Una Amante para mi esposo

29.

Capitulo 29: Rosas y Tulipanes.

Aysel se abrazó las rodillas, con la mirada perdida en el suelo. Sus manos temblaban, pero no sabía si por el frío o por el peso de los recuerdos. Juliette la observaba con el ceño fruncido, su expresión cargada de preocupación.
—No fue tu culpa —dijo con firmeza—. Fue una desgracia, un accidente. Eso es lo que quiere tu padre que creas.
Aysel apretó los labios, reprimiendo el temblor en su voz.
—Pero yo lo llamé. Si no lo hubiera llamado, él no habría ido por mí… —murmuró, sintiendo cómo la culpa volvía a enroscarse en su pecho como un veneno lento—. Todos me culpan porque tenía celos…
Juliette ladeó la cabeza, confundida.
—¿Celos?
—Él iba a recibir la empresa, el puesto de CEO… al día siguiente.
Juliette parpadeó, enderezándose de golpe.
—¿Espera, qué has dicho?
Aysel se frotó las sienes, su mente desordenada.
—Que él iba a recibir el puesto en la empresa…
Juliette entrecerró los ojos, su mente comenzando a hilar pensamientos.
—¿Y cómo dices que fue el accidente?
Aysel suspiró, secándose las lágrimas con la manga de su suéter.
—De auto…
—Ajá, pero de auto ¿cómo? ¿Lo chocaron? ¿Perdió el control?
Aysel se quedó en silencio por un momento. Su mente intentaba encontrar respuestas, pero solo tenía fragmentos de un pasado que había tratado de ignorar.
—No… perdió los frenos de su Aston Martin Valkyrie.
Juliette frunció el ceño.
—¿Y es muy común que eso suceda en esos autos?
Aysel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su respiración se volvió errática, y la habitación pareció volverse más pequeña. Juliette seguía hablándole, pero su voz sonaba lejana, como si viniera desde el otro extremo de un túnel.
"¿Es común que eso suceda en esos autos?"
Su mente la traicionó. De repente, ya no estaba en la habitación con Juliette. Estaba de nuevo en el hospital.
El pasillo frío, las luces fluorescentes parpadeando sobre su cabeza, el olor a desinfectante impregnando el aire.
Podía ver a su padre, de pie frente a un hombre de uniforme azul oscuro. El policía sostenía una carpeta en sus manos, pero su mirada no estaba en los papeles, sino en Demer.
La voz del hombre sonó como un eco lejano, pero cada palabra se clavó en su memoria con la fuerza de un cuchillo.
—Señor Altan, los frenos estaban rotos.
Aysel sintió que el aire abandonaba sus pulmones.
—Se encontraron signos de manipulación en el sistema de frenado.
Ella entreabrió los labios, como si quisiera decir algo, pero su voz se quedó atrapada en su garganta.
—¿Tienen algún enemigo?
El silencio pareció durar una eternidad. Su padre no desvió la mirada. No parpadeó. Su voz salió sin una sola grieta.
—No, ninguno. Infelizmente, esto ha sido un accidente.
El oficial frunció los labios, como si no estuviera del todo convencido, pero asintió y cerró la carpeta con un chasquido.
"No, ninguno."
Aysel se tambaleó de vuelta a la realidad. Parpadeó varias veces, tratando de recuperar el aliento. Las paredes de la habitación ya no se cerraban sobre ella, pero el hielo en su pecho seguía allí.
—No… —su voz salió quebrada—. No fue un accidente.
Juliette se inclinó hacia ella, con los ojos entrecerrados.
—¿Aysel?
—Él lo sabía. —Sus propias palabras le sonaron ajenas. Apretó las manos sobre su regazo, intentando darles calor. Su cuerpo estaba congelado—. Papá lo sabía…
Juliette la miró fijamente.
—¿Qué dices?
Aysel se llevó una mano a la boca, su corazón latiendo con fuerza descontrolada.
—Le dijeron que los frenos estaban rotos… que había signos de manipulación. Y él… él solo dijo que había sido un accidente. Ni siquiera preguntó quién podría haberlo hecho.
Juliette sostuvo su mirada con intensidad.
—Porque él ya lo sabía.
Aysel sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba.
*********************************************************
Ethan cerró la puerta del despacho de Demer con un leve clic, deteniéndose unos segundos para escuchar. Silencio absoluto. Perfecto.
El despacho olía a cuero y madera pulida, con ese aire asfixiante de los lugares donde se toman decisiones que destruyen vidas. Las luces cálidas proyectaban sombras largas sobre los estantes de libros perfectamente alineados y la colección de relojes antiguos.
Se acercó al escritorio de madera oscura, sintiendo el peso de la habitación sobre él. Encendió la computadora y esperó, su reflejo parpadeando en la pantalla negra hasta que apareció el cuadro de la contraseña.
