Una Amante para mi esposo

38.

Capitulo 38:El jaque mate.

Juliette entra primero, sigilosa, escaneando el lugar con la pistola en mano. Está vacío. Todo parece seguro… por ahora.

Sale de nuevo.

—Está limpio. Vamos, rápido.

Wolfe baja del auto con dificultad. Tiene el rostro pálido y sudoroso, se apoya en Juliette como puede. Maddie baja tras él, abrazando su peluche con fuerza.

Dentro, Juliette lo acomoda en un viejo sofá.

—Tienes fiebre. No me gusta cómo se ve esto.

—Me siento como si me hubiera atropellado un tren… y después retrocedido para rematarme —bromea Wolfe con una mueca.

—Necesitamos antibióticos —dice Juliette, ya pensando en la próxima jugada.

Wolfe le agarra la mano, con un gesto serio y agotado.

—Cuando los demás lleguen… vas tú. Pero quédate hasta entonces. No quiero… estar solo.

Maddie se acerca, temblando un poco.

—¿Se va a morir Wolfe?

Juliette se arrodilla frente a ella.

—No, mi amor. Está siendo dramático. Hierba mala nunca muere.

Wolfe suelta una pequeña risa.

—Lo tomaré como un cumplido.

—Deberías —responde Juliette, levantándose—. Voy a buscarte agua.

Va hacia la cocina. Justo entonces, la puerta se abre con un golpe. Juliette gira, lista para disparar.

—¡Eh, tranquila! —dice Ethan, levantando las manos.

Él entra con Aysel, los dos agotados, llenos de tierra y sangre seca… pero vivos.

—¡Gracias a Dios! —exclama Juliette, bajando el arma.

Maddie corre a abrazar a Ethan. Él la alza como si no sintiera el cansancio.

Aysel se queda unos segundos parada, mirando a Wolfe. Hay algo incómodo en el aire… hasta que él la mira también. Se observa la tensión entre los dos. No hay abrazo, pero sí una chispa sincera en sus miradas.

—Ey… entonces, ¿hermanos? —dice Wolfe, forzando una sonrisa.

Aysel asiente. Le toma un momento responder.

—Sí. Supongo que sí. No sé cómo se supone que… funcione esto, pero…

—Tampoco yo —dice él, encogiéndose de hombros—. Pero es bueno verte. De verdad.

Aysel se acerca y se sienta a su lado, sin tocarlo, pero cerca. Se quedan en silencio unos segundos, compartiendo ese extraño nuevo lazo.

Juliette vuelve con agua.

—Voy a buscar antibióticos. Cuídenlos, ¿sí?

Aysel la asiente. Ethan la mira con atención.

—Ten cuidado.

Juliette hace un gesto burlón mientras sale por la puerta.

—Siempre lo tengo.

La casa queda en calma, aunque cargada de emociones. Maddie está sobre las piernas de Ethan. Aysel y Wolfe, lado a lado, aún asimilando la idea de ser hermanos. Y por primera vez en mucho tiempo… no están huyendo. Solo respirando..

(...)

El sonido de la puerta abriéndose con fuerza los sacó del silencio. Juliette apareció en el umbral, el cabello revuelto por el viento, la chaqueta sucia, la mirada decidida. Sostenía una bolsa de lona entre las manos.

—¡Juliette! —exclamó Maddie, corriendo hacia ella.

Juliette dejó la bolsa sobre la mesa y la abrazó con fuerza, luego le acarició la mejilla.

—Cielo, necesito que te tapes los oídos un momentito, ¿sí?

Maddie alzó la ceja, confundida, pero obedeció sin rechistar. Se sentó en el rincón con las manos en las orejas, tarareando algo para sí misma.

Ethan frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—¿Cómo los conseguiste?

Juliette se giró hacia él, sacó una caja de antibióticos y la sostuvo en alto.

—Robé una farmacia.

El silencio cayó como un bloque de plomo.

Aysel parpadeó, Ethan la miró, incrédulo.

—¿Qué?

—Había un par de guardias. Me vieron. Les dije que me iba a morir si no me ayudaban… —Juliette sonrió de lado, con una mezcla de descaro y cansancio—. No mentí. Pero lo demás… bueno, digamos que no pedí permiso.

—Tú estás completamente loca —dijo Ethan, sin poder evitar sonreír.

Juliette se volvió hacia Wolfe, que respiraba con dificultad, los labios secos, el cuerpo empapado en fiebre. Le alzó la cabeza con suavidad y le ofreció agua.

—Ey, Wolfe, necesito que te mantengas despierto, ¿me oyes?

Él gruñó algo apenas audible. Ella le sonrió.

—Te disparó, maldito idiota. No te vas a morir después de eso. No pienso dejarte ganar.

Aysel y Ethan se miraron, sorprendidos, una chispa de complicidad entre ellos.

—Ves —susurró Ethan, acercándose a ella mientras Maddie jugaba con una manta en el suelo—. El amor siempre te encuentra.

Aysel le sostuvo la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió con los ojos, no solo con los labios.

—Sí… supongo que sí.

Horas después, cuando Wolfe empezó a sudar y la fiebre cedía, cuando la calma volvió aunque solo por un instante, los cuatro se reunieron en la cocina.

El sol comenzaba a bajar.

Era hora de preparar el plan.

La casa seguía en penumbra. Wolfe dormía, la fiebre bajando lentamente. Maddie dormía en silencio con su peluche junto a Wolfe.

En la cocina, el mapa seguía sobre la mesa. Las velas proyectaban sombras largas sobre los rostros cansados de los tres adultos. Ethan marcaba con el dedo los accesos, repasando cada posible falla. Juliette lo escuchaba, asimilando todo con rapidez. Aysel permanecía en silencio, los ojos fijos en la entrada norte del plano.

—Y entras tú —dijo Ethan, señalando la puerta del invernadero—. Sabes cómo moverte ahí. Sabes qué esperar.

Aysel asintió apenas. Pero no dijo nada.

Juliette frunció el ceño, cruzando los brazos.

—¿Y qué se supone que haré yo? Si ustedes conocen el lugar…

—Mantente en el auto con Wolfe y Maddie —respondió Ethan—. Si algo sale mal, conduces. No esperas.

Juliette lo miró, sorprendida. Luego alzó una ceja.

—¿Y tú? ¿Tú vas a entrar solo con ella? ¿Después de todo lo que ha pasado?

—Sí —dijo Ethan con una voz grave—. Porque no voy a dejarla sola. Pero tampoco voy a dejar que vaya.

Se giró entonces hacia Aysel, tomándole la mano. La tensión se hizo densa como una tormenta.




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