Capítulo 36 : La grieta bajo los pies
—Estoy embarazada —dijo Aysel. No tembló, no gritó. Solo lo dejó caer como si ya no pudiera sostenerlo más.
Ethan se quedó helado.
Por un segundo, su rostro se desfiguró en una mezcla de asombro y algo que parecía miedo. Pero no era por él. Era por ella. Por lo que implicaba. Por todo.
—¿Qué?
—Estoy embarazada, Ethan. De ti.
Él se llevó una mano al pecho, como si el corazón le doliera de repente.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Unas semanas.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes?
—Porque no sabía cómo… porque te alejaste. Porque te vi irte.
Ethan negó con la cabeza, avanzando hacia ella. Sus ojos no se apartaban de los de Aysel.
—No me alejé porque dejé de amarte. Me alejé porque estaba perdiéndome. Porque todo era un maldito caos… y no podía ver nada claro. Hasta ahora.
Se detuvo frente a ella.
—Voy a cuidarte. A ti… y a nuestro bebé. No voy a dejarte sola con esto, Aysel. Nunca.
Ella tragó saliva con fuerza. Había imaginado mil respuestas, pero no esa. Y menos ese destello de ternura en sus ojos, ese temblor en su voz.
—No me odias… —susurró.
—Te amo.
Ethan tomó su rostro entre las manos, con delicadeza, como si fuera de cristal.
—Y necesito contarte algo. Algo que cambia todo.
—¿Qué?
Él la soltó con suavidad, dio un paso atrás, como si necesitara espacio para hablar con claridad.
—Juliette me dijo la verdad. La razón por la que Demer te quiere fuera del mapa… no es solo porque estás embarazada o porque lo estás desafiando. Es porque tú no eres su hija biológica, Aysel.
Aysel frunció el ceño. Dio un paso hacia atrás como si la hubieran empujado.
—¿Qué estás diciendo?
—Tu verdadero padre… es Anton Levitsky.
El silencio cayó como un disparo en una iglesia.
—El padre de Wolfe… —dijo ella en un hilo de voz.
—Sí. Demer lo metió en prisión. Lo traicionó. Y tú… tú eres el eslabón que podría unir toda esa verdad que él ha ocultado durante años. Te odia porque existes. Porque recuerdas lo que él intentó borrar.
Aysel sintió que las piernas le fallaban. Apoyó una mano en la pared. Su respiración se volvió irregular.
—Wolfe es mi hermano —susurró, como si la idea le calara los huesos—. Siempre lo supo… por eso intentó arruinarlo también. Por eso lo ha perseguido tanto.
Levantó la vista hacia Ethan, con el rostro desencajado.
—Está en peligro. Wolfe está en peligro. Tenemos que ayudarlo.
Ethan asintió con firmeza.
—Lo haremos. Pero primero tenemos que sacarte de aquí. Protegerte. A ti y al bebé.
La pantalla del portátil parpadeó. Oliver, que había estado en silencio durante los últimos minutos, apareció con gesto tenso pero cálido.
—Aysel… Ethan… —dijo, con una mirada cargada de comprensión—. Cuiden el uno del otro. No se queden solos. Si necesitan algo, saben cómo encontrarme.
—Gracias, Oliver —susurró Aysel, con lágrimas en los ojos.
—Estaré esperando su llamada. Que no tarde mucho, ¿sí?
Clic.
La videollamada terminó. Y el cuarto quedó en silencio.
Aysel bajó la mirada hacia su vientre.
—¿Crees que sea fuerte?
—Es hijo nuestro. Claro que lo es.
Silencio.
—Tenemos que salir de aquí, Ethan. Antes de que él vuelva a intentarlo.
—Lo sé. Y tengo un plan. Pero necesito que confíes en mí. Vamos a proteger a ese bebé. Y a ti.
—¿Y si no hay salida?
Ethan sonrió con una ternura rota.
—Entonces la creamos.
Ella alzó la mirada, pero seguía temblando. La desconfianza todavía la cubría como una sombra.
Entonces Ethan dio un paso más cerca, con el corazón en la garganta.
—Para eso me llamó Juliette, Aysel. Estoy seguro de que pensaste otra cosa… —su voz se quebró un poco—. Pero no fue para separarnos. Fue para advertirme. Para ayudarte. Por favor… tienes que confiar en mí. En ella.
La miró con los ojos cargados de verdad.
—Realmente te queremos. De verdad.
Aysel no respondió de inmediato. Pero en el temblor de su boca y el parpadeo húmedo de sus ojos… algo cedió.
El muro empezaba a resquebrajarse.
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El coche avanzaba por la avenida principal mientras Maddie cantaba bajito una canción inventada, absorta en la vista desde la ventana. Juliette sonreía sin poder evitarlo. Wolfe, en el asiento del conductor, mantenía una mano en el volante y otra en la palanca de cambios, silencioso, como de costumbre. Pero había algo en su mirada, algo más allá de su usual intensidad. Una inquietud que no sabía nombrar.
—¿Estás bien? —preguntó Juliette, sin mirarlo directamente.
Wolfe no contestó. El teléfono vibró en su bolsillo.
Miró la pantalla.
Número restringido.
Respondió.
—¿Sí?
La voz al otro lado era seca, oficial. Demasiado calma para la magnitud de la noticia.
Wolfe palideció.
No dijo nada por varios segundos. Apenas escuchaba. Su mirada se había nublado, y el mundo entero pareció apagarse por un instante.
—¿Qué pasa? —insistió Juliette, ahora girada hacia él, alarmada.
Colgó. Sus dedos temblaban un poco.
Se orilló y detuvo el coche en seco.
—Wolfe… —Juliette lo miró preocupada, mientras Maddie dejaba de cantar y la tensión llenaba el aire.
Él no la miró. Bajó la vista al volante y apretó la mandíbula.
—Mi padre… —dijo con voz hueca—. Anton Levitsky… fue asesinado. En su celda.
Juliette se quedó sin aliento. Literalmente. La boca se le abrió, pero ningún sonido salió al principio.
—¿Qué…?
—Lo mataron esta madrugada —continuó él, ya con la voz más firme, como si estuviera conteniéndose—. Dicen que fue otro preso, pero sé que no. Lo sé. Esto tiene el sello de Demer por todas partes.
Juliette se cubrió la boca con la mano.
—¿Estás diciendo que…?
—Sí —interrumpió Wolfe, girándose hacia ella por primera vez—. No lo creo. Estoy seguro. Demer lo hizo. No quiere que la verdad salga. Y mi padre… era la verdad. El principio de todo.
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Editado: 11.04.2025