Capitulo 31: Verdades implicitas.
Juliette se aclaró la garganta y miró a Wolfe con firmeza. —Tienes que irte. Maddie debe lavarse los dientes y dormir. Mañana tiene colegio.
—Pero no quiero irme aún —protestó Maddie, con un puchero infantil que siempre desarmaba a Juliette.
—Obedece, Maddie —ordenó Juliette con suavidad pero firmeza. La niña suspiró dramáticamente antes de dirigirse hacia Wolfe.
—Gracias por las galletas, señor Wolfe. Estaban muy ricas —dijo Maddie con una sonrisa tímida. Luego corrió hacia Aysel y Ethan. —Tía Aysel, tío Ethan, gracias por los regalos y por venir. —Los abrazó a ambos con fuerza.
Aysel permaneció rígida, incómoda con el contacto tan natural de la niña, mientras Ethan se inclinaba un poco para devolverle el abrazo. Juliette sintió un nudo en el pecho al verlos juntos, tan cercanos. "Se aman, no puedes meterte. Tu prioridad es tu hija. Concéntrate en lo que importa. Ethan no es para ti, nunca lo fue."
Wolfe arqueó una ceja, adivinando sus pensamientos. —Aún puedes separarlos. Es pura fachada su matrimonio.
Juliette lo fulminó con la mirada. —Silencio. No sabes nada. Ya vete y déjame en paz. Si sigues molestándome, te pondré una orden judicial.
Wolfe esbozó una sonrisa provocativa. —Inténtalo. —Y sin más, se giró y salió con paso seguro.
Maddie obedeció y se dirigió a lavarse los dientes. La incomodidad se espesó en la estancia cuando Juliette miró a Ethan y Aysel. —Gracias por las flores y el regalo para Maddie, pero no te preocupes más por nosotras.
Ethan sostuvo su mirada con expresión tensa. —Sí, ya sé que ahora tienes a Wolfe.
Aysel desvió la mirada, claramente incómoda con la tensión entre ellos. Juliette apretó los labios. —No, no tengo a nadie. Pero si lo tuviera, no sería tu problema. Tu problema es Aysel.
Ethan lanzó una mirada fugaz a su esposa antes de soltar un suspiro resignado. —Vámonos ya.
Aysel asintió, caminó hacia Juliette y se despidió de ella con un abrazo. —Gracias por todo, nos vemos pronto...
(...)
El silencio en el auto era sofocante, un peso pesado y cargado de palabras no dichas que se apretujaban en el aire mientras Ethan apretaba el volante con los nudillos blancos. Aysel miraba por la ventana, el reflejo de las luces de la ciudad parpadeando en sus ojos apagados.
—Me hiciste quedar en ridículo con Juliette —espetó Ethan, rompiendo finalmente el silencio.
Aysel cerró los ojos con cansancio antes de girarse hacia él. —Ya te dije que no sabía nada de que Wolfe vendría. Solo estaba intentando ayudarte.
Ethan soltó una risa incrédula y amarga. —¿Desde cuándo te importa ayudarme? Siempre haces todo para arruinarme.
La respuesta de Aysel fue casi un susurro, frágil y cargada de emociones reprimidas. —Desde siempre me importas, pero eso no importa.
Ethan golpeó el volante con la palma de la mano, exasperado. —Tú me quieres volver loco, Aysel. De verdad me vuelves loco. No sé qué es lo que quieres. Me obligaste a dormir en habitaciones separadas desde que nos casamos, hemos sido rivales todo el tiempo, contratando amantes para satisfacer nuestras necesidades. Y ahora, de repente, ¿te importo?
Aysel se mordió el labio, respirando con dificultad. —¿Y qué hay de ti? Has hecho lo mismo, Ethan. También jugaste sucio. Te enamoraste de Juliette, pero por alguna razón te molesta que me quite el anillo.
La mandíbula de Ethan se tensó. El auto avanzaba, pero la conversación parecía al borde de un precipicio. Porque sé que aún lo llevas por algo más que costumbre, pero tu orgullo no te dejara admitirlo nunca—murmuró, sus ojos fijos en la carretera.
Aysel lo miró con una mezcla de desafío y desesperación. —¿Y tú? ¿Aún te aferras a ella porque es más fácil que admitir que me quieres pero que no podemos estar juntos porque nos destruimos el uno al otro?
La tensión vibró en el aire como una cuerda a punto de romperse. Ethan no respondió. Solo aceleró un poco más, como si escapar pudiera borrar la verdad afilada que colgaba entre ellos.
El trayecto de regreso fue un silencio denso y cortante. Ethan mantenía la mirada fija en la carretera mientras sus pensamientos se enredaban con la confesión de Aysel. Sus nudillos estaban blancos por la fuerza con la que sujetaba el volante, y cada segundo que pasaba hacía que la rabia se cociera más en su interior.
Al llegar a la casa, Ethan aparcó de golpe y salió del auto, dando un portazo que retumbó en el silencio de la noche. Aysel bajó también, con pasos rápidos y enfadados, pero en su apuro se tropezó con el último escalón de la entrada.
—¡Maldición! —espetó, sujetándose el tobillo mientras Ethan la alcanzaba, pero ella se irguió rápidamente, apartándolo de un manotazo.
—Quítate ese anillo de una vez, libérate de mí —escupió Aysel, mostrándole la mano desnuda con una sonrisa amarga—. Yo lo hice, y mírame, me siento más liviana.
Ethan dejó escapar una risa incrédula y exasperada, sus ojos recorriendo el dedo vacío de Aysel antes de clavarse en los suyos. Avanzó un paso y la acorraló contra la puerta, una mano apoyada sobre la madera junto a su cabeza. Su otra mano acarició con suavidad el contorno de su mandíbula, trazando un camino lento y deliberado hasta su barbilla.
—Eres buena jugando, Aysel, pero no conmigo. Te conozco demasiado y sé que me quieres más de lo que vas a admitir jamás.
La respiración de Aysel se aceleró y sus labios temblaron antes de responder, casi en un susurro cargado de frustración y anhelo. —Te amo, ya lo he admitido. Pero ya es muy tarde, así que voy a olvidarme de ti, ya lo he decidido.
Ethan observó el desafío en sus ojos, y su pulgar acarició su labio inferior antes de inclinarse y besarla. El contacto fue brusco, desesperado, una mezcla de rabia y deseo reprimido. Sus labios se movieron con una furia voraz, buscando respuestas, buscando redención, buscando todo lo que nunca se dijeron y todo lo que se ocultaron.
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Editado: 11.04.2025