"Vamos, viejo bastardo, dame algo."
Tecleó varias combinaciones. Aysel. Emir. La fecha de la fundación de la empresa. Nada. Frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello. Demer no era estúpido. No dejaría la clave al alcance de cualquiera.
Se dejó caer en la silla de cuero, echándose hacia atrás. Giró lentamente, observando el despacho con la mirada afilada. Había algo aquí, lo sabía.
Los secretos no se guardaban en papel en este siglo. Estaban aquí, en esta máquina, en esta oficina. Solo tenía que encontrarlos.
Exhaló con frustración, cerrando los ojos por un momento. Y entonces… su mente lo arrastró a otro recuerdo.
El día que vendió su vida sin darse cuenta.
El día que Demer le ofreció casarse con Aysel.
El despacho estaba más oscuro aquella vez, la luz del atardecer filtrándose por los ventanales. Ethan recordaba el sonido del whisky sirviéndose en un vaso de cristal, el roce de los dedos de Demer contra la madera cuando dejó la copa sobre la mesa.
—Mi hija necesita estabilidad. Tú puedes dársela.
Su voz era como un anzuelo lanzado con precisión quirúrgica. Ethan lo miró con desconfianza.
—¿Y qué gano yo con esto?
Demer se inclinó, su sombra alargándose sobre el escritorio.
—Te convertirás en el hombre más poderoso de esta ciudad.
Había sonado como una promesa. Ahora lo entendía mejor: era una advertencia.
Y entonces Aysel entró.
Vestida de blanco. Los labios pintados de un rojo profundo. Su mirada encendió cada alarma dentro de Ethan. Esa no era una novia feliz.
Pero él no pensó en eso en aquel momento. Solo en lo jodidamente hermosa que se veía.
El resto de la boda pasó como un borrón, alcohol y flashes de cámara, un "sí, acepto" que se sintió como firmar un pacto con el diablo.
Pero ahora, girando en la silla de Demer, un detalle que había pasado por alto emergió con una claridad escalofriante.
No había familia de Aysel.
Ni una tía llorosa, ni primos curiosos, ni amigos de la infancia. Nadie.
Apretó los puños.
¿Dónde estaban?
Algo no cuadraba. Algo había estado mal desde el principio.
Ethan se inclinó sobre el escritorio, la mirada fija en la pantalla bloqueada.
Demer estaba ocultando algo
Ethan se recostó en la silla, mirando el ordenador de Demer sin saber qué hacer. Había algo en la madre de Aysel que le rondaba la cabeza. Solo la había visto en contadas ocasiones: en aniversarios, en eventos importantes, y siempre rodeada de esa aura de perfección que Demer necesitaba mostrar. Fuera de esos momentos, apenas se la mencionaba. ¿Dónde estaba realmente?
Decidido, sacó su teléfono y escribió rápidamente a Aysel.
Ethan: Ve a casa y coge ropa. Vamos a ver a tu madre.
Esperó unos segundos. Luego vio los tres puntitos de "está escribiendo". Su respiración se aceleró ligeramente mientras el teléfono vibró con la respuesta.
Aysel: No, gracias. Estoy muy ocupada, paso.
Ethan frunció el ceño. La respuesta fue demasiado fácil. No podía dejar que se zafara de eso tan fácilmente. Quería saber qué estaba pasando, y no iba a dejarlo pasar.
Ethan: No es una sugerencia. Es una orden.
El mensaje tardó más en llegar esta vez, y cuando lo hizo, las palabras de Aysel fueron más cortantes de lo que había anticipado.
Aysel: Estoy con Juliette y Maddie, el padre de Maddie falleció. No puedo dejarlas.
Ethan apretó los dientes, sorprendiendo por la noticia. Estaba tan centrado en su propio plan que no esperaba que algo como esto llegara a cambiar la conversación.
Ethan: ¿Falleció?
Los puntos suspensivos aparecieron una vez más, y la espera hizo que su mente comenzara a saltar de una idea a otra. ¿Qué más ocultaba Aysel?
Aysel: Sí, anoche… Tal vez por eso ella te mandó a freír monos. Pero si quieres recuperarla, esta es tu oportunidad. Pide rosas para ella, y traele algo a Maddie. En serio, quiero que sean felices. No me voy a meter más en el medio.
Ethan sintió un nudo en el estómago al leer sus palabras. ¿Recuperarla? Aysel estaba diciendo que se apartaría... Ethan miró su teléfono, el mensaje de Aysel aún flotando en su mente. Sabía que tenía que hacer algo, que había que recuperar a Juliette, pero algo lo retenía. Se sentó frente a su escritorio, temblando de ansiedad. Un impulso lo llevó a abrir la aplicación de floristería, comenzando a marcar el número para ordenar las flores para Juliette.
