Capitulo 35: Sombras de redención.
Ethan seguía sentado en el borde de la cama, mirando el vacío como si en él pudiera encontrar una fórmula milagrosa que le indicara como actuar ahora.
El olor a comida turca llegó desde el comedor, perfumando la casa con una calidez engañosa. Ethan se obligó a levantarse. Su cuerpo se movía, pero su mente seguía dando vueltas, bajó a cenar con una sola imagen clavada en la cabeza: el auto. El auto era de Aysel. Y Emir… Emir había muerto ese día porque quiso ir a buscarla. Porque ella le pidió que la pasara a buscar.
Y el accidente no fue un accidente.
Demer había preparado todo. Para matarla. Pero Aysel nunca subió a ese auto. Y Emir sí.
Demer asesinó a su propio hijo. Sin quererlo, pero lo hizo.
Ethan se sentó en la mesa con el cuerpo rígido. Frente a él, Aysel. Tan cerca, tan ajena. Parecía perdida en sus propios pensamientos, removiendo el arroz con el tenedor sin probar bocado. Sus ojos estaban opacos, como si también estuviera viendo fantasmas.
Lo estaba.
El test positivo la seguía como una sombra. Dos rayas. Dos malditas rayas. Y ninguna palabra que supiera cómo pronunciar. Quería contárselo, pero él estaba distante. Frío. Tenía la mirada ausente, como si estuviera en otra parte.
Juliette lo llamó, pensó Aysel. Seguro le dijo que quiere estar con él, y es normal. Son dos buenas personas que merecen estar juntas. Además Maddie es tan amorosa y hermosa, serán una buena familia para mí bebé, yo solo sere un vientre de alquiler...
Todo era demasiado. Demasiado roto. Demasiado torcido. Su relación, su historia, su cuerpo… lo que crecía en él. Todo lo sentía ajeno.
Es imposible, pensó mientras dejaba la cuchara. No podemos recuperar esta relación. Está demasiado rota.
Se levantó de golpe. El sonido de la silla al correrse sobresaltó a Ethan.
—Voy a dormir —dijo en voz baja, sin mirarlo.
Ethan parpadeó, desconcertado.
—¿Qué? ¿No comiste nada?
Celeste levantó una ceja, observándolos con esa mezcla de juicio y sospecha que nunca terminaba de ocultar.
Aysel negó apenas con la cabeza.
—No tengo hambre.
Y se dio la vuelta. Ethan se levantó también, apurado, como si quisiera detenerla, pero no tuviera palabras para hacerlo.
—Te alcanzo… Tenemos que hablar.
Ella se detuvo en la escalera. Su espalda rígida. No se giró.
—Sí.
Y subió. Lenta. Como si cada peldaño le costara un mundo.
Ethan la miró desaparecer. Tenía el estómago revuelto, pero no por la comida. Sino por la verdad que ardía como un hierro candente en su garganta: Emir murió en el lugar de Aysel. Por accidente o por protegerla. Y fue mi padre Demer quien lo mató. ¿Como le digo eso?
(...)
El celular de Aysel descansaba sobre la mesita de noche como si no pesara toneladas. Pero para ella, levantarlo implicaba admitir que ya no podía más.
Ni con Ethan.
Ni con Juliette.
Ni con la culpa.
Ni con el silencio de ese embarazo que le palpitaba en el vientre como una verdad aún no dicha.
Suspiró.
La pantalla la recibió con su brillo cálido. Buscó entre sus contactos hasta encontrar un nombre que no esperaba usar jamás: Oliver - Psicoboy.
Y escribió:
Aysel:
Hola... No sé si recuerdas a la chica del puente.
Pasaron unos segundos. El corazón le golpeaba el pecho como un tambor.
Luego apareció la respuesta:
Oliver:
La que me dijo que yo no tenía idea de nada y luego me quitó el anillo de casada en mi cara para molestar al marido tóxico que la seguía como un fantasma… ¿esa?
Claro que la recuerdo.
Aysel sonrió, con lágrimas en los ojos.
Un nuevo mensaje llegó, junto con una foto.
Era el anillo. Su anillo. El que había dejado en manos de Oliver, sin pensarlo, en aquel momento de rabia y valentía.
Oliver:
Aún lo tengo. Porque sé que lo vas a querer de vuelta cuando arregles las cosas con tu esposo.
Aysel:
Lo estamos intentando… pero no hay forma. Yo estoy demasiado rota para él. Y él... está enamorado de Juliette.
La amante que yo misma contraté para seducirlo.
Y la única amiga que he conocido en toda mi maldita vida.
Oliver:
¿Él te lo dijo?
Aysel:
No.
Pero lo siento así.
Oliver:
Lo que tú sientes es tuyo.
Lo que él siente es de él.
No puedes asumir que tienes la verdad sobre algo tan personal como sus sentimientos.
Creo que la que está confundida eres tú.
Y no me refiero al amor —sé que lo quieres—
Me refiero a ti.
Estás deprimida.
Sientes que no mereces nada.
Y por eso actúas como si no lo tuvieras.
Aysel:
Estoy embarazada, Oliver.
No tengo tiempo para estar deprimida.
Tardó unos segundos en responder.
Oliver:
Eso es genial.
Es una buena noticia, Aysel.
Aysel:
¿Cómo puede ser genial?
Ethan no quiere a nuestro hijo.
Oliver:
¿Ethan te lo dijo?
¿O nuevamente lo estás asumiendo?
Aysel cerró los ojos.
Aysel:
Lo estoy asumiendo.
Oliver:
Eres tan cabezota.
Te voy a videollamar.
Vamos a hablar de verdad.
Aysel:
Ok...
El celular vibró. La videollamada entró.
Aysel la aceptó.
Oliver apareció al otro lado de la pantalla, despeinado, con una taza en la mano.
—Buenas noches, paciente terca —dijo, con una sonrisa suave—. Empecemos tu sesión de terapia informal y gratuita. Te prometo no cobrarte… todavía.
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Editado: 11.04.2025