Capítulo 30: "La Comedia de los Malentendidos"
La sala estaba impregnada de una tensión palpable, con Juliette mirando a Maddie, que jugaba distraída con un pequeño muñeco. Ethan y Wolfe permanecían a una distancia prudente, pero el aire entre ellos era denso, cargado de una guerra silenciosa que nadie se atrevía a interrumpir. Juliette respiró hondo, consciente de que tenía que aclarar la situación de una vez por todas.
—Maddie, cariño —empezó Juliette, su voz suave pero firme, como si intentara calmar la tormenta que se desataba en su interior—. Quiero que sepas algo importante, y lo voy a contar con toda la verdad.
Maddie levantó la vista, su expresión curiosa. Los ojos de Juliette brillaban con sinceridad, pero también con un cansancio que no podía ocultar. Sabía que las palabras que estaba a punto de decir cambiarían el curso de las cosas.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Maddie, con un tono de voz suave, como si aún no comprendiera el peso de lo que su madre estaba a punto de revelar.
Juliette se sentó junto a ella, tomando sus manos con ternura. Era una conversación que había evitado, pero que ahora ya no podía posponer.
—Ethan no es mi novio —confesó, mirando a su hija con una seriedad que hizo que Maddie frunciera el ceño en confusión.
Maddie se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Juliette continuó, sin apartar la mirada.
—Lo que pasa es que mentí ese día. Lo hice para molestar a tu padre, para que dejara de inmiscuirse tanto en mis decisiones.
Maddie la observó en silencio por un largo momento, hasta que, finalmente, una sonrisa traviesa apareció en su rostro.
—¿Entonces… quién es Ethan? —preguntó, con una pequeña risita que denotaba el asombro que sentía.
Juliette suspiró, sabiendo que esto no sería fácil de explicar. La situación era complicada, pero al menos podía ser honesta.
—Ethan es el esposo de tu tía Aysel, y ambos estaban ayudándome a recuperar tu custodia cuando mamá y papá estaban disgustados. Pero ahora que todo está bien, que tú y yo estamos juntas, y que papá y mamá se han perdonado antes de su viaje a las estrellas… —Juliette hizo una pausa, sus palabras llenas de emoción contenida. — Ahora, todos somos amigos, y mamá te va a contar la verdad.
Maddie la miró un momento, la confusión en su rostro poco a poco se transformó en una mueca de incredulidad.
—Jo, tío Ethan… —dijo Maddie, mirando a Ethan con una risa nerviosa—, eres un mentiroso de primera.
Juliette se soltó una risa nerviosa. Sabía que no podía culpar a su hija por pensar eso. Ethan, al escucharla, se encogió de hombros y, sin perder la compostura, respondió:
—Si, soy un excelente payaso de circo. ¿Nos pintamos la nariz?
Maddie brilló con emoción, saltando de su lugar y corriendo hacia la habitación en busca de maquillaje. Juliette, por un momento, olvidó la tensión que se cernía sobre ellos y observó a su hija con una sonrisa, sintiendo alivio al ver la chispa de felicidad en ella. Pero la tranquilidad fue breve.
Ethan, que aún no había terminado con la mirada incómoda de antes, giró hacia Aysel. En su rostro se reflejaba una ira contenida, pero cuando sus ojos se cruzaron con los de Juliette, la vergüenza se apoderó de él. Juliette se levantó, caminó hacia él y, sin pensarlo dos veces, le dijo con firmeza:
—No quiero que juegues más con mi hija.
Ethan asintió lentamente, con una expresión de arrepentimiento en su rostro. Pero antes de que pudiera decir algo más, Wolfe, que había estado observando la escena en silencio, no pudo evitar soltar una risa baja y burlona.
—Este tipo no aprende —dijo Wolfe, señalando a Ethan con un dedo mientras sonreía con ironía.
Juliette lo miró, completamente agotada de la situación. Caminó hacia Wolfe, su mirada desafiante, y le respondió con una voz que no dejaba lugar a dudas.
—Y en cuanto a ti… —empezó, con la tensión acumulada en su cuerpo—. Yo ya no trabajo para ti, ni voy a volver a hacerlo, así que deja de molestarme. Deja de aparecerte en todos lados y deja de joderle la vida a Aysel. Si quieres vengarte de Demer, déjame decirte que, haciéndole daño a Aysel, solo le estás haciendo un favor. Porque ese hombre no le importa nada más que el poder.
