Una Amante para mi esposo

34.

Capitulo 34: El verdadero asesino.

Aysel salió del baño con el corazón aún acelerado, las lágrimas acumulándose en sus ojos, pero sin permitir que cayeran. Estaba en shock, sin poder creer lo que acababa de descubrir. La farmacéutica la observó, notando su evidente malestar.

—¿Estás bien? —preguntó la mujer con tono suave, preocupada.

Aysel intentó sonreír, pero su rostro reflejaba el caos que sentía por dentro.

—¿Eso creo? —respondió, la voz temblorosa, mientras se pasaba la mano por el cabello con algo de desesperación.

La farmacéutica la miró con comprensión.

—Es muy normal, al principio da miedo —dijo con una voz tranquila, tratando de reconfortarla.

Aysel asintió, pero la sensación rara en su interior no desaparecía.

—Sí… se siente muy raro —dijo, aún sin poder comprender completamente lo que acababa de descubrir.

La farmacéutica la miró fijamente, como si entendiera perfectamente la situación.

—No puedo venderte nada para los mareos, tienes que hacerte una revisión. ¿Cuántas semanas tienes? —preguntó, mientras sacaba una pequeña hoja para tomar nota.

Aysel se quedó en silencio, su mente en blanco.

—No sé… —respondió, con un nudo en la garganta.

La farmacéutica la miró por un momento y luego sonrió levemente, señalando el test que Aysel aún sostenía.

—Ahí te dice las semanas —comentó suavemente.

Aysel miró la prueba de embarazo en sus manos, y sus ojos se abrieron al leer el resultado. 5 semanas.

La farmacéutica asintió.

—Genial. Felicidades —dijo con un tono cálido, casi como si se sintiera genuinamente feliz por ella.

Aysel se quedó en silencio un momento, aún en shock, antes de responder en voz baja.

—Gracias… —dijo, su tono débil.

Guardó el test en su bolsillo, sintiendo el peso de la noticia en su cuerpo, y sin decir nada más, salió de la farmacia. Mientras caminaba hacia el coche, sus pasos parecían más pesados, como si el destino hubiera lanzado un peso sobre sus hombros.

Cuando Aysel abrió la puerta del coche, Ethan levantó la vista, notando que no traía nada en las manos, solo el bolso en el que guardaba el test.

—¿Y las cosas? —preguntó, con una ligera confusión en su voz.

Aysel se metió en el coche, evitando mirarlo a los ojos por un momento.

—No había nada… —respondió de forma evasiva, sin saber cómo empezar a decirle lo que acababa de descubrir.

Ethan frunció el ceño, un poco desconcertado, pero continuó:

—¿Ni condones?

Aysel suspiró, sintiendo que la conversación ya era incómoda.

—Ah, eso sí, pero lo olvidé —dijo rápidamente. —Lo compramos luego…

Ethan la miró, notando que su rostro estaba pálido, mucho más que antes.

—¿Todo bien? ¿Estás pálida? —preguntó, su tono preocupado.

Aysel asintió de manera mecánica, sin poder articular una respuesta más convincente. —respondió finalmente, con una pequeña risa nerviosa—. Solo quiero llegar, tal vez en el pueblo encuentre algo…

Ethan, que parecía aún algo preocupado, asintió lentamente.

—Ok… trata de dormir —le dijo, con suavidad, esperando que descansara un poco.

Aysel se recostó contra el asiento, pero su mente estaba en otro lugar, completamente desbordada por las emociones. Pensaba, una y otra vez, en cómo le diría a Ethan lo que acababa de descubrir. No quería que su vida cambiara de esta forma, no quería que esto los separara, pero sentía como si el destino estuviera empujándolos a tomar caminos diferentes.

"¿Por qué?", pensó, mientras sentía que algo en su interior se rompía. "El destino no quiere que estemos juntos… ¿Por qué?

(...)

Demer caminaba por su despacho, los nervios tensos en su cuerpo. Cada vez que pensaba en Aysel y en lo que le había sucedido, el miedo se apoderaba de él, pero no era miedo por su hija. No, era miedo de que su secreto, uno que había mantenido oculto durante años, fuera expuesto. El asesino que había enviado las serpientes no solo era un peligro para Aysel, sino también para él, y Demer no podía permitirse que su pasado saliera a la luz.

El hombre que tenía frente a él era un matón, uno de esos tipos a los que Demer solía recurrir para hacer el trabajo sucio. Lo miró fijamente, con la mente llena de intranquilidad.

—Puedes dejar que el asesino logre su cometido —dijo Demer con voz grave, calculando cada palabra—. Pero luego que lo haga, necesito que lo acabes.

El matón frunció el ceño, visiblemente confundido.

—Pero señor, quiere matar a su hija... ese es su cometido —comentó, sin saber muy bien cómo tomar lo que acababa de escuchar.

Demer respiró profundo, dejando salir un suspiro lleno de frustración. No podía mostrar debilidad. No podía mostrar que su hija realmente le importaba. No frente a este tipo.

—¿Algo habrá hecho ella para molestarle, no? —preguntó el matón con una sonrisa burlona, como si buscara entender mejor la situación.

Demer lo miró con dureza.

—Bueno, no lo creo. La señorita Aysel no se mete en tantos problemas —respondió, sus palabras marcadas por un tono más frío y calculado—. Si problemas es su segundo nombre...

El matón no pudo evitar una ligera risa ante el sarcasmo de Demer.

—¿Entonces dejarás que la maten? —preguntó, con tono desafiante.

Demer apretó los dientes. El tiempo parecía volverse más lento, y la presión lo ahogaba.

—No, hombre. No dejaré que hagan algo a mi hija —dijo finalmente, con una voz que dejó claro que no había vuelta atrás. Pero su mirada cambiaba, como si pensara más de lo que dejaba ver—. Pero para atraparlo, dejaremos que se acerque a ella. Eso nos dará una ventaja.

El matón asintió lentamente, entendiendo el plan. A Demer no le gustaba la idea, pero era necesario. Para él, para su secreto.

Demer pasó la mano por su rostro, pensativo. Tenía una sospecha persistente, algo que no lo dejaba tranquilo. Las serpientes, el tatuaje de coral… no podía ignorarlo. El padre de Wolfe, el hombre en la cárcel, parecía estar detrás de todo. Demer no creía en las casualidades, y esa serpiente de coral lo conectaba directamente con el asesino.




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