capitulo 32: Una mentira descubierta.
Ethan se adelantó, su postura firme y desafiante. —Estás en nuestra casa, Demer. No voy a permitir que vengas aquí a soltar tu veneno. Vete antes de que las cosas se compliquen.
Demer lo miró con una sonrisa burlona, el desprecio palpable en cada palabra. —No te hagas el macho alfa, Ethan. Mi problema no es contigo, es con ella.
Aysel alzó el mentón, desafiando el peso de la mirada oscura de su padre. —No tengo idea de qué hablas, pero si vas a venir a mi casa a comportarte como un bruto, como siempre, te pediré que te marches ahora.
Los ojos de Demer se entrecerraron con un destello peligroso. —¿En qué lío te metiste, Aysel? ¿Qué estupidez hiciste ahora? ¿Qué pasa con las serpientes corales? ¿A quién molestaste esta vez?
Aysel frunció el ceño, la confusión mezclándose con el enojo. —¿Serpientes corales? ¿De qué estás hablando? ¡Yo no hice nada!
Demer no respondió. Su mano se movió tan rápido que Aysel apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la bofetada resonara en el aire. El golpe le giró el rostro, dejando una marca roja que ardía. Ethan dio un paso adelante con un rugido furioso. —¡Maldito hijo de...!
Aysel levantó una mano, bloqueándolo. Sus ojos estaban llenos de rabia contenida y una determinación que helaba. —No.
Ethan se detuvo, perplejo por su respuesta. Aysel se volvió hacia su padre, enderezándose con orgullo. —No sé qué demonios quieres, pero no voy a permitir que vengas aquí a comportarte como un tirano.
Demer soltó una carcajada amarga. —¿Tirano? Todo lo que tienes, todo lo que disfrutas, es mío.
Ethan cruzó los brazos, su tono gélido. —Ok, pero esta casa es nuestra y no te queremos aquí. Sal por tu cuenta o llamo a la policía. ¿O quieres un escándalo?
La mandíbula de Demer se tensó, pero su mirada se deslizó hacia Aysel con una mezcla de desprecio y burla. —Eres buena jugando con él, Aysel, pero tu encanto no durará mucho. Lo interesante de Ethan es que entendió desde el principio que no vales nada.
Los ojos de Ethan destellaron peligrosamente. —Fuera.
Demer se quedó inmóvil un segundo más antes de esbozar una sonrisa sarcástica y girarse hacia la puerta. El sonido de sus pasos resonó por el pasillo hasta que el portazo retumbó en la casa.
Aysel respiró hondo, el dolor del golpe vibrando en su mejilla mientras el silencio se hacía insoportablemente pesado.
—Aysel... —murmuró Ethan, alargando una mano hacia ella.
Ella lo esquivó, su mirada ardiendo. —No necesito tu lástima.
—No es lástima —insistió Ethan, los ojos fijos en la marca rojiza.
Aysel le sostuvo la mirada, con los ojos cargados de una mezcla de rabia y vulnerabilidad. —No me mires como si fuera una víctima. Esto no me derrumba.
Ethan entrecerró los ojos, su tono bajo pero firme. —Nunca te he visto como una víctima, Aysel.
Ella quiso responder, pero el nudo en su garganta le impidió hablar. Cerró los ojos un momento antes de dirigirse hacia las escaleras, sujetándose la mejilla. —Voy a acostarme. Buenas noches, Ethan.
Ethan la observó marcharse, la tensión vibrando en el aire. La puerta de la habitación de Aysel se cerró con un golpe suave, pero definitivo. Ethan se pasó una mano por el cabello, frustrado, sabiendo que la batalla con Demer estaba lejos de terminar... y que la guerra con Aysel era aún más complicada.
(...)
El sol entraba suavemente por la ventana de la cocina, tiñendo de dorado la mesa donde Maddie balanceaba las piernas mientras untaba mermelada de fresas en su tostada. Sus pequeños dedos estaban pegajosos, pero la sonrisa en su rostro iluminaba el ambiente.
—Mamá, mira, un sol de mermelada —anunció Maddie, mostrando su creación con orgullo.
Juliette rió mientras vertía jugo de naranja en un vaso pequeño y lo deslizaba hacia su hija. —¡Es hermoso! Un artista en casa.
Maddie tomó un gran bocado y, con la boca llena, murmuró: —¿Podemos hacer cupcakes el sábado? Con chispas y mucho chocolate.
Juliette fingió pensarlo, llevándose una mano a la barbilla. —Mmm... no sé. Puede que necesite una ayudante muy especial. ¿Sabes dónde podría encontrar una?
Maddie rio, salpicando migajas por todas partes. —¡Yo! ¡Yo soy la mejor ayudante!
Juliette le revolvió el cabello, la calidez inundándole el pecho. —Sí, eso creo.
Después del desayuno, ayudó a Maddie a cepillarse el cabello rebelde, trenzándolo con cuidado. Maddie habló sin parar sobre su maestra, sus amigos y un perro callejero al que había decidido llamar "Señor Bigotes".
—Estoy segura de que el Señor Bigotes te echará de menos —comentó Juliette mientras le ponía el abrigo a Maddie.
—¡Le dije que lo cuidaría! —declaró Maddie con una seguridad que solo tienen los niños.
Salieron de casa, tomadas de la mano, y caminaron hasta el colegio bajo un cielo despejado. Maddie charlaba alegremente hasta que la puerta del colegio apareció a la vista. Juliette se inclinó y le dio un beso en la frente.
—Diviértete, ratoncita.
Maddie le rodeó el cuello con los brazos y apretó fuerte. —Te quiero, mami.
Juliette le devolvió el abrazo con fuerza. —Y yo a ti, más de lo que imaginas.
Vio a Maddie correr hacia sus amigos antes de que la puerta del colegio se cerrara. Su sonrisa se desvaneció cuando sintió una presencia detrás de ella.
Se giró y ahí estaba Wolfe, de pie con las manos en los bolsillos y una expresión indescifrable.
—Basta ya, deja de acosarme —le espetó Juliette, cruzándose de brazos.
Wolfe arqueó una ceja, el sol perfilando las sombras de su rostro. —Quería venganza antes de conocerte. Ahora solo quiero respuestas.
Juliette soltó una risa amarga. —Ajá, busca un terapeuta que te escuche. Yo no quiero más dramas. Solo ayudaré a Aysel y Ethan. Tú me importas un culo.
Wolfe sonrió, con una diversión genuina en sus ojos. —Eres increíble, juro que me encantas. Y por ti, solo por ti, voy a intervenir para ayudarles tambien.
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Editado: 11.04.2025