Los ojos de Wolfe brillaron con una intensidad que Juliette no pudo ignorar. Sus palabras la sorprendieron, pero también la descolocaron.
—Eres increíble —dijo Wolfe, sonriendo con una sonrisa torcida—. ¿Te lo han dicho alguna vez?
Ethan, que estaba a punto de responder, soltó un largo suspiro y cruzó los brazos, claramente fastidiado por toda la situación.
—Qué bueno, Wolfe —murmuró, casi con sarcasmo—. Ya estás logrando que me sienta como el peor de todos.
Aysel, que había permanecido en silencio todo el tiempo, finalmente habló. Su voz grave resonó en la habitación, y todos la miraron, conscientes de que lo que dijera podía cambiar el rumbo de la conversación.
—Juliette tiene razón —dijo Aysel, mirando a Wolfe directamente a los ojos—. A mi padre no le importé. Tienes que rearmar tu venganza, porque el daño a Aysel no va a hacer nada más que reforzar el poder de Demer.
Wolfe estaba a punto de responder, pero en ese momento, la voz de Maddie lo interrumpió. Apareció en la sala con una caja de maquillaje, con una sonrisa brillante en su rostro y los ojos llenos de entusiasmo.
—Tío Ethan, tía Aysel, vamos a jugar —dijo Maddie, sosteniendo el maquillaje en sus manos—. Mientras mamá habla con su jefe y nos prepara galletas.
Juliette la miró, completamente en shock, con el rostro marcado por la sorpresa.
—¡Wolfe ya se va! —exclamó, mientras trataba de comprender el caos de la situación. —¡Y yo no quiero hacer galletas, Maddie!
Wolfe, con una sonrisa que parecía burlarse de todo lo que estaba ocurriendo, respondió con tono relajado:
—Pero realmente no quiero irme… y soy muy bueno haciendo galletas.
Maddie, sin dudarlo, asintió con entusiasmo.
—¡Genial! Entonces, a la cocina.
Juliette, sintiendo que todo se le escapaba de las manos, suspiró profundamente. Miró a Wolfe, luego a Ethan, y finalmente a Aysel. Y, sin poder evitarlo, murmuró para sí misma, con una mezcla de frustración y agotamiento:
—Jooodeer… ¿por qué me metí en todo este lío?
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Maddie se acomodó en el sofá con una gran sonrisa traviesa en el rostro. Sus ojos brillaban con entusiasmo mientras miraba a Ethan y a Aysel, que estaban sentados a cada lado suyo, sin tener idea de lo que estaba a punto de ocurrir.
—Tío Ethan, tienes que maquillar a tía Aysel —anunció de repente, extendiéndole un lápiz de ojos negro con una inocencia que no dejaba margen a la discusión.
Aysel arqueó una ceja y cruzó los brazos.
—No, Maddie. Ni lo sueñes.
—¡Sí, sí, sí! —canturreó la niña, negándose a aceptar un no como respuesta—. ¡Es un juego! Vamos, tía Aysel, tienes que dejarte.
Ethan sonrió divertido y tomó el lápiz de ojos de las manos de Maddie.
—Buena venganza, Maddie —dijo, sosteniendo el maquillaje con una sonrisa burlona—. Gracias.
Aysel puso los ojos en blanco.
—Te odio.
—Y yo a ti, pero eso no cambia el hecho de que te voy a maquillar —replicó Ethan, acercándose con expresión determinada.
Aysel intentó apartarse, pero Maddie lo impidió, agarrándole la mano con fuerza.
—Tienes que hacerlo bien, tío Ethan. Más cuidado. Mira, así… —Maddie le quitó el lápiz de las manos y con movimientos suaves delineó la muñeca que tenía consigo.
Ethan suspiró con resignación.
—Muy bien, lo haré con delicadeza…
Aysel observó su cara de frustración y dejó escapar una risa genuina, algo tan raro en ella que hasta a Ethan le sorprendió.
—Vaya, vaya —murmuró Ethan, mirándola con diversión—. Aysel “panela de hielo” se está riendo… y no es de sarcasmo.
Aysel le sostuvo la mirada y, con una sonrisa ladina, respondió:
—Yo soy adorable… solo que no contigo.
—La verdad es que con nadie —soltó Ethan con una risa baja.
Aysel alzó una ceja y se encogió de hombros.
—Con Maddie.
La niña asintió con energía.
—¡Es muy divertida!
Ethan la miró con incredulidad.
