero mucho, papá —respondió, sin dejar de sostener su mano—. ¡Te voy a extrañar mucho! ¿me llamaras cuando llegues a las estrellas?
— ¡Por supuesto! Cada que una titile con fuerza soy yo, debes hablarme y escucharme en tu corazón.
Maddie se llevo una mano al corazon.
—¿Asi?
—¡Justo así!
Liam respiró profundamente, mirando a Juliette.
—Cuídala... —dijo con esfuerzo, casi como un susurro—. Y Juliette.... realmente... si quiero que me perdones ¿podrás?
Juliette se quedó quieta, el nudo en su garganta dificultándole la respiración. Finalmente, después de un momento de silencio, le respondió.
—Te perdono... —su voz tembló, pero se mantuvo firme—. Buen viaje a las estrellas, Liam.
Maddie dio un último beso a su papá en la mejilla, y luego se apartó lentamente, mirando a su madre con los ojos llenos de tristeza. Juliette la abrazó fuerte, sintiendo el peso de su propio dolor, pero sin dejar que el mundo se lo arrebate.
Juntas, madre e hija salieron de la habitación. La puerta se cerró detrás de ellas, dejando atrás todo lo que había sido, y todo lo que ahora era.
Pero Juliette sabía que, por Maddie, siempre seguiría adelante.
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El teléfono vibró insistentemente en las manos de Aysel, las múltiples llamadas perdidas de Ethan parpadeando en la pantalla. Finalmente, con un suspiro, lo descolgó y apretó el auricular contra su oído.
—¿Qué quieres? —respondió, con la voz cargada de indiferencia, sabiendo lo que le esperaba.
Ethan no tardó en soltar la prisa en su tono.
—¿Dónde estás? Necesitamos hablar, ¡es urgente!
Aysel miró a Oliver, que estaba sentado a su lado, dándole una señal de aprobación con los pulgares mientras sonreía como si fuera lo más gracioso del mundo. Aysel soltó una risa irónica y lo miró, aún sin poder quitarse la incomodidad del rostro.
—No puedo hablar ahora, estoy ocupada —respondió, aunque la risa nerviosa no pudo evitarse al ver la expresión de Oliver.
—¡Es urgente! —repitió Ethan, ahora visiblemente más frustrado—. Encontraron el video de quien puso las serpientes.
Aysel levantó una ceja, desconcertada por la información.
—¿De verdad? ¿Quién fue? —preguntó, aunque el sarcasmo apenas se notó en su tono.
—No podemos identificarlo. Llevaba un traje negro y una máscara... —Ethan respiró hondo, antes de añadir—. Pero lo más importante: quiere hacerte daño. Eso es seguro.
Aysel miró a Oliver, quien la observaba en silencio, y un escalofrío recorrió su espalda. Su garganta se secó de inmediato, un nudo comenzando a formarse en su pecho. La sensación de miedo la golpeó, aunque intentó no dejar que se notara.
—¿Algún detalle más? —preguntó, tratando de mantener la calma, pero con el pulso acelerado.
Ethan estaba al borde de la desesperación.
—¡¿Cómo que un detalle más?! ¿Dónde diablos estás? ¡Dime ya! Me tienes de los nervios, Aysel. —La voz de Ethan se quebró por un segundo antes de continuar, esta vez casi gritando—. ¡Altura y contextura!
Aysel miró a Oliver una vez más, un suspiro de alivio escapando de sus labios antes de contestar. Al menos esa parte la tranquilizó.
—Bajito y corpulento —respondió Ethan, como si fuera una descripción que tendría alguna relevancia.
Aysel suspiró profundamente, la ansiedad dejando espacio para una pequeña sonrisa al ver a Oliver, que no encajaba ni remotamente con la descripción que Ethan había dado.
Ethan permaneció en silencio unos segundos, antes de que la risa de Oliver llegara a sus oídos a través del teléfono. Aysel había dejado escapar una risa nerviosa y Oliver, aparentemente sabiendo que Ethan lo escucharía, la amplificó a propósito. Ethan frunció el ceño, escuchando el ruido al otro lado de la línea.
De repente, una voz ruidosa cortó el aire en el Starbucks. Oliver, con su habitual irreverencia, gritó en voz alta.
—¡Por favor, pueden traernos dos frapuccinos y escriban nuestro nombre! ¿Y tú qué quieres, Aysel, cariño? —dijo, como si estuviera en medio de una conversación casual. Todo el café se giró hacia él, algunos con caras desconcertadas y otros con risas nerviosas, mirándolo como si fuera un demente.
Aysel lo miró, completamente confundida por la escena. Su rostro reflejaba un asombro total, preguntándose qué demonios le pasaba a Oliver.
—¿Qué... estás haciendo? —le susurró, frunciendo el ceño mientras sus ojos pasaban de Oliver a las miradas curiosas de los demás en el lugar.
En el teléfono, Ethan había escuchado todo. Su voz, llena de incredulidad, cortó la confusión de Aysel.
—¿Estás en una cita, Aysel? —preguntó, casi incrédulo—. ¿De verdad?
Aysel, ahora irritada, apretó el teléfono contra su oído con más fuerza.
—Ocúpate de tus asuntos, que yo me ocupo de los míos —respondió, el tono de su voz cargado de desprecio.
