Una Amante para mi esposo

39.

Capítulo 39: “Algo nuevo”

6 meses después

La casa estaba decorada con guirnaldas pastel, cintas que colgaban del porche y globos flotando como sueños livianos sobre el césped recién cortado. En el centro del patio, una gran caja blanca con un signo de interrogación dominaba la escena, rodeada de sillones, flores, platos con bocadillos y copas de limonada. El sol brillaba tibio, dorando las sonrisas. Y por primera vez en mucho, mucho tiempo… no había miedo. Solo calma. Solo amor.

Aysél estaba radiante. El vestido celeste claro se le pegaba suavemente a la curva de su vientre, y el viento le acariciaba el cabello. Ethan no dejaba de mirarla. Como si necesitara recordarse cada tres segundos que todo eso era real. Que lo habían logrado. Que estaban vivos. Que ahora sí, el futuro era posible.

Juliette llegó con Maddie de la mano, ambas vestidas con flores. La sonrisa de Juliette era la de una mujer que no recordaba cuándo había sido tan feliz. Detrás de ella, Wolfe caminaba con una bandeja de cupcakes como si transportara una bomba de tiempo.

—¿No es un poco pronto para que esté tan obsesionado con el azúcar? —le murmuró Juliette a Aysél, alzando una ceja.

—No es por el azúcar —respondió Aysél, sin dejar de mirar hacia donde Maddie arrastraba a Wolfe por el jardín—. Es por ella.

Wolfe se había dejado llevar por Maddie hasta un rincón donde, entre hojas y tierra, una pequeña mariquita roja se paseaba por una flor.

—¿Y sabes qué significa que tenga siete puntos? —preguntó Maddie, con ojos brillantes.

—¿Qué? —susurró él, completamente embelesado.

—¡Que es mágica! —dijo Maddie, estallando en una carcajada que se le metía a cualquiera por el pecho.

Wolfe fingió llevarse la mano al corazón como si le hubieran lanzado un hechizo. Y tal vez sí. Porque desde que Maddie lo había adoptado como su “tío Wolfe”, él no había sido el mismo.

Juliette los observaba desde lejos, con esa media sonrisa suave que solo se le escapaba cuando bajaba la guardia.

—Lo estás intentando con Wolfe —comentó Aysél, acercándose con una copa de limonada y una mirada de hermana que lo ve todo.

Juliette bufó bajito, sin despegar la vista de su hija y ese hombre que solía ser solo caos… y ahora era contención.

—Estoy intentando… no intentarlo —dijo con una honestidad que le temblaba en la garganta—. Pero es que míralos. La forma en la que ellos se llevan… me roba el corazón.

Aysél le tomó la mano, apretándola con fuerza.

—No hay que tener miedo de volver a amar, Jules. Incluso después del infierno.

Juliette asintió. Tragó despacio.

—Y hablando de infiernos… ¿estás bien?

—Estoy a punto de saber si tengo que aprender a hacer trenzas o a esquivar balones —bromeó Aysél, soltando una risa nerviosa—. Un poquito, sí.

Oliver apareció entonces, con su camisa floreada y una copa en la mano. Era imposible no sonreír al verlo: ese estudiante de psicología que una vez le tendió la mano a Aysél cuando todo era oscuridad, ahora era parte de la familia. El padrino perfecto.

—¿Estamos listos? —preguntó, señalando la enorme caja en el centro del jardín.

—¡Sí! —gritó Maddie, corriendo hacia él—. ¡Que explote ya!

—¡Niña salvaje! —dijo Wolfe riendo, alzándola en brazos para que pudiera ver mejor.

Todos se reunieron frente a la caja. Juliette al lado de Wolfe. Maddie a horcajadas sobre sus hombros, vibrando de emoción. Oliver junto a Aysél y Ethan, su brazo apoyado en el hombro de ella como un hermano orgulloso.

Los padrinos. La familia elegida.

Aysél y Ethan entrelazaron los dedos, y contaron juntos.

—Uno…

—Dos…

—¡Tres!

Tiraron de la cuerda y un estallido de polvo rosa subió al cielo como fuegos artificiales. Hubo gritos, aplausos, risas, alguna que otra lágrima.

—¡Es una niña! —gritó Maddie, agitando los brazos— ¡Voy a tener una hermana!

—¡Vas a ser la mejor hermana mayor del mundo! —gritó Wolfe, girándola en el aire, haciéndola reír hasta quedarse sin aliento.

Aysél rompió en llanto, abrazada a Ethan. Él le besó la frente, la mejilla, el vientre.

—Una niña… —susurró—. Nuestra niña.

Juliette se giró hacia Wolfe. Él ya la estaba mirando.

—¿Qué? —dijo ella, fingiendo fastidio.

—Nada —respondió él, sonriendo. Pero sus ojos decían otra cosa. Decían: gracias por dejarme estar aquí. Decían: no sé cómo pasó, pero no quiero que se acabe.

—Idiota —murmuró ella, dándole un codazo suave.

—Lo sé —dijo él, sin dejar de sonreír.

Y entonces, con la luz del atardecer dorando sus pieles, las copas brindando por la nueva vida que venía en camino, y el polvo rosa aún suspendido en el aire como una promesa… supieron que esta era su segunda oportunidad.

Ya no eran sobrevivientes.

Ahora eran familia...

(...)

A la mañana siguiente.

El local de ropa para bebés estaba inundado de pequeños conjuntos colgados como dulces en vitrinas: enteritos diminutos, gorritos de algodón, zapatitos suaves como suspiros. En el centro del lugar, Maddie corría entre percheros, arrastrando a Wolfe y a Ethan con ella mientras les mostraba cada cosa con una seriedad de experta.

—¡Ese tiene ositos! Y este tiene estrellas, pero el que más me gusta tiene arcoíris. Porque los arcoíris traen suerte —declaró, arrugando la nariz y levantando un vestido rosa con volados.

Wolfe le guiñó un ojo.

—Entonces ese será el primero que use. Por orden oficial de la futura prima Maddie.

—¡Prima, hermana y mejor amiga! —agregó ella, señalando su pecho con orgullo.

Ethan rió, mientras Wolfe ya cargaba en los brazos una pila de ropa que desbordaba.

Más alejadas, entre los estantes de mantitas y bodies bordados, Juliette y Aysél observaban la escena con una sonrisa suave.

—No puedo con la ternura de esos tres juntos —murmuró Aysél, abrazando un pequeño body blanco con letras doradas que decían “made of love”.




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