—Creo que te ha mentido también…
—No, realmente sí lo es —aseguró Maddie con total convicción—. Me hizo una capa de dragón con las cortinas.
Ethan giró lentamente la cabeza hacia Aysel.
—¿Hiciste qué?
—No es mi culpa que las cortinas sean de buena tela —respondió ella con indiferencia.
Maddie saltó del sofá.
—¡Voy a buscar dos más! Una para cada uno.
—¡No, Maddie, espera! —intentó detenerla Ethan, pero la niña ya corría emocionada por el pasillo.
Aysel suspiró y se recostó contra el respaldo del sofá.
—Bien, ya se ha ido. Ahora vete a la cocina.
Ethan no se movió.
—¿Por qué tan directa?
—Pensé que Wolfe solo quería venganza… pero te quiere quitar a Juliette, eso es seguro.
Ethan frunció el ceño.
—Me has hecho quedar en ridículo. ¿Ha sido a propósito?
Aysel se encogió de hombros.
—Que va. Ni en mis mejores planes hubiese imaginado esto. Pero admito que ver tu cara de póker ha sido divertido.
Ethan se rió entre dientes.
—Eres el demonio.
—Lo sé —respondió ella sin vergüenza alguna—. Pero hablando en serio… tienes que hacer algo. Las rosas rojas son geniales, pero los tulipanes… joder, el tipo tiene estilo.
Ethan apretó los puños con fuerza.
—Hay que ir a ver a tu madre.
Aysel giró bruscamente la cabeza y lo fulminó con la mirada.
—Te dije que no quiero ir.
—Pero es importante —insistió Ethan—. He averiguado sobre tu hermano, Aysel.
La expresión de Aysel cambió en un instante. Se quedó completamente pálida y su cuerpo se tensó.
—Yo… yo no lo hice. Lo juro.
Ethan la miró fijamente.
—¿Por qué nadie habla de eso?
Aysel bajó la mirada.
—Porque todos me culpan. Y eso ensucia el apellido. Pero yo creo que…
—Alguien lo hizo —afirmó Ethan con seriedad.
Aysel se levantó de golpe y lo miró con el rostro desencajado.
—¿Crees que fue mi madre? Porque yo no lo creo.
Su cuerpo comenzó a temblar. Ethan iba a responderle, pero antes de que pudiera hacerlo, Maddie apareció en la sala con tres capas de tela y una sonrisa radiante.
—¡Aquí están! ¡Una para cada uno!
Ethan cerró los ojos con frustración, mientras Aysel, aún con la respiración entrecortada, intentaba recomponerse. Maddie no les dio tiempo de reaccionar antes de lanzarle una capa a cada uno.
—¡Ahora somos un equipo de dragones! —exclamó la niña con entusiasmo.
Ethan suspiró y murmuró:
—Definitivamente, no voy a sobrevivir esta noche…
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juliette mezclaba la masa con fuerza, frunciendo el ceño mientras miraba al hombre que tenía al lado.
—Ni en mis peores pesadillas me imaginé compartiendo mi cocina contigo —espetó.
Wolfe, sin inmutarse, seguía concentrado en la masa.
Juliette lo observó, confundida por su falta de reacción.
—Que sepas que estás aquí solo porque mi hija ha perdido a su padre —añadió con frialdad—. Está triste y quiero complacerla. Pero de otra manera, no te dejaría ni pisar la entrada de mi casa.
Wolfe siguió amasando con calma.
—Solía hacer galletas con mi madre cuando tocaba escondernos de todos —murmuró.
Juliette se tensó.
—¿Esconderse? ¿Por qué?
Él siguió trabajando la masa, su expresión imperturbable.
—Cuando mi padre hacía sus negocios y se iba, ella y yo éramos el blanco.
La sangre de Juliette se heló.
—¿Qué tipo de negocios? —preguntó con un hilo de voz.
Wolfe dejó caer la verdad como una losa.
—Crímenes. Tráfico, asesinatos, manipulación de políticos… lo habitual en la mafia.
Juliette tragó saliva con dificultad. Sintió que la tensión la sofocaba.
Wolfe la miró de reojo y sonrió.
—No soy un mafioso. Puedes respirar. Elegí un camino diferente, aunque también peligroso. El mundo de los negocios.
Juliette exhaló, pero su cuerpo seguía tenso.
—¿Por qué quieres hacerle daño a Demer?
Wolfe dejó la masa y la miró fijamente.
