Una asistente para navidad

Capítulo 6

La alarma sonó, sin embargo, Tim estaba seguro de que debía ser mucho más temprano que la hora acostumbrada para levantarse, aún no completaba su ciclo de sueño, conocía bien su cuerpo, miró la hora: 5.30 am. Bufó disgustado, para cuando se levantó Daniela ya golpeaba su puerta con intensidad.

—Arriba, flojo, vago, muchacho sin futuro que no piensa hacer nada con su vida —gritó desaforada.

Él abrió la puerta bruscamente, con expresión de desagrado en su rostro.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? ¡Demente!

—Velando por el cumplimiento de tu agenda como me exigiste —grito.

—Sí, que recuerde, nunca fijo una cita tan temprano —dijo.

—Esta es una cita especial para que puedas cumplir con tus otras citas. Vamos, el chofer tienes las dos manos sobre el volante y el pie en el acelerador, ya yo estoy bien bonita, vestida, faltas tú nada más.

Rodó los ojos. Cerró la puerta, resignado, se dio una ducha y se vistió de forma mecánica, hacía días que Daniela controlaba su agenda con mano dura. No lo dejaba deprimirse, distraerse, era descuidada con hacerlo coincidir con Adela, pero eso lo agradecía, eran los pequeños momentos en los que se veían y charlaban amenamente.

—Estoy listo. ¿Qué son todas esas cajas? —preguntó de pie frente a su camioneta negra.

—Camisetas que vas a regalar y firmar allá a dónde vamos.

—Daniela, si necesitas dinero, pídemelo, no me explotes así, además debes manejar mi agenda, no hacerla, te crees mi agente de publicidad, Sandino debe estar temiendo…

—Súbete.

Resignado, se subió a su camioneta. Revisó las redes sociales, su falso noviazgo con Daniela lo estaba llevando a un nuevo nivel de estrellato, la prensa y los fanáticos los adoraban, vigilaban cada movimiento suyo. Llegaron a un orfanato, Tim puso los ojos en blanco y se bajó detrás de Daniela, quien lo tomó de la mano y lo hizo entrar con ella al recinto.

—¿Y las cámaras? —preguntó contrariado.

—No hay cámaras, seremos solo tú y yo y los grandotes que cargarán las cajas —dijo sonriendo segura.

Él se quedó extrañado «¿Qué planeará?».

Los niños corrieron al verlo, sonrió instintivamente entre ellos, lo primero que notó es que ninguno tenía teléfono como era de esperarse y no lo abrumaban con las fotos, solo le sonreían y saludaban entusiasmados, con sonrisas sinceras, amplias e incontenibles, algunos tenían los ojos húmedos, alzaban sus manos en el aire saludándolo, tragó grueso, dejó que el ardor de sus ojos estallara en un par de lágrimas que no se tomó la molestia de retirar, estaba genuinamente emocionado.

—Niños, tendrán camisetas firmadas por este guapo y exitoso deportista solo después de tomar su desayuno —grito Daniela.

—¿Desayuno? —preguntó Tim.

—Sí, quería traerles hallacas y pan de jamón, pero las monjas estas se horrorizaron, dijeron que les daría indigestión —bufó —, no saben de lo que hablan, les dije que después les dábamos agua con limón y un poquito de bicarbonato y no les pasaba nada, se pusieron peor. Casi no me dejan hacer esto.

—¿Bicarbonato? —preguntó Tim.

—Para el malestar de panza, sí, —afirmó ella señalando su estómago—, las monjas estas me dijeron que no me puedo automedicar, pero el bicarbonato se usa en la cocina, no saben nada.

Tim rio abrumado por su conversación sin sentido.

—Creo que las monjas, tienen razón.

—Así que tenemos pan, con jamón y huevos. Solo esto.

Tomaron el desayuno entre risas, historias, y lo que tenía más emocionado a Tim, sin fotos. Los niños estaban felices con sus camisetas. Él con la experiencia.

—Has tenido un lindo gesto con estos niños, fue lindo —dijo Tim a Daniela.

—Ah pero si no fue por ellos que hice esto, es decir sí, pero por ti también.

—¿Por mí?

—Claro, te quejas de que estás solo en Navidad, piensa en ellos cuando te vuelvas a sentir así. Eso sí estar solo, aunque se tengan, no tienen a un padre y a una madre en una edad tan importante como esa, en la infancia. Ya tú eres un viejo. Sé que puedes ponerte triste, pero míralos a ellos, son tan felices con tan poco —dijo señalándolo.

—Tampoco soy tan poca cosa —rio Tim.

—Más o menos —rio ella.

—Gracias Daniela, puedo ver a lo que te refieres. Son tan inocentes, sonríen, pero viven en la tristeza eterna de no tener a nadie, a sus padres, qué injusticia —dijo con nostalgia en su voz, mirándolos jugar con las pelotas que les llevaron.

—Tampoco te traje para que les tuvieras lástima, te traje para que dejaras de sentir lástima por ti.

Tim le sonrió.

—Nunca había venido a un orfanato —confesó.

—¿Cómo que no?, te vi en miles de fotos en internet.

—No, era falso, no lo sabía entonces, lo sé ahora que veo a estos niños, aquellos no… Es decir… ¿Cómo fui tan ciego?

—Deberías despedir a Sandino —dijo Daniela —. Y contratarme a mí, yo podría hacer mejor trabajo que él, solo déjame hacerme de los contactos…



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Editado: 14.12.2021

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