Pero mientras los números se deslizaban por la pantalla, su mente se desvió. Una imagen se coló en sus pensamientos, la mano de Aysel, esa mano desnuda, sin el anillo. Su cuerpo se tensó. Algo en su pecho se apretó, un nudo que no podía deshacer.
El teléfono vibró en sus manos, y antes de que pudiera procesarlo. Se vio transportado a ese día, al día de su boda, cuando él no tenía ni idea de lo que le esperaba. Aysel, su mirada fija en él, esa extraña sensación de que todo era un error, pero no poder dejar de mirarla. Un error que, a lo largo de los años, se convirtió en algo más complicado, en una guerra sin fin.
Recordó la última vez que realmente estuvieron juntos. No había amor, solo una necesidad compartida, una frustración mutua que había estallado en algo que no entendía.
De repente, el teléfono en sus manos pareció volverse pesado. Su dedo se detuvo antes de presionar el botón de llamada.
"¿Qué diablos me pasa?", se preguntó en silencio. ¿Por qué no puedo dejarla?
El pensamiento de Juliette se mezclaba con la imagen de Aysel, y todo lo que había hecho para seguir adelante con su vida parecía derrumbarse frente a él. El teléfono seguía en sus manos, y el número de flores ya no tenía sentido.
"me estoy volviendo loco"
*********************************************************************
Demer Altan cruzó los brazos, su presencia dominando la habitación. Las paredes del despacho parecían cerrarse aún más a su alrededor mientras sus ojos se fijaban en Nicholas Wolfe, desafiantes y fríos. La atmósfera era tensa, cargada de una amenaza latente que ni siquiera las lujosas decoraciones podían suavizar.
—No hay secretos en este mundo que permanezcan ocultos para mí, Wolfe —dijo Demer, su voz grave y penetrante—. Si tú eres quien ha estado jugando con ese mal recuerdo, con esas malditas serpientes de coral en casa de Aysel, lo sabré. Y te arrepentirás.
Nicholas se recostó en su silla, una sonrisa confiada curvando sus labios. No mostró miedo, aunque sabía que en este juego, el más mínimo error podría costarle caro.
—Perfecto —respondió, su tono sarcástico y desafiante—. Ahora, Demer, llévate a tus lindas amiguillas y sal de mi despacho. Tengo mucho trabajo que hacer y no puedo concentrarme con estas cuatro hermosas víboras mirándome de frente.
Demer no dejó que la provocación lo desestabilizara. En lugar de irritarse, su boca se curvó en una sonrisa casi satisfactoria.
—Como quieras —dijo él, levantándose de su silla con calma. Sus ojos brillaron de manera peligrosa, pero mantuvo el control. Dio un paso hacia la caja de vidrio que descansaba sobre la mesa, donde las serpientes de coral se movían lentamente, sus colores brillando en la penumbra—. Vamos, chicas.
Con un movimiento suave, Demer levantó la caja con las serpientes dentro y comenzó a caminar hacia la puerta. Las serpientes se enroscaban lentamente, pero con una elegancia mortal, mientras él las protegía con un cuidado casi obsesivo.
Cuando Demer salió del despacho, cerró la puerta con un suave golpe. La habitación quedó en silencio, solo interrumpido por el leve sonido de la respiración de Nicholas. Él se quedó mirando la puerta por un momento, su mente procesando la última interacción.
Luego, soltó una risa nerviosa, tan seca que apenas se escuchó.
—Este hombre es peligroso —murmuró para sí mismo, pasando una mano por su rostro. El peso de la situación lo golpeó de lleno, pero la confianza seguía presente. Aún no era su turno de perder.
Decidido, cogió su teléfono y marcó el número de su secretaria. No podía dejar de pensar en todo lo que sucedía, en cada jugada que debía hacer, cada paso que tenía que tomar para conseguir lo que quería.
—Sara, necesito que encargues un ramo enorme de tulipanes —dijo, su voz más firme de lo que sentía en ese momento—. Cuando los tengas, llévalos directamente a mi oficina.
—Entendido, señor Wolfe. En seguida —respondió ella con eficiencia.
Colgó el teléfono, pero su mente seguía ocupada en las imágenes de Demer y esas serpientes de coral, tan letales como su dueño. Por un momento, se permitió cerrar los ojos y respirar profundo, sabiendo que, si todo salía bien, el siguiente movimiento sería suyo. Mientras tanto haría algo mas divertido...
*************************************************************************
Aysel y Juliette estaban en el salón, ambas decisieron poner pausa a sus conversaciones depresivas y cargadas de problemas cuando maddie entristecio de repente




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.