—Porque, por su culpa, mi padre mató a mi madre.
Juliette llevó las manos al pecho, sintiendo una punzada de pena profunda.
—No quieres saber por qué… ¿verdad? —continuó Wolfe.
Ella no respondió, incapaz de articular palabra.
—Porque Demer dijo que ella era su amante —soltó él con frialdad.
Juliette parpadeó, conmocionada.
—¿Y lo era?
Wolfe negó con la cabeza.
—No. Mi madre era una mujer inteligente. Sabía que mi padre era un demonio y que no perdonaba esas cosas. También sabía reconocer la cara del diablo, aunque cambiara de forma. Demer es el diablo.
Juliette sintió un escalofrío.
—Joder…
Wolfe sonrió de forma siniestra.
—Bien, ahora que te he contado mi pasado, no puedo dejarte ir. Tienes demasiada información sobre mí y podrías hacerme daño.
Juliette lo miró con aprensión.
—¿Me matarás?
Wolfe soltó una carcajada baja y peligrosa.
—¿Matarte? Oh no, cariño, ¿qué dices? —Se inclinó hacia ella, con los ojos brillando de diversión oscura—. Quiero hacerte de todo… menos matarte.Eres mi nueva inspiración...
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Aysel se detuvo en la puerta de la cocina, con la mirada fija en Wolfe. No confiaba en él. Había algo en sus ojos, en su sonrisa fácil, que la ponía en alerta. Fingiendo indiferencia, se acercó al mesón y se cruzó de brazos.
—Todo bien por aquí —dijo, dirigiéndose a Juliette.
Su amiga la miró sorprendida, como si no esperara verla ahí. Por un breve instante, Aysel notó la decepción en sus ojos. No era Ethan quien había entrado, sino ella. Pero Juliette desvió la mirada rápidamente y sonrió con ligereza.
Antes de que cualquiera de las dos pudiera decir algo más, Wolfe salió de la cocina con una bandeja de galletas.
—Esto es para Maddie —anunció con su tono despreocupado de siempre.
Aysel y Juliette se miraron. No necesitaban palabras para entenderse. Salieron detrás de él, observándolo con recelo mientras se acercaba a la niña.
Maddie, ajena a la tensión de los adultos, sonrió de oreja a oreja al ver las galletas.
—¡Gracias, señor Wolfe! —exclamó emocionada, tomando una.
Aysel sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué estaba tan atento con Maddie? ¿Cuál era su verdadero objetivo?
—Este hombre me pone de los nervios —murmuró Juliette junto a ella—. Tengo que contarte algo sobre él.
Aysel le lanzó una mirada de preocupación.
—¿Qué?
Juliette negó con la cabeza.
—No aquí… cuando se vaya.
Aysel respiró hondo, controlando su ansiedad.
—Está bien, tranquila. Respira. Después de las galletas los echamos a ambos.
Juliette esbozó una sonrisa y desvió la mirada hacia Aysel con una chispa de diversión.
—Maddie te maquilló muy mal.
Aysel se removió incómoda.
—Sí… —No quiso decirle que había sido Ethan quien la había maquillado, no quería que Juliette pensara mal. En su lugar, decidió desviar la conversación—. Le dije a Ethan que te trajera flores, porque quiero que sean felices juntos. Él de verdad quiere intentarlo, pero sabes que mis padres y mi caos no lo dejan avanzar...
Juliette le sostuvo la mirada con firmeza.
—Aysel, mírame y escúchame.
Aysel tragó saliva.
—Quiero a Ethan, me gusta mucho —continuó Juliette—, pero él realmente te ama. No sigas empujándolo hacia lugares donde ninguno de los dos quiere estar.
Aysel negó con la cabeza, casi en pánico.
—No es cierto. Él te quiere a ti, me lo ha dicho muchas veces. Escúchame…
Juliette suspiró y tomó sus manos con fuerza.
—Quiere la idea de amor que yo represento. Un nuevo inicio, normalidad, improvisación, una familia... Pero no me ama a mí. Porque aun con toda la toxicidad de ustedes dos, con toda la negación y el caos, él sigue eligiéndote.
Aysel sintió que el aire se volvía pesado a su alrededor.
—Así que de mujer a mujer, de amiga a amiga, de empleada a jefa, de amante a esposa… —Juliette la miró con una mezcla de cariño y severidad—. Por favor, NO LA SIGAS CAGANDO.
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Editado: 11.04.2025