—¡No te atrevas a colgarme! —ordenó Ethan, su voz tensa y llena de amenaza.
Aysel, con una risa amarga, no dudó ni un segundo.
—Jódete, Ethan —dijo, y colgó de golpe, sin pensarlo más.
Oliver aplaudió de inmediato, su expresión entre divertida y sorprendida.
—Muy bien, lo has hecho genial, Aysel. Has lidiado con tus emociones de una forma magistral.
Aysel no pudo evitar sonreír con algo de sarcasmo, mientras lo miraba de reojo.
—Siempre lidio con mis emociones de una forma magistral —respondió con un tono que dejaba claro que había algo de ironía en sus palabras.
Oliver sonrió de vuelta, y con una mirada juguetona, añadió:
—Estoy seguro de que tu esposo vendrá a por ti... Puedes decir que soy tu novio secreto si lo que deseas es molestarlo, pero por favor, cuida que no me golpee. Odio la violencia, y no se me da bien pelear con puños.
Aysel lo miró, desconcertada, sin saber si reír o sentir lástima por él.
—Tú necesitas ayuda psicológica —respondió, de forma casi automática—. Ethan no vendrá. Nuestro matrimonio no se basa en amor.
Oliver frunció el ceño, como si hubiera algo que no entendiera bien.
—¿Ah, no? ¿En sexo? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y burla.
Aysel negó con la cabeza, mirando al frente.
—¿Tampoco? —insistió Oliver—. ¿Entonces, en qué?
—Acuerdos comerciales... —respondió, sin poder evitar una leve sonrisa amarga.
Oliver lo pensó por un segundo, levantando una ceja, como si no pudiera creer lo que escuchaba.
—¿Eso sucede en la vida real? Pensé que solo pasaba en las películas.
Aysel suspiró, mirando a su alrededor como si buscara alguna respuesta más profunda.
—Bueno, yo también lo pensaba hasta que me pasó a mí —respondió con una mirada perdida—. Debe ser difícil estar enamorada de alguien que te ve como un negocio.
Oliver la observó por un momento, antes de hacer un comentario irónico.
—No eres ni siquiera un negocio, eres su cárcel. ¡Eso suena aún peor!
Aysel lo miró, en parte sorprendida, en parte abrumada por la forma en que había analizado la situación.
—Para —dijo, sin poder evitar que su voz se suavizara un poco. Sus ojos se llenaron de una tristeza sutil, pero penetrante—. Sé que no soy la única que sufre, pero créeme, mis razones para saltar no son tan superficiales.
Oliver la miró con seriedad, como si estuviera completamente dispuesto a escucharla.
—Ninguna razón es superficial —dijo, con una intensidad que parecía salir del fondo de su ser—. Todas las emociones y razones son válidas, dependiendo de la intensidad con la que las vivimos.
Oliver, con una expresión completamente seria, comenzó a hablar como si estuviera dando una charla académica.
—Sabías que un porcentaje sorprendentemente alto de personas vive sus emociones al máximo, tomando decisiones extremas en momentos de desesperación o dolor... Un estudio reciente mostró que el 32% de las personas que enfrentan situaciones de estrés intenso toman decisiones impulsivas, a veces arriesgando su vida o bienestar...
Aysel lo interrumpió rápidamente, ya empezando a sentirse sobrecargada por el tema.
—¡Para ya con eso! —dijo, agitando una mano en el aire—. Fue un momento de extrema debilidad, no suelo ser así, soy una roca... pero...
Oliver la miró con una expresión comprensiva, aunque sus palabras seguían siendo punzantes.
—Pero las rocas también se rompen —dijo, casi como un susurro, y Aysel lo miró fijamente, reconociendo en su voz una verdad a la que no quería enfrentarse.
Ella suspiró profundamente, como si intentara liberarse de un peso invisible.
—Solo quería que se acabara el dolor... —comenzó, su voz temblorosa, pero firme. Puso una mano en su pecho, como si pudiera aliviar la presión interna—. La presión en el pecho que me ahoga... los pinchazos en el corazón que me traspasan una y otra vez. —De repente, las palabras parecieron adquirir una vida propia, y la sensación de depresión y ansiedad invadió su cuerpo mientras hablaba—. Es como si una mano invisible me aplastara el pecho y no pudiera respirar... Como si el peso del mundo estuviera sobre mí... y mi corazón solo me recordara lo roto que está. La ansiedad me consume, mis pensamientos se aceleran, mi cuerpo se tensa... —Hizo una pausa, tragando saliva con dificultad—. Por eso quería saltar.
Un silencio pesado cayó entre ellos, solo roto por el sonido distante de las conversaciones en el Starbucks. Aysel miró al frente, como si las palabras de Oliver y sus propias emociones pudieran desaparecer en el aire.
Fue entonces cuando Ethan apareció, interrumpiendo el momento.
—¿Saltar? ¿De qué hablas? —preguntó, su voz llena de sorpresa y una pizca de incredulidad.
Aysel lo miró incrédula, su rostro reflejando una mezcla de asombro y desconfianza.
—¿Cómo llegaste aquí? —le preguntó, sin poder ocultar la sorpresa en su tono.
—Fácil —respondió Ethan, cruzándose de brazos—. El único lugar donde sirven frapuccinos helados y te colocan el nombre es Starbucks.
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Editado: 